Bernardo Sartier
Las cámaras, por favor, salgan
Si vamos a hablar de los otros, o sea de muertos, hablemos de los de aquí. De Hipólito, por ejemplo. No creía que hubiese muerto. Pocos días antes nos cruzamos. Hablamos de trivialidades, lo mucho que había llovido este año. Siguió su paseo. Asiduo del "Digna", siempre con un libro o diario abierto mientras comía o cenaba. Solo, soltero, Hipólito formaba parte del decorado del "Digna", si bien que un decorado animado, dandi y de cierto aire distinguido y erudito. Hipólito olía a magistrado o a director general de algo. Tenía aristas. Un carácter fuerte que no disimulaba en estrados. Una vez lo sufrí. Un turno de oficio sobre tráfico de estupefacientes a finales de los noventa. Cuestión de identificaciones dudosas. En mi informe hice una referencia a la inconsistencia de la imputación. Pedí que el fiscal retirase la acusación: la ley de enjuiciamiento criminal obliga al ministerio público a consignar lo favorable al acusado. Finalizada la vista Hipólito me llamó: "letrado, haga el favor"; "¿sí, señoría?"; "esas palabras hacia el fiscal", dijo. "Señoría, estos chavales no hicieron nada". Quedó la cosa ahí y la sentencia fue absolutoria. La razón, que en aquella ocasión estuvo de mi parte, había estado en contra en muchas otras. Este pequeño roce no melló nuestra relación de buena vecindad, esa que Pontevedra sabe imponer desde su dimensión de pueblo en el que todos nos conocemos.
Hipólito Hermida Cebreiro se las tuvo tiesas con la prensa. Consciente de la naturaleza pública de las vistas penales odiaba que los juicios se convirtiesen en un plató televisivo. En un circo. Dejaba grabar unos minutos e invitaba a salir a las cámaras. Esto le granjeó antipatías de los medios que le dieron las del pulpo. Ni se arredró ni varió su criterio, fiel a sí mismo y a lo que pensaba. Por eso ahora, que andamos de un luto manchego y saritísimo y de otro británico y "conservaduro", lutos remotísimos, quiero recordar a quien no jugó al buenismo gratuito y simplón, tan de moda, aquel a quien le importó un comino enfrentarse con los medios manteniendo un criterio en el que creía cuando, seguramente, lo fácil para él hubiera sido dejar que la sala se convirtiese en el Corral de la Pacheca. Un magistrado sin más. Alguien que ni fulgió bajo las candilejas ni bombardeo las Malvinas pero que administró justicia, en conciencia, con todas las imperfecciones y aciertos con que puede hacerlo un ser humano. Alguien que fue coherente con lo que pensaba y valiente para mantenerlo. Molestase a quien molestase. Dijeran lo que de él dijeran.
11.04.2013