José Antonio Gómez Novoa
Ventana indiscreta: Semana de pasión
El primer día de mucho calor, llega la noche y la temperatura no baja. A pesar de tener todo cerrado las horas de sol, a la 01 de la mañana es imposible conciliar el sueño. La única alternativa es el balcón, tumbados en la hamaca playera y acompañados de una familia numerosa de mosquitos que nos están esperando. Nos miramos un poco asustados, pero coincidimos en que es la opción menos mala para conseguir dormir algo. Nos levantamos con unas cuantas picaduras, y al observarnos en el espejo, nuestra cara asemeja un volcán en erupción
Son las 9,00 de la mañana, aún no hay vida en la calle, se avecina un nuevo día con las temperaturas aún más altas, decidimos huir a la playa para zambullirnos en el agua y, permanecer el mayor tiempo posible en las zonas menos profundas con la cabeza cubierta para evitar el sofocante calor. A las 12,30, entre que notas que tú piel está más arrugada que el cuello de una tortuga, que el índice ultravioleta puede ser letal y, que beber el agua de mar no es una alternativa muy saludable, decidimos refugiarnos en la sombrilla y, sumergirnos en la lectura de los libros: El Castillo de Barbazul de Javier Cercas y La madre de Frankestein de Almudena Grandes.
Aguantamos 30 minutos y, hay que volver a casa, comer algo fresquito y tumbarnos en la oscuridad contemplando el pelotón del Tour de Francia en la subida al Alpe D´Huez. Si los ciclistas son capaces de superar unas carreteras que, para que no se derritan tienen que regar el alquitrán, ¿De qué nos quejamos nosotros?.
Al atardecer, no queda otra que salir al exterior a buscar algo de aire fresco. Dimos vueltas y vueltas por toda la ciudad pero a nuestro pesar no lo encontramos. Aún así aguantamos hasta altas horas de la noche ya que en esos momentos la temperatura era más llevadera. De nuevo, en el domicilio, comprobamos al entrar lo nunca visto, el termómetro marca 35 grados. Dormir fuera no es posible, ya que se han apuntado las familias de mosquitos de toda la comarca a un nuevo festín de sangre.
Por suerte, al borde de la bajada de tensión y claustrofobia calórica, surge el comodín de la tormenta eléctrica, se levanta un fuerte viento y empieza a llover copiosamente, por lo que no dudamos en abrir las ventanas. El piso se refresca y cae agua como si no hubiera un mañana. Todas las habitaciones inundadas, pero al depositar nuestros respectivos cuerpos sobre el colchón respiramos aliviados, y al fin conseguimos dormir 3 horas seguidas.
@novoa48