Bernardo Sartier
Mami y Papi gorilas
En Estados Unidos, no sé en qué Estado o ciudad, dos gorilas procrearon en un zoo. Allí estaban los dos gorilillas, ojos circulares y cuatro pelos en la cabeza jugando al tute succionando las tetas de mami gorila. Escena tierna, espejo de un instinto implícito en los seres vivos que antepone la preservación de la especie a cualquier otra circunstancia.
Distanciado unos metros, papá gorila (en adelante "Gorilón") se entretenía con una panocha. Nada diferente a los humanos, hembra que da el callo y machos que sí, que también pero que menos porque vegetan en una tradición machista que a duras penas empieza a invertirse.
Decía que mientras la hembra alimentaba a la prole el gorila a lo suyo, o sea, tocarse el nabo consciente de que, para sexo fuerte, la hembra. Ahora bien, si algún dominguero osaba acercarse a la verja vulnerando la distancia de respeto que "Gorilón" consideraba innegociable, corría éste a la alambrada en actitud que hubiese hecho desistir al más bizarro: tamborileando su pecho y rugiendo y expeliendo denuestos simiescos que, de haber especialista en lenguaje animal, inmediatamente traduciría: "al hijo de puta que toque a mis bebés o a mi santa le mando un viaje que le saco la cabeza del sitio".
Retraídos los curiosos de la valla y repuesto el orden alterado, "Gorilón" volvía a su pacífico entretenimiento con la mazorca de maíz.
Viéndoles me acordé de José Bretón y de la mujer de veintiséis años de Alicante que arrojó a su hijo por el canalón de un edificio. Del nota de Córdoba porque todo induce a pensar que mató a sus hijos o, en el mejor de los casos, que los durmió para secuestrarlos y putear a su mujer y se le fue de las manos la ración de sicofármacos. Y en ella, en la pájara alicantina caí porque, no queriendo al niño, como declaró ante la bofia, no le costaba nada haberse cerrado de piernas, jamarse la píldora del día después o dejar al bebé a la puerta de un hospital. Pero no. Era más práctico y mucho más humano, a juicio de esta retrasada mental, tirarlo a un tubo de desagüe asumiendo que el bebé perecería, cosa que no sucedió, afortunadamente.
Por eso, cuando pienso en el cabrón sicópata del Bretón o en la descerebrada mal nacida de Alicante no puedo evitar acordarme de mamá Gorila y de Myster "Gorilón", de la ternura de ella y de la mala hostia que se gastaba él con quien importunaba a los suyos. De ella especialmente, que con sus tetillas sentó cátedra de amor supremo e irrenunciable.
Y entonces cavilo que cuando aquellos dos se estén pudriendo en la trena sería una buena actividad reeducativa que le pasaran el video de los simios cariñosos, para que comprobaran que, demasiadas veces, el ser humano es el gorila.
27.06.2013