Arrégleme esto, señor peluquero
Por Manu Otero
Fueron centros de reunión, lugares de tertulia o polos del chismorreo. Llegaron a ser esenciales para dejar de serlo en cuestión de horas. Pero después de cincuenta días de encierro, las peluquerías, barberías, centros de belleza o como deseen llamarlas; son hoy más necesarias que nunca. Más que por la urgencia de volver a socializar, por el ansia de enmendar las obras maestras de los peluqueros de cuarentena.
El debate es menos intenso que antes del coronavirus. No hay cuñados ni ministros en las salas de espera. Pero la conversación fluye, hay muchos temas pendientes. El económico es el principal, superar dos meses sin ingresos es una hazaña que merece la pena relatar.
La segunda temporada de héroes del estado alarma, asalariados algunos, autónomos muchos; sigue esperando el cobro de los Erte o haciendo equilibrios para estirar la compensación por el cese de actividad para cumplir con todas sus obligaciones.
Sobreviven con el agua al cuello y un rebrote resultaría letal. No quieren ni pensarlo. Por ello son escrupulosos con las medidas de seguridad. No faltan los guantes ni las mascarillas, tampoco el gel hidroalcólico para mantener el virus a raya.
¿Qué te hago?, pregunta después de diez minutos de peloteo. Arréglame esto es la respuesta estándar. Admiten los barberos, sobre todo en el caso de los hombres, que muchos fracasaron en su intento de raparse en casa. Se ve que el confinamiento no fue lo suficientemente largo como para que las madres, esposas, novias o hasta uno mismo adquiriese la soltura necesaria para manejarse con tino con la maquinilla, la tijera o la cuchilla.
Las capas de pelo van cayendo al mismo ritmo que analizáis la actualidad sanitaria, política, futbolística o tus avances en los fogones. Y sin darte cuenta, comienzas a reconocer tu imagen, la de antes de la pandemia, en el espejo.
En la entrada espera el siguiente cliente para reiniciar el ciclo, el mismo que nos reconcilia con lo que éramos hace cincuenta días y que permitirá a los autónomos o asalariados, en definitiva, los segundos héroes de la pandemia, mantenerse en la lucha por superar una crisis aún más persistente que la COVID-19.
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