Luis López Rodríguez
El patriotismo
En una de las últimas entrevistas concedidas por Roberto Bolaño poco antes de su fallecimiento, el escritor chileno contestaba de la siguiente manera a la pregunta << ¿Qué es para usted la patria?>> planteada por la periodista Mónica Maristain:
<<Lamento darte una respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria>>.
Bien, creo que no soy capaz de encontrar palabras que definan mejor mi idea de patria. Y eso que yo no tengo hijos. Me explico: acepto mi nacionalidad con naturalidad, no padezco ningún tipo de conflicto identitario, pero no soy patriota, quiero decir, no tengo ningún interés en perjudicar a mi nación, pero tampoco estoy dispuesto a defender sus intereses a cualquier precio.
Sin intención de entrar en el trasfondo político ni legal del conflicto catalán me gustaría detenerme en un punto del auto de procesamiento del juez Llarena contra los líderes independentistas, que considero, nos afecta a todos. Se trata de su persistencia en considerar como alzamiento violento las movilizaciones del 1 de Octubre en Cataluña. Compartamos o no los fines de dichas movilizaciones, a nadie debería escapársele que si los cientos de miles de personas que ese día salieron a la calle hubieran tomado una determinación violenta, como defiende el juez, frente a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, hoy estaríamos lamentado la pérdida de vidas humanas por parte de los dos lados. No se produjeron disturbios ni se levantaron barricadas ni se llevaron a cabo ataques contra la integridad física de policías ni instituciones. Calificar, por tanto, la resistencia pacífica y la desobediencia - así es como yo entiendo lo sucedido, aunque se hubieran producido enfrentamientos como consecuencia de las cargas policiales- como <<actuar violento>>, sienta un precedente que convierte cualquier movilización social frente a las estructuras de poder en un acto violento y a sus promotores en delincuentes. La interpretación de los hechos que efectúa el juez Llarena sienta las bases para que puedan ser juzgados como actos violentos las sentadas de vecinos para evitar un desahucio o las de las de los murcianos que piden el soterramiento de las vías del tren o cualquier protesta en la que la actuación de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado se vea interferida.
Aplaudir argumentaciones como las del juez Llarena porque van en beneficio del Estado español frente al desafío catalán, aunque con ello se respalde una medida que cercena los derechos del conjunto de los ciudadanos españoles, sólo lo puedo entender como la peor- y más extendida- manera de entender el patriotismo.
Hace una semana un magistrado español del TEDH era criticado por la APM, la asociación mayoritaria de jueces en España, al no votar en contra de la resolución mediante la que dicho tribunal condenaba a España por vulnerar la libertad de expresión de dos ciudadanos a los que se había condenado por quemar fotos de la monarquía española, es decir, era criticado por anteponer los Derechos Humanos a los intereses de las instituciones españolas. Un patriotismo que desprecia la autocrítica o la trata de enemiga sólo puede tener como consecuencia una creciente estrechez de miras y libertades, una tendencia irremisible a encerrarse en sí misma y tirar la llave.