Bernardo Sartier
A sartenazos
Escribo sobre lo que dicen los papeles. Y recuerdo que en "Cortina rasgada" Paul Newman y una mujer matan a un agente del gobierno. La escena dura cinco angustiosos minutos. O más. Hitchcock explica que matar lleva su tiempo. Resignarse a morir, claro, cuesta muchísimo más.
Pues imaginen a sartenazos. Aquí no había cortina. Ni estaba Paul Newman. Pero por un momento pareció repetirse la escena que pasó a la historia del cine porque en el cine la gente muere instantáneamente. En el crimen del otro día se solaparon la avaricia, la crueldad y la chapuza. Otra vez. Chapuza tontuna y ágrafa. Chapuza en la ejecución y chapuza en la ocultación. Si me van a cuidar así prefiero la residencia. Aquí se recurrió al manual del homicida en prácticas y se pasó a la contundencia.
A saber. Primero, sartén. Con ella no se frió "pescaito" sino que se descalabró al anciano. Sin conseguir el objetivo. ¡Dame, dame la garrota!. Un "fungueirazo" y listo. Pero sucedió lo que en "Cortina" porque la garrota se rompió y entonces se recurrió a la loseta (en "Cortina" hubo que meterle la cabeza en el horno al agente). A todo esto, pañuelo en la boca para ahogar el grito que desbaratase la operación. O sea, a fuego lento, factura ralentizada que dejó a un lado las formas, que prescindió de la artesanía.
Hace poco escribí aquí sobre el secuestro de Lalín. Qué más se puede añadir. Si lo de allí era cutre, lo de aquí huele a matanza de borrachos, a ceremonia espeluznante e increíble, con el móvil mezquino de la avaricia y con dos matarifes chapuceros chapoteando en la sangre fresca del anciano. Para matar hay que tener la clase de Vera Clouzot y de Simone Signoret, que lo hacían con fineza y hacían desaparecer los efectos y el cuerpo del delito con la magia de un prestidigitador de primera. Diabólicas, sí, pero profesionales. Muy profesionales. Pero las de aquí, ay, aficionadas sin director, película de serie b en la que el celuloide comenzó a ennegrecer hasta terminar ardiendo. Les faltó el banco de madera en que tender a la víctima. Y el cuchillo, el cuchillo imponente que certeramente sajase la tráquea. Con todo, de su malhadada obra se desprende el aroma a chamusca del cerdo recién quemado.
Si tocasen la flauta se limitarían a tapar un agujero y destapar el otro ¿y la melodía? La melodía es lo de menos. Podían haber culminado su ruin fábrica celebrándolo con unos chupitos. Para regar su discreción y tal. Pero prefirieron propalar a los cuatro vientos el beneficio de una herencia delatora. Queridas, el crimen es para gente discreta, no para vendedores de periódicos con megáfono. En boca cerrada no entran moscas, pero aquí la abrieron y se coló el avispero de la sospecha y el boca a boca, un rastro que seguir los exploradores de la benemérita. Y a presencia del tricornio cantaron. Ahora tienen difícil decir donde dije digo digo Diego. Siempre les quedará el París de la escusa. "Mire, señoría, no fue ensañamiento. La garrota y la loseta fueron para evitarle sufrimiento. Como non morría".