Luis López Rodríguez
Risas
Nadie sabe muy bien qué ha pasado, aunque es fácil sacar una conclusión a partir de las primeras informaciones. La gente pregunta, grita, se indigna, buscan a los culpables, pero ya es demasiado tarde. Vera comprueba en el interior de su bolso que también a ella le falta la cartera. Bueno, tampoco es que tuviera mucho dinero, no más de tres o cuatro euros, ni tarjetas de crédito, lo más engorroso será acudir mañana a comisaría para denunciar el robo y renovar el DNI. Prefiere ver el vaso medio lleno, en este caso es literal, ya que todavía no ha terminado su última copa. Sigue bailando, riendo hasta que todos deciden marcharse.
La policía acude tras ser alertada por los afectados del hurto masivo de carteras. Comienzan a pedir documentación a medida que la gente va saliendo. Vera intenta explicar a los agentes que no dispone de la suya porque se encontraba en el interior de la cartera que también a ella le han robado, pero que vive a escasos cien metros de donde están. Por alguna razón no la creen. Ahora Vera es sospechosa. La introducen en el coche policial, esposada, pero sin cinturón de seguridad. De camino a comisaria el coche acelera, frena, acelera y la cara de Vera se estampa una y otra vez contra la mampara que la separa de los asientos delanteros. Los policías se burlan, le dicen que no se queje, ríen. Vera tiene la nariz rota.
Una vez en comisaría continúan las burlas. Vera pide que la lleven al hospital. Le preguntan si está implicada en el hurto de las carteras, qué sabe, por qué no dice la verdad. Vera insiste en que no soporta el dolor y en que, por favor, le presten atención médica. Le dicen que como siga quejándose acabarán encerrándola. No recibe asistencia médica, sí recibe, sin embargo, algún insulto. Ante la falta de pruebas, la dejan ir.
El dolor es tan fuerte que Vera decide llamar a una ambulancia. Tras evaluar el estado de su nariz, los médicos deciden operarla. Realizan un informe donde constatan la gravedad de los golpes recibidos por Vera.
Un año más tarde Vera aporta ante la Fiscalía los informes médicos y los testimonios de las amigas que la acompañaban aquella noche antes de ser detenida. La Fiscalía declara el caso nulo. En ese momento Vera ya se encuentra bajo tratamiento psicológico, tiene miedo de la policía y de salir sola a la calle. Tras el veredicto de la Fiscalía, Vera, además de desesperada, está hundida.
Pero aun hay esperanza. Una asociación le ayuda a elevar su denuncia ante el Comité contra la Tortura de Naciones Unidas dos años más tarde. Vera sigue en tratamiento, sigue teniendo miedo. El tiempo pasa y nada cambia. Es un proceso lento.
Pasan otros dos años. Al fin el Ministerio de Justicia contesta. Son malas noticias para Vera. Otra vez. Aunque había quedado acreditado que Vera estaba en perfectas condiciones en el momento de la detención y salió con la nariz rota de la comisaría, el Ministerio alega ante el Comité contra la Tortura de Naciones Unidas falta de pruebas y que el caso ya ha sido juzgado con todas la garantías por los tribunales españoles.
Ahora Vera, además de desesperada y hundida, ha perdido la poca confianza que le quedaba en las instituciones.