Ana López
Nacer allí
Donald Trump retaba esta semana a una mujer a que comprobase en directo que no usa peluca. Sucedía en Carolina del Sur. El vídeo, en el que ella mira de cerca una mata de pelo amarillento, se convirtió en viral en las redes sociales.
Tan sólo un día después, vecinos de una aldea de Cisjordania paraban con la única fuerza de sus cuerpos el arresto de un niño por parte de un soldado israelí. Piedras contra armas. También esta grabación causaba furor en Internet, aunque con un tinte totalmente diferente al primero. Lloros por risas.
Cuando suceden cosas de esta magnitud ya no te preguntas qué está haciendo mal el ser humano, porque la lista sería interminable, sino simple y llanamente por qué seguimos permitiendo que se acumulen hechos a la historia del mundo que nos hacen avergonzar de la era moderna y repetir la pasada.
Un camión con más de setenta cadáveres de refugiados convertidos en pollos muertos en pleno Centroeuropa no es un suceso aislado, es una desgracia macabra en cadena que convierte al Viejo Continente en cómplice del ataque a los derechos humanos, por su falta de previsión, por su lentitud en la acción, por ese vicio penoso de intentar mirar a otro lado cuando a la realidad ya no hay quien la pare.
El hecho de que ahora los infelices hayan aparecido en el interior de un vehículo de transporte de animales no diferencia nada el drama de la inmigración –en este caso de los refugiados buscando asilo– por tierra de la de mar, con esas barcazas tambaleantes portando mujeres embarazadas y bebés en busca de un sueño fundamental: vivir.
Cuenta el doctor canadiense de Médicos sin Fronteras que colaboró en el rescate de cuerpos de la bodega de un barco que se hundía frente a Libia que cuando llegó al inmigrante número 24 tuvo que parar porque el horror le pudo. Otros ni siquiera somos capaces de ver el vídeo de Cisjordania sin derramar mares de lágrimas. En nuestro mundo las adversidades son otras, y se vuelven superficiales y pequeñas con la comparación. Enfrentarse a esta dureza desde nuestra comodidad y debilidad es una prueba más de que la diferencia está, ni más ni menos, en haber tenido la mala suerte de haber nacido allí.