Milagros Domínguez García
¡Mi abuela era feminista!
Por definición, el feminismo es la doctrina y movimiento social que pide para la mujer el reconocimiento de unas capacidades y unos derechos que tradicionalmente han estado reservados para los hombres.
Esto me hace recordar un debate sobre feminismo que mantuvimos en la radio en la que colaboro, donde una de las invitadas responde, cuando pregunto si existen distintos tipos de feminismo; " tantos como personas".
Y así lo creo, nadie tiene la exclusividad del uso y la práctica de tal movimiento y ninguna ideología, sea cual sea, puede apropiarse de algo que iniciaron nuestras abuelas hace ya muchos años.
Mi abuela, nacida en 1900 y madre de 6 hijos, que en 1937 enviuda el mismo día que contrae matrimonio, era feminista. Lo era y lo demostró cuando se puso el mundo por montera y enfrentó la circunstancia que suponía en la época que una mujer viviese con un hombre sin antes haber pasado por la vicaria. Lo era cuando ella sola consigue sacar adelante a sus hijos y lo hace en unas condiciones sumamente difíciles.
De aquella feminista recuerdo las largas conversaciones donde me transmitió que yo era la única dueña de mi pensamiento y, por supuesto, a estas alturas de mi vida no tolero que nadie intente imponerme su criterio. Porque estaría fallándole a ella y al derecho a decidir, a pensar y a vivir que consiguió para mí.
Me parece insultar a mi inteligencia que intenten dirigirme, negándome el derecho a ejercer mi feminismo, que no se me dé el beneficio de la duda y que no se me aplique el principio de la SORORIDAD cuando mi opinión no coincide con la de otras mujeres.
No existe nada más machista ni sexista que la imposición contra la que cada día me revelo y lucho, porque nadie, ni hombre ni mujer, ha de decirme que he de pensar o que he de votar.
El feminismo debería ser común a todos y no una lucha por el poder, que es en realidad en lo que se ha convertido. Se usan las reivindicaciones, manifestaciones y concentraciones como mítines políticos y una puja constante por tener la razón sobre otros. Se aprovecha la brecha creada de forma premeditada y al final, como decía mi abuela, "a mar revuelto, ganancia de pescadores". Nos olvidamos así de las víctimas de la violencia, las recordamos como una cifra, pero no profundizamos ni reflexionamos en que algo está fallando y que a pesar de los millones que se invierten, cada día mueren mujeres y, en muchas casas, las palizas y el maltrato es continuo.
No quiero una sociedad así para mis hijos, no quiero un cruce violento de descalificaciones, ni de insultos, ni de gritos. Porque no ayuda a las mujeres que sufren y lo único que produce es más violencia, malestar y crispación.
Quiero para ellos una sociedad feminista con principios firmes basados en valores como el respeto y la igualdad. Donde no haya que someterse a un pensamiento único que se impone por la fuerza. Una sociedad que no puede dar un sólo paso atrás en lo que hemos conseguido y que no consienta que diluyan y manipulen el movimiento convirtiéndolo en una moneda de cambio para ganar unos y otros una posición para encumbrarse. Porque la igualdad no tiene precio, las mujeres no somos mercancía y nadie nos ha de regalar nada, nuestros derechos son nuestros y no son una concesión por la que haya que pagar ni con dinero ni con votos.
SORORIDAD les ruego; hagan gala ustedes de todo lo que hemos avanzado, de todo lo que hemos progresado y creemos con esta palabra un himno, una bandera y una meta. Construyamos una sociedad en base al respeto de las opiniones, con diálogo y sobre todo con ánimo de alcanzar consenso.
Lo importante es acabar con la violencia y con los violentos, porque de seguir así, la violencia se apoderará de nosotros y de nuestra razón. La razón quedará diluida y tantos años de trabajo se marcharán por un sumidero junto con las lágrimas derramadas.