Milagros Domínguez García
El orgullo por nuestro pasado además de contarlo hay que demostralo
Contaba muchas historias mi abuela y casi todas ellas eran tristes porque la mala fortuna se ensañó con ella y su familia muchas veces. Creedme que a pesar de su pesadumbre, siempre que relataba algún episodio de su vida te transmitía la satisfacción de haber logrado salir adelante.
Nació en 1900 y muy joven tuvo a su primera hija, cuyo padre las abandonó a ambas. Más tarde conoció al que sería el hombre de su vida, con el que tuvo cinco hijos y que falleció a una edad temprana, no llegaba a los cuarenta años. Nueve meses después de haber nacido su última hija, mi madre, que nació en julio de 1936.
Su vida fue tan difícil que dejó de creer en las personas, en la religión y en cualquier institución que significara poder, tanto así que aquella mujer vivía con mi abuelo y con sus seis hijos sin haber pasado por vicaria. No creía en el matrimonio y tenía claro que en el momento que él fallase se iría por donde vino. Aquello que ella hacía no estaba bien visto en una época donde las cosas habian de hacerse como Dios manda. Una mujer debía casarse, hasta mi abuelo lo quería, pero ella dijo siempre no, convencida de que no iba a dejar nunca más que nadie gobernase su vida y le dijese lo que estaba bien o mal.
Cuando él enfermó gravemente, y si bien pertenecía a una familia poderosa, no lograron que ella se apartase de aquel lecho donde en pocas horas fallecería y donde todos le decían que se casase por el bien de sus hijos, para que esa "gran familia política" tuviese "obligaciones" para con ellos y donde ella insistía en su negativa, ya que conocía bien a los grandes y sabía que iban disfrazados de corderos siendo lobos. Sólo accedió a hacerlo porque él se lo pidió como última voluntad y fue así como en poco más de 24 horas pasó de soltera a casada a viuda. Las obligaciones de aquellos desalmados quedó en una mísera herencia y hacer de mi madre y una de sus hermanas sus criadas siendo unas niñas además de despreciar su consanguinidad y parentesco con aquella mujer que los ignoraba y en más de una ocasión los puso contra las cuerdas.
A partir de ahí la vida continuó en aquel molino de Redondela, donde ella luchó trabajando como molinera, jornalera y lavando ropa en el río Alvedosa para llevar a casa un plato de comida.
No perdonaba, era una mujer que a aquellos que la habían dañado les guardaba rencor eternamente y si podía devolver la piedra, no lo pensaba dos veces. Me decía que eso que decían de poner las dos mejillas debía ser equilibrado, si te dan en una la devuelves y si te dan en la otra la devuelves también porque, si lo dejabas pasar, quizá no volverías a tener oportunidad y al final te quedaba la cara colorada y el arrepentimiento de no haberlo hecho. Otra frase gloriosa de aquella sabiduría ganada en el campo de batalla era que nunca se le debía desear la muerte a nadie porque esa persona la tiene segura y que, al contrario, hay que desearles una larga vida porque decía que las culpas se purgan en aquí, porque es donde estaba el infierno, y del cielo no tenía certeza.
Se había enfrentado a todos por hacer valer su dignidad y la de sus hijos y que nadie la juzgase por haber vivido como había querido. Era una mujer de las de verdad, que siempre iba con la verdad por delante y cuya bondad hacia los más desfavorecidos nunca se puso en duda porque la Sra. Domitila ayudaba con lo poquísimo que tenía a todos. Así la recuerdan aún muchísimas personas que dicen de ella lo valiente y gran mujer que era.
Mi abuela, una precursora, una mujer adelantada a su tiempo, una mujer libre, una mujer cuyas manos te rodeaban y te daban amor, con un sentido del humor increíble, que lloraba en silencio y a escondidas sus amarguras que ocultaba detrás de una sonrisa que usaba a modo de coraza y que te hacía ver su grandeza ya que no quería que nadie la viesen sufrir por temor a que viesen una debilidad. Una mujer que se puso la vida por montera y, que si hoy estuviese aquí, a mi lado, me diría: "Arrepiéntete de lo que hiciste, no de lo que te quedó por hacer, pero sobre todo, siempre de pie, sacando fuerzas del cansancio y luchando por ti, por lo que quieres, por lo que eres y porque nadie nunca abuse de ti. Da a manos llenas siempre, lo bueno y lo malo, y sálvate tú que eres tú mejor amiga y la persona que más te quiere".
Un beso al cielo a mi abuela de la que me siento orgullosa porque cuando tuvimos la fortuna de tener a alguien grande a nuestro lado tenemos la obligación de mantener su legado vivo y demostrar con nuestras vidas la rectitud, la decencia y el honor que nos inculcaron y como ofrenda a esas personas estar a la altura de lo que ellos fueron y que no se conviertan en una historia muerta que sólo quedan representadas por una lápida en un cementerio.