David Darriba Pérez
Planeta Marte
—La verdad que estoy hasta las narices de esta gentuza. ¿Ves? Si hasta me hacen hablar mal… Desde que vinieron aquí, toma, todo a tomar por saco: el cráter Jezero lleno de horrorosas casitas metálicas construidas con impresoras 3D; los casquetes polares a la porra: que si hay que llenar todo de agua para propulsar el ciclo de lluvias; que si echan de menos darse un buen chapuzón… ¡Ah, y no nos olvidemos de los ralis que se han montado en las dunas heladas! ¡Menuda juerga!
—Llevas toda la razón, Bree. Nos colonizan, se cargan nuestro querido Marte y encima practican con nosotros el tiro al plato.
—Pues eso digo yo, Graa. ¿Para qué narices recuperaron los genes de nuestros padres? ¿Para qué hicieron resucitar a nuestra especie? ¿Para entretenerse con los láseres como si fuéramos los patitos de las ferias? Claro, desde que en su planeta pusieron de moda la ingesta de insectos, nos liquidan para freír nuestras antenas. Piensan que por el parecido somos esos saltamontes estúpidos que habitan por allá y no comprenden que somos vertebrados.
Graa y Bree se pusieron en posición canina y comenzaron a escarbar en el suelo, pero al contrario que estos animales, utilizaron sus poderosas patas traseras manteniendo el equilibrio extraordinariamente con las delanteras. En un visto y no visto, hicieron un boquete por el cual desaparecieron levantando una gran polvareda. Justo en ese instante un disparo casi estuvo cerca de alcanzar a Bree.
—¡Leches, Paco! ¿Cómo has podido fallar eso? —espetó Evaristo—. Si con razón te llamaban el Tuerto en las prácticas de tiro. Y con las ganas que tengo de una fritada de antenas y lo complicado que es ver a estos especímenes y lo escurridizos que son.
—¡Sí, señor! Me arrepiento de mi ineptitud. Me autoimpongo el castigo de limpiar las letrinas de todo el cuartel en cuanto lleguemos a él. Tendré un cuidado extremo con la que está pegada a la bóveda. Ya informamos que por esa parte hay una pequeña fuga y que si termina por romperse, aquél que esté haciendo aguas menores o mayores, morirá a los pocos segundos por la falta de oxígeno. No hacen ni caso al parte y tenemos que andar con pies de plomo al pasar el mocho por los rincones.
—La burocracia de nuestros políticos, Paco. Es prioritario el presupuesto que utilizan para sus campañas electorales antes de evitar una desgracia. Una breve sacudida en el suelo levantó un polvo rojizo. Después hubo otra más fuerte. A la tercera salió como del infierno uno de aquellos seres. Era Bree.
—Ni se te ocurra utilizar esa arma —advirtió Bree a Paco—.
Tras una cuarta sacudida apareció Graa. Los dos militares quedaron en medio de los marcianos. Les sacaban al menos diez cabezas y el terror hizo que las armas se escurriesen de sus manos. A pesar de los gélidos rayos de sol, un impertinente sudor resbalaba por sus axilas.
—Dime, Graa… ¿Qué podemos hacer con estos dos tipejos? —La verdad que los humanos no son muy sabrosos. Siempre salen sosones y hay que echarles especias a tutiplén; no obstante, con unas de esas patatitas que cultivamos en la fosa Medusa, darán el pego. Ves haciendo las brasas que hoy nos espera un gran festín. Pero antes pásalos bien por el grifo que les canta el alerón. Yo me encargaré del postre. Siempre fui un buen repostero y sé que algún día me haré hueco en un gran restaurante. ¿Te imaginas, Bree, saliendo en uno de esos reality shows de cocina? La gloria está llamando a mis puertas, Bree. Ya verás.