Bernardo Sartier
"La princesa está triste ¿Qué tendrá la princesa?"
Es sencillo: si uno viene de cuna real, mama las limitaciones -y los privilegios- propios de esa casta y se casa con alguien de idéntico linaje, se encontrará con las incomodidades propias de la convivencia. Pero nada más. Ahora bien, si una accede a la realeza desde una posición de a pie, conoce las mieles -y las hieles- del matrimonio, gozaba de la libertad que se le ponía en la punta del moño y encima tenía una profesión reconocida que le gustaba y a la que renunció, adaptarse al corsé formal del besamanos es como pedir a un diputado al congreso que, disuelta la cámara, se gane la vida agenciándose una cabra, tocándole la trompeta y haciéndole subir una escalera.
El inicio del matrimonio es el contigo pan y cebolla, ya saben, el estado de imbecilidad transitorio de Baudelaire. Pero luego llega lo que Groucho definía como "lo peor del matrimonio, o sea, que al llegar a casa te la/o encuentras". Estrechar cinco mil manos, asistir a eventos a los que no encuentras utilidad y comportarte como un florero que únicamente vale como ornato y apoyatura de la figura masculina y principesca tiene que ser un soberano coñazo. Se ve. No hay más fijarse en el convencimiento con que Doña Leticia besa la mano a los hechiceros en la catedral de Palma. Y es que vivir como una reina significa adaptarse a una cotidianeidad solo al alcance de los que han recibido desde la infancia preparación para ello. Si no, la vida puede constituir un infierno.
Que la princesa Letizia está hasta el mismísimo (pongan si quieren el sustantivo) lo ve hasta un vendedor del cupón, y que ese hartazgo se enseñorea como el principio de un desastre conyugal susceptible de afectar al entramado constitucional, vamos, lo percibe hasta un parvo. Lo que se ha contado es que si Letizia y el príncipe se separan ella deberá renunciar a la guardia y custodia de sus hijas, y no la veo yo con maleabilidad bastante para acceder a esto, consignen lo que consignen las capitulaciones matrimoniales que haya firmado. Se plantearía entonces un debate jurídico-constitucional de envergadura porque el mil tres veintiocho del código civil considera nula cualquier estipulación limitativa de la igualdad de derechos, con lo que la princesa resultaría habilitada para litigar por la guardia y custodia de sus hijas.
La cuestión es si está dispuesta ella a sacrificar sus apetencias personales, o sea una vida de mayor libertad y alejada del ferolitismo propio de la realeza, para no lesionar a la corona o provocar un conflicto de Estado. A ese dilema habrá que enfrentarse, porque en la mirada de doña Leticia percibo dos cosas: el resentimiento profundo hacia un vida indeseada y la añoranza de un tiempo que la hacía feliz. Y ese tiempo ido y libre, con sus hijas y el corazón abierto a otras relaciones, es a donde creo que encamina sus pasos.
30.05.2013