Milagros Domínguez García
Espíritu Benemérito
Pasados unos días desde que recibí la medalla al mérito de la Guardia Civil, y ya más serena de la "resaca" emocional que ello causó en mí, me gustaría hoy hablar de algo que sucedió ese día y que no sería yo si no hiciese referencia al hecho y a la persona que fue protagonista.
Los que me conocen saben de mi torpeza, de mi orden desordenado, de mi inexistente sentido de la orientación, de mi decálogo de tocs y de otros cientos de peculiaridades, que me hacen tan yo, pero también saben que sobre todo soy alguien que se queda para siempre con los detalles ya que en ellos se encuentra la grandeza y la nobleza.
El acto fue sin duda solemne, un momento de retrospección, de pensamientos íntimos y personales dedicados a personas con las que me habría gustado compartir el instante, pero también de atención a todo para evitar que algo que yo pudiese hacer restase sobriedad.
Una vez superado, con nota creo yo, el momento de la imposición, lo que me quedaba era fácil, y podía relajar la tensión del miedo a errar, disfrutar, pero; sucedió…
Un sonido metálico en el suelo llegó con nitidez a mi oído gracias a que el silencio reinaba en el patio de la Comandancia, y sin mirar ya me temí lo peor. Mi vista se dirigió a mis pies, y allí estaba, diez minutos siendo portadora de tal honor y el caos se había apoderado de la situación.
Al momento de agacharme para recogerla, el joven Guardia que estaba formado delante mio, se adelantó y recogió la medalla rota del suelo depositándola en mi mano… Yo repetía un lamento al que él respondía con un "no se preocupe lo solucionaremos" y yo quería que la tierra me tragase, sí, me sentía fatal, un día así no podía suceder eso.
Me mantuve allí, apesadumbrada, con los trozos de aquella medalla apretados en mi mano, y sabiendo que otra vez escucharía... En serio, ¿la rompiste?
Y fue entonces al término de la ceremonia cuando otro suceso me lleva a comprobar que a pesar de mi infortunio y malestar, ocurriría algo que convertiría el momento en algo entrañable. Así de pronto y como suceden las cosas maravillosas aquel joven, Samuel, que ya antes tan amablemente había recogido del suelo la medalla rota, haría honor al artículo doce de la cartilla de la Guardia Civil: “Será muy atento con todos. En las calles cederá la acera del lado de la pared, no sólo a los jefes militares, sino a las justicias de los pueblos en que esté, a todas las autoridades en cualesquiera de las carreras del Estado, y por lo general a toda persona bien portada, y en especial a las Señoras. Es una muestra de subordinación para unos, de atención para otros, y de buena crianza para todos.”
Samuel, de forma inmediata, se acerca a mí, y retirando de su pechera la medalla que acababa de recibir la tiende en su mano y ante mi negativa a que él no saliera de allí sin su reconocimiento, dijo unas palabras que no olvidaré: "Primero usted, y después yo."
Aquel joven Guardia, con un acto de suma generosidad, brindó su recién impuesta medalla para paliar mi mal momento y mi angustia.
Gracias.
A buen seguro que te recordaré siempre, y seguiré contando el día que conocí al Guardia Samuel. Espero y deseo que la vida te sea grata y tan generosa y bondadosa como tu lo eres, y desde luego quienes un día estén en apuros y tengan la fortuna de encontrarse contigo conocerán de cerca el significado del Espíritu Benemérito, porque tu haces gala de él. Eres la expresión viva de los valores que hoy en día y para nuestra desgracia en gran medida se han perdido, y aunque seguramente a ti te haya parecido una insignificancia, porque así lo desprendían tus palabras en ese momento, en tu gesto yo pude ese día reconfortarme.
Sí, dilo, puedes decirlo muy alto, porque es sin lugar a dudas cierto: "El honor es mi divisa"... El honor es tu divisa.