Milagros Domínguez García
Y, como siempre, nadie conjuga el verbo dimitir
Se levantó de su escaño sola, llorando, dejando a su paso un rastro lánguido y debió, en ese instante, percatarse de que su pueril carácter no tiene cabida ante la cruda realidad de que el cargo se le hizo pesado y le quedaba grande. Supo entonces que hablar de sexo femenino no es tan importante en una sociedad cuyas mujeres lo practican libres y conscientes desde hace décadas, con o sin menstruación, con o sin penetración, a los 50, a los 60, 70, 80... cuando, donde y con quien les apetezca.
Que nadie quiere ver llorar a las víctimas reales, esas que miraban horrorizadas como día a día sus verdugos, gracias a ella, en sus caras se reían, pero que les da igual que lloren quienes se victimizan como buenos manipuladores emocionales que lo hacen para, de esta forma, eludir la responsabilidad que tienen por estar ya grandes para infatilismos que no tienen cabida porque el peso de la sarten es mucho y el mango, dador de poder, hay que saber llevarlo, ya que además los euros que cada fin de mes adornan su cuenta son el pago por un trabajo que en este caso ni siquiera supo hacer.
Se preguntaría cabizbaja:
"¿Dónde están aquellos que me jaleaban y aplaudían? ¿Cómo es posible que hoy me den la espalda y me dejen a los pies de los caballos, cuyas herraduras golpean con dureza mis tímpanos diciéndome que me equivoqué?"
"Sororidad hermana, yo si te creo" - gritaba exaltada a los "fascistas", mal sabía ella, incauta, que esos con los que comparte bancada en vísperas del día donde ella se declara la más feminista entre las feministas, la frenaron en seco y le dijeron ya está bien de tontunas y ni siquiera asistieron con flores y cánticos al lugar donde por fin y de facto se quebraba su injustuficable e innecesario ego por el cual su rostro de lágrimas se empapaba.
¿Dónde estaban los que la auparon para, estrepitosamente, dejarla caer? ¿Dónde estaban los que tan o más responsables que ella son cuando debían caer también, sujetando con sus manos la paridad que pretenden a otros imponer y que, cuando les toca, hacen oídos sordos, miran hacia otro lado y si te he visto no me acuerdo y si digo o Diego, digo bien?
Y así, triste y sola como Fonseca en la universidad, la ministra Montero corrió por los pasillos y entre moco y pañuelo tuiteó que los del PP eran los malos otra vez.
Ay, ministra, que no aprendiste que no hay peor ciego que el que no quiere ver y que, como bien decía el diputado García Adanero: "Alguien tendrá que dimitir o cesar", y que la diputada Cuca Gamarra con su sobria presencia sintió más piedad de ti que los que se supone deberían en esta señalada fecha estar ahí, pero ni estuvieron, y desengáñate, no estarán.
Y sí que hay que reflexionar, y mucho en cuanto a aquellos que obviando el espeluznante hecho de que violadores y pederastas se beneficien de lo votado insistieron en perpetuar la tropelía, sin olvidar que no vale decir: "Tienen que perdonar, yo no lo sabía porque de leyes no sé", como hizo la diputada Ana Oramas ya que deja al descubierto que tenemos un problema y es que se legisla y vota desde el absoluto desconocimiento y que además se hace basándose en ideologías sin importarles lo más mínimo lo que sufra Juan pueblo, que mal que les pese es el que más ordena, y lo hará, ordenará.