Milagros Domínguez García
La vida es un instante, vívelo
Vivimos y convivimos en tiempos llenos de controversias, pendientes de una cruda crisis económica y en casi todo el mundo surgen sucesos que, por lo menos a mí, me hacen reflexionar y pensar en que es posible que todo esto nuble nuestro viaje, el que iniciamos al nacer, en el que basamos unas expectativas sobre proyectos de vida que en ocasiones, para nuestra desgracia, no siempre podemos llevar a cabo pero que igualmente hemos invertido mucho tiempo en ellos.
Hoy pienso en eso, en los proyectos de vida y en el alto coste que pagamos por ellos sin percatarnos apenas de que, a pesar de que entre nuestras manos tengamos el timón de la nave, puede suceder que un viento inesperado haga que de pronto gire y tome otros derroteros con los que no contábamos y en ese momento nos preguntemos: "¿Y ahora qué?"
Pues ahora, lo que creíamos prioritario, deja de serlo y dudamos de que todos aquellos esfuerzos que enfocamos en lograr nuestras metas estuviesen justificados y puede incluso que sintamos que hemos desperdiciado un valioso tiempo para rodearnos de piedra, para tener un coche veloz y con un buen equipamiento, para ser los mejores y mas audaces porque a eso llamamos éxito, para que la tecnología se apropiase de muchos y valiosos minutos y esa virtualidad nos hiciese incluso perder el contacto con la realidad, para haber perdido días, meses, años con personas que pensamos nutrirían nuestra existencia pero que en realidad únicamente nos han restado espacio y tiempo... En definitiva, que hemos rechazado momentos que nos llenarían de felicidad real interior y exteriormente por la "producción" que exige ese proyecto de vida al que hemos de alimentar llenando su insaciable demanda de combustible, nuestro tiempo.
Olvidamos que el proyecto se queda en nada sin nuestra vida y que una vida desperdiciada deja un vacío imposible de llenar ya que es efímera y no la poseemos, es ella quien nos posee y tiene la mala costumbre de hacer lo que le da la real gana.
Vivimos para alcanzar metas y dejamos de apreciar la belleza de la más importante, vivir.
Vivir para dejar una huella que merezca la pena y ser recordados por valientes, honestos, sinceros, honrados, emprendedores, luchadores y no para dejar una dote por la que tras nuestra marcha se despellejarán, en muchos casos, nuestros herederos y que para ellos contará únicamente por su valor, económico, por supuesto.
Vivir, qué bello es y que menoscabo ha sufrido su significado. Sólo hay que darse una vuelta por un cementerio para sentir que ya que es inevitable la muerte, ¿por qué nos empeñamos en evitar vivir la vida? Ese bien tan preciado al que en muchas ocasiones renunciamos sin darnos cuenta de que es sólo una, breve, y que es un préstamo que en cualquier momento hemos de devolver.