Alejandro M. Carmuega
Aquí va a haber más que palabras: Matrix ÿvole
Que la droguería Sarasola ocupaba antiguamente el bajo de mi edificio -la escombrera, ya saben- es algo que no descubrí hasta hace bien poco. Sebas, que es veterano, lo dejó caer un día en la escalera como quién no quiere la cosa. Supongo que en clave histórica el dato les parecerá irrelevante, pero para mí fue la pieza maestra que resolvió un misterio más inquietante si cabe -y cabe seguro- que el del mismísimo Claus Von Bülow (aquel que recordaba tanto a Jeremy Irons). Un quebradero de cabeza más que un misterio. Una chorrada, pensarán cuando se lo explique. Sí, pero quebradero al fin y al cabo. Uno se golpea la chola contra los muros que le apetece.
- Sirve aquí un gin-tonic, Sara.
El Bar Nuevo, La de Sara, se ubica ahora en este local. Su propietario, Goyo, es un joven lo suficientemente espabilado como para haber sabido aprovechar el aluvión de vecinos del comienzo de siglo (de éste, no del otro) montando en el establecimiento de la antigua droguería un garito como dios manda: con la inconfundible fragancia del engrudo de tinto y serrín. Irresistible: Si los de Brise estudiasen el efecto que provoca este rancio aroma en las pituitarias de nuestra generación, hace mucho que habrían puesto a la venta un frusfrís para taberneros -sawdust and wine, por ponernos mercadotécnicos-. Ciertamente arrollador. Aunque bien olido, es muy probable que ya exista. En definitiva: un BAR, y con eso ya saben a lo que me refiero. Como los de antes. Uno, a sus cuarenta y muchos, entra allí, cierra los ojos, respira profundo y lo primero que le viene a la boca es "Papá, una mirinda y unas Risi".
Pero a lo que iba: que cuando Sebas pronunció el nombre de la antigua droguería, mis labios, después de una breve pero vertiginosa pirueta neuronal, exclamaron: ¡La de Sara! ¡Manda huevos: Sara-sola!
- Fai o favor, Sariña, póñenos unhas aseitunas ou algho, home.
Pues sí, señor, por muy Don Goyo que se llame el Señor Gregorio, o por muy vistoso que sea el cartel en Bernard MT Condensed Cursiva Negrita y color encarnado que cuelga sobre la puerta -Bar Nuevo-, todo el mundo conoce este garito como La de Sara y, en un metonímico contenido-por-continente, a la mujer de Goyo, cuyo nombre verdadero es Agripina, se la ha bautizado en el barrio -no parece ilógico ahora- con el mucho más sugerente de Sara. Sarita. Sariña, guapa. A ver quién es el escéptico que solicita el certificado de últimas voluntades del difunto Sr. Sarasola.
- Cóbrate aquí, Sarita, anda, guapa.- Misterio resuelto.
Así es que aquí se me van a mi muchas tardes de domingo. Digo muchas y no todas por evitar que puedan llegar a pensar de mí algo que no es. Y si digo tardes y no tarde-noches viene a ser más o menos por lo mismo. Que las uvas, si las dieran, me pillarían a mi comiendo cacahuetes. Ya saben que no dispongo yo de calefacción en mi cuadra; así que no me queda otra que tirar de la estufa del pobre: el Gin-Tonic (tal cual: con respetuosas mayúsculas). Si les parece un poco extravagante que la tache de cóctel de pobres, piensen que este endiosado mix que hoy en día camareros con dos doctorados por el Bulli tardan un cuarto de hora en alambicar hasta tu copa, era en mis tiempos -aquellos en los que "cardamomo" era un insulto- una pócima, no digo para menesterosos, pero sí, desde luego, bastante propia del populacho. No va a ser necesario que, para restarle glamour al brebaje, les recuerde que la tónica nació como un fármaco contra la malaria; los delicados gaznates británicos fueron los que necesitaron rebajarla con ginebra para hacerla masticable. Y no se me asusten, no fueron esos mis tiempos ni mi lugar: en el barrio del que yo vengo se podía encontrar de todo, pero la malaria precisamente cerca no quedaba. La tónica, sin embargo, era Schweppes y la anunciaba un tipo con gafas.
Es en estas domingueras tarde-noches de tónica y gin en la de Sara cuando me enfrento al simpático señor ése que sale en la tele y que antes se llamaba follonero. El de la sonrisa de pícaro colegial. Matrix. Es ver su imagen en pantalla y yo me pregunto: ¿qué hago? ¿lo veo? ¿no lo veo? Una duda existencial al estilo de la que plantea Morpheus. Saben a quién me refiero: el de la batamanta de cuero negro. ¿Pastilla azul o pastilla roja? Decide chaval: ¿Prefieres seguir viviendo en la ignorancia? ¿O tienes lo que hay que tener y te cuento toda la verdad? Acojona un poco, qué quieren que les diga. Exactamente lo mismo que le pasaba a Neo. ÿl ya intuía el engaño pero aún así, la decisión no era fácil. Porque la verdad escuece. A uno le cuesta mucho más levantarse por las mañanas si tiene la constancia de que, a cada paso que da, le están haciendo un hijo de madera las eléctricas, las telefónicas, los banqueros, las farmacéuticas, los senadores, los alcaldes... en resumen, todo lo que se menea. Y como Neo, uno ya intuye que todo en esta España de chiste es una farsa, pero se espera al menos que la engañifa sea un poco más elaborada; o más difícil de desmontar cuando menos. Vamos, que yo veo las caras de imbéciles que les quedan a los que mandan cuando el chaval éste deja caer la preguntita con su sonrisa en plan "a mi no me la cuelas" y se me cae el alma al suelo: Si es que somos gilipollas. Lo malo es que en La de Sara eliges el supositorio rojo y la colleja de realidad te la llevas, pero nadie te enseña a dominar el efecto bala ni a saltar de un edificio a otro. Que hay que echarle narices, vamos.
Les confesaré una cosa: la broma del domingo pasado no coló. Cantó a las primeras de cambio y sólo una cosa me dejó mal cuerpo: que siga sin resolverse a cuento de qué exhibe Garci un Oscar sobre su chimenea.
Como me sucede cada domingo, no fue un paso fácil el de atreverme a escudriñar las entrañas de este Matrix patrio nuestro. Comprenderán que a mi las pastillitas azules no me hacen falta. No de momento. Pero tampoco vayan a pensarse ustedes que disfruto como un loco lanzándome a la piscina a pecho descubierto, porque, al fin y al cabo, esta realidad que nos han regalado, al igual que la tónica, resulta demasiado amarga como para no tener la tentación de rebajarla ligeramente. A la británica.
- Goyo, machiño, ponme aquí la penúltima.