Milagros Domínguez García
De pensamiento, palabra, obra y omisión
Y me siento retornar a aquella época donde el pecado era la espada que pendía oscilante sobre nuestras cabezas cuando leo que el Ministerio de Igualdad propone un protocolo donde insta a perseguir comentarios sobre la apariencia sexual y miradas impúdicas entre otras cuestiones como: insinuaciones sexuales, proposiciones o presión para la actividad sexual, flirteos ofensivos, comentarios insinuantes, indirectas o comentarios obscenos, exhibición de fotos, objetos y gestos sexualmente sugestivos o pornográficos, cartas o mensajes de correo electrónico o en redes sociales de carácter ofensivo y con claro contenido sexual, contactos no consentidos, abrazos o besos no deseados, acercamiento físico excesivo...
Ingenua de mí pensaba que en una sociedad del siglo XXI, donde ya mayores de edad sabríamos diferenciar el bien del mal, lo que sí y lo que no, surge un decálogo que recupera vocablos dignos de una época inquisidora y que limita, en mi opinión, gravemente las libertades, y también las relaciones humanas.
En un acto paternalista, de dudoso origen y finalidad, quieren una vez más ejercer de padres protectores y cubrirnos de un halo que aleje de nosotras, las mujeres, todo mal.
Un despropósito es lo que es esto, creado por alguien que en su vida ha trabajado rodeada de seres humanos con defectos y virtudes, que pretende seguir llevándonos de la mano y se empeña en no soltarnos para que no caigamos, impidiéndonos experimentar, vivir y aprender. Alguien con ínfulas de Dios que nos divide en buenos y malos y crea un paisaje desolador donde no podremos expresarnos libremente, negándonos el derecho a poner nuestros propios límites cuando lo creamos oportuno y si es el caso parando los pies a cualquier listillo o listilla que se pase de frenada confundiendo el tocino con la velocidad y pensando que todo el monte es orégano.
Y no, no se puede negar el acoso laboral, porque es cierto, existe, pero lo que me parece incomprensible son los límites que intentan imponer, cuando ni siquiera es necesario tener una ingeniería espacial para distinguir entre acoso y cuestiones que a veces son fruto de falta de educación y exceso de confianza por parte de algunas personas. Y lo que sin duda no se puede hacer es convertir las horas que nos pasamos trabajando en un campo de minas por el cual todos caminan de puntillas en aras de lo políticamente correcto.
Leo además que este protocolo se llevará a cabo en empresas con más de cincuenta trabajadores, pues que alguien me explique qué sucede con las otras. Quizá en estas, las trabajadoras tendrán que acudir a la justicia ordinaria, buscarse las habichuelas a la antigua usanza, o simplemente ignorar las miradas impúdicas.
Mientras tanto, nuestro Ministerio, nuestra Ministra y su coro de asesoras, se olvidan de que hay mujeres que ni siquiera tienen un trabajo, mujeres que no pueden pagar el desfasado importe de la factura de la luz, mujeres con un futuro incierto porque las ayudas quedaron en discursos inclusivos pero sin financiación, falta de efectivos policiales en zonas rurales donde las mujeres que sufren violencia necesitan facilidades y medios para interponer una denuncia, falta de planes en municipios pequeños para la creación de empleo, formación y conciliación cuando hay menores a cargo…
Señoras, prohibir no es corregir, prohibir es el arma del incapaz a la hora de resolver problemas y situaciones que echa mano del ordeno y mando, el porqué yo lo digo, y el aquí mando yo, olvidando que hace décadas que las mujeres dijimos que hasta aquí nos trajo el río, en mí no manda nadie, en mi casa mando yo.