Ana López
Orgullo
Para celebrar el Día del Orgullo Gay cada 28 de junio no es necesario ser homosexual, ni tener ningún amigo íntimo que lo sea, reconocido o no públicamente. Celebrar este día es unirse a los derechos de millones de personas en todo el mundo, tantas veces obligadas a representar vidas que no son las suyas.
Este año España conmemora la fecha coincidiendo con el décimo aniversario de la legalización de los matrimonios entre personas del mismo sexo, un hecho que situó a nuestro país –por fin– entre los pioneros en algo, en este caso la libertad sexual. Pero el camino es muy largo y todavía quedan naciones en las que este tipo de relaciones están penadas, llegando, en ocasiones, a ser castigadas con la muerte. De ahí que fechas como esta tengan que seguir estando marcadas en el calendario hasta que la normalización las haga desaparecer de nuestras agendas.
Este viernes, cuando paseaba con una amiga por la noche por una desértica zona vieja de Pontevedra, nos cruzamos con una pareja de chicas. La única diferencia visible entre ellas y nosotras en ese momento era que en su caso iban cogidas de la mano. Creo que mi amiga ni las vio, o si se fijó en ellas no me lo dijo. Nuestra conversación era demasiado interesante entonces como para interrumpirla por un cotilleo de peluquería.
Tan solo unas semanas antes veía con mi padre como dos hombres jóvenes provocaban la envidia de medio aeropuerto de Barajas al fundirse en un abrazo de bienvenida con beso apasionado incluido. "¡Qué maravilla!", me dijo mi padre días después al recordar la escena, para hacerme al instante un rápido repaso por los años oscuros de este país que a él le tocó vivir.
El día en que ya no quede nada que comentar y que todas esas carantoñas tengan lugar abiertamente a la puerta de nuestra oficina y sin pudor hasta en los pueblos más pequeños, habremos superado este escollo. El reconocimiento de derechos en las instituciones ha de comenzar antes en la sociedad.