Jacobo Mesías
El criollo más caro del mundo
Los gallegos somos "festeiros", es un hecho. Los miles de romerías y festejos que celebramos año tras año dan cuenta de ello. Nos gusta la música, la compañía y, sobre todo, nos gusta comer y beber. Hemos hecho de nuestra gastronomía una marca, y la promocionamos hasta la extenuación. Tenemos fiesta del pimiento en Arnoia, Ponteareas, Padrón… del pulpo en Vigo, Illa de Arousa, Ribeira… del marisco en Ponteceso, O Grove, Cambados, Ortigueira… y así hasta el infinito.
Todas estas fiestas se proclaman populares, como populares suelen ser los precios. Esa es quizá la esencia de su éxito. Sin embargo, en ocasiones hay quien se aprovecha de la afluencia de público, para hacer su particular agosto (nunca mejor dicho).
Hace poco se ha hecho viral el recibo que un establecimiento le entregó a los comensales en la Feira Artemar de Ribeira. Entre los conceptos que refleja, llama poderosamente la atención el precio de dos de ellos: criollos y chorizos, a 12 euros la unidad. Al parecer, algunos de los clientes incluso llegaron a llamar a la policía.
Esto no pasa de ser una mera anécdota, pues cada local es libre de fijar los precios que considere oportunos, siempre y cuando tenga una lista a la vista (con importes finales se entiende, sin letra pequeña que ponga "iva no incluido" o cosas por el estilo).
Incluso para el caso de que la tarifa se haya incrementado de forma desorbitada para el día de la fiesta, si el listado de precios también se ha actualizado, es perfectamente legal.
No obstante, si hablamos de los platos fuera de carta, la cuestión es distinta. Relato una situación harto frecuente: el camarero lleva la carta a las mesas, las entrega a los comensales, y a continuación pronuncia un interminable "también tenemos los siguientes platos…". Después de cantar todo su listado, eso sí, obviando la columna de la derecha, comienza a tomar nota, momento en el cual entra en juego la picaresca: nadie quiere que le tomen por tacaño, así que nadie pregunta los precios.
Esta práctica no está permitida porque, tal como se ha dicho, el listado de precios debe ser visible. Lamentablemente, el cliente poco puede hacer: si no paga nada, es él quien tiene un problema; si quiere pagar menos, el establecimiento no lo aceptará; y si acude a las autoridades, en el mejor de los casos logrará que se levante un atestado con lo sucedido, que podría servir para una hipotética reclamación posterior, eso sí, después de haber perdido horas sin ahorrar ni un solo céntimo. Por ello, lo más frecuente es que el cliente pague a disgusto, y el local de turno se salga con la suya (a costa de sembrarse mala fama).
En resumidas cuentas, más vale valorar con detenimiento dónde comemos y qué pedimos, no vaya a salirnos el tiro por la culata.