Bernardo Sartier
Los días de Mario
Leí las mil catorce páginas del libro de Conde "Los días de Gloria". Entretenimiento de tumbona. Literariamente cae a cachos. El interés del libro reside en el repaso subjetivísimo a una época de chalaneo y mercachifles, opas y fusiones. Entonces todos eran Gordon Gekko y terminaron como él, en la trena. Parecido a lo de hoy.
Conde avienta un relato trufado de integridad personal mientras observa el comportamiento de financieros que se devoran. O sea, maniqueísmo simplón: a un lado él, bueno de toda bondad, a otro los otros, malos malísimos. Conde no repara en la incredibilidad de su relato, y es que él estaba en esa misma pomada utilizando similares métodos -cuando no idénticos- que aquellos a los que ahora denuesta.
Hay un pasaje en el que Don Mario habla de un viaje que realiza a Tailandia. Pese al calor insoportable y siendo su hotel de los mejorcitos del mundo (lo suponemos con aire acondicionado) se decide a salir y se va a una casa de putas. Conde relata el asco que le produce el que un yanqui seboso y panzudo reclamase los servicios de quien le pareció una niña encerrada en una celda encristalada.
Al ver su baja estatura el guiri rehusó y eligió otra más alta. Conde se marchó (sin follar) y reflexionando acerca de la maldad de la naturaleza humana. ¿Verdad que suena a un epígrafe del "Vidas de Santos"?. Porque quien va a una casa de lenocinio va a lo que va y, sobre todo, sabe a qué va, y no suele ser a jugar al tute, a hacer estudios sociológicos o a escribir tratados científicos acerca de la psicología humana.
No me extraña que a Conde se lo hayan llevado por delante. De ser cierto que fue como mero observador, escribiéndolo desvela una inocencia catedralicia, porque es difícil que alguien se lo crea. No extraña, pues, que el mundo en el que se movía se lo haya llevado por delante. Todo el libro es así, una "laudatio" subjetiva e interesada que no resiste un análisis crítico.
El tocho adquiere cierto interés hacia el final, cuando la intervención de Banesto, que reputa conspiración mediático-gubernamental contra él, una aberración jurídica en tono mayor sobre la que se extiende con la indisimulada intención de convencer al lector de la injusticia. Sin descartar tal circunstancia, ocurre que Conde no explica por qué no recurrió judicialmente tamaña aberración y, si lo hizo, por qué los tribunales no compartieron sus razones.
Otra cosa que extraigo del libro es que Conde, afirmando su rechazo a la monarquía, se comporta con un auténtico cortesano (lo siento, Don Mario). Respecto del estilo, trasunto un párrafo: "La noche madrileña inundaba con tibieza la inmensa terraza de la planta en la que se encontraba la vivienda del ministro. Paseamos silentes, amparados por una luna menguante. Dejé que la noche extendiera su manto". Noten: Entre Espronceda y Góngora. Un estilista, Don Mario.
11.07.13