Alba Piñeiro
Caridad cariada
Estamos en una época de crisis en la que mucha gente necesitada de ayuda no recibe toda la atención que precisa. La solidaridad no hace milagros y la caridad poco arregla. El reparto nulamente eficiente de los recursos lleva a que quienes carecen de capacidad para comprar y pagar lo básico tengan muchas más dificultades que nunca para subsistir, aún a pesar de vivir honradamente, sin robar a nadie, ni dedicarse a actividades amorales, inmorales o ilícitas. Al no tener acceso a recursos que cumplan al menos los estándares de calidad, están expuestos a peligros para la salud y en ocasiones extremas, a peligros para la vida.
Mucha gente considera una vergüenza tener que aceptar ayuda, sin embargo, la verdadera deshonra es dar en forma de limosna un excedente en estado poco apto para el consumo y hacerle ver a la sociedad que le estás haciendo un favor a alguien necesitado. Compartir lo que tienes con alguien desamparado constituye un acto solidario; regalar lo que te sobra desde una posición de superioridad se convierte en una caridad mal entendida, porque la desesperación de la persona que recibe ese auxilio la deja en una posición que le impide rechazar o seleccionar la asistencia que le prestan, a pesar de que esta contenga componentes tóxicos, sea en sentido literal o en sentido metafórico.
Cuando prevalece el fomento de la caridad sobre el fomento de la solidaridad, se promueve la inmovilidad social: los ricos siguen siendo ricos. Los pobres, sin voz ni voto, obligados a decir sí a cualquier cosa, cada vez más pobres. No falta quien dé generosos donativos, aunque con un impacto poco significativo, porque es dinero dado para socialmente demostrar buenismo o para que el Estado fiscalmente ofrezca y efectúe bonificaciones, poca es la preocupación de lo que se haga con él, a saber cómo y con quién se pierde ese dinero por el medio.
Caridad no significa justicia, ni mucho menos. Lo justo sería que las clases dirigentes emplearan su poder en elaborar leyes y políticas más equitativas con todos. El propio clasismo de quienes nos gobiernan es el primer obstáculo para acercarse a esta utopía: el poder se aferra a los grupos de poder. Los políticos definitivamente necesitan toda una clase de filantropía, porque los problemas que les afectan son los problemas de los que están arriba. En cuanto a los que están más abajo, ya se sabe, ojos que no ven, corazón que no siente.