Bernardo Sartier
"Carnes y pescados a la brasa"
La noticia saltó a los medios de comunicación el fin de semana. Una familia, de bautizo, se acometió en riña tumultuaría sin respetar siquiera la pertinencia a esa grey, pues incluso algún número del egregio gremio de la municipal, que se vio obligado a intervenir, recibió su muy cumplida ración de palos. Platos, sillas y botellas volaron por el aire y hasta compareció una ambulancia, que pudo comprobar a su llegada que más que un comedor aquello se asemejaba a la devastada Faluya iraquí. El restaurante, no se lo pierdan, responde a la razón comercial de "El Sanatorio del Alba", en honor al monte de la conocida parroquia viguesa de Valladares. No pudieron escoger sus propietarios más atinada denominación, pues, a tenor de lo ocurrido, allí mismo pudo habérsele dispensado a los descalabrados la primera asistencia facultativa: nada mejor para ello que un sanatorio, aunque en el caso que nos es de ocupación, fuese arquitectónicamente diseñado para curar únicamente la carpanta.
En las imágenes televisivas se podía leer "Sanatorio del Alba", y debajo, "Carnes y pescados a la brasa". De las carnes y los pescados omiten las crónicas dar cuenta, pero de la brasa ¡mimá! parece ser que a mazo. Yo contextualizo los hechos en la subida de tasas del ministro Gallardón: -"Neno, como tú me llamaste hijoputa y si vamos al juzgado nos cobran ¿qué tal si lo resolvemos a hostias?"; -"Vale, chiño, que la cosa anda mal". Vemos así que los púgiles rehusaron impetrar la acción de la justicia pasando de los insultos a la leña, es decir, haciendo uso de la ya muy recurrida composición privada. No queda claro, por tanto, que la reforma del ministro vaya a recaudar, pero ojos a la funerala y mobiliario destrozado parece ser que garantiza.
Este encauzamiento de la resolución de cuitas hacia la dialéctica de los puños recuerda aquella anécdota sucedida en la diputación a mediados de los sesenta. Un jefe de servicio, por mal nombre "Perchitas" a causa del hieratismo de sus hombros, informado de que una discusión entre un administrativo y un delineante concluyera con una coz del primero al segundo que le había roto dos dedos, se encaró con el subordinado agresor, firme, reprochándole su actitud con la siguiente literosuficiencia: "No me sea usted irresponsable. La próxima vez que le tire una coz a su compañero (aquí los concurrentes intuyeron que lo que seguiría sería una contundente amenaza de sanción disciplinaria) hágalo" -continuó- "en otra parte del cuerpo, pero déjele los dedos útiles, que todavía nos quedan muchos planos por hacer." Fácilmente se comprueba que a este hombre le preocupaba más el grado de productividad de su oficina que la anatomía de sus empleados.
23.05.2013