Bernardo Sartier
¿Quién revisa al revisor?
No soy partidario del revisionismo. Me parece la antihistoria. Un sin dios, vamos. La historia es la que es. Retirar una medalla o un título honorífico carece de vigor para borrar lo bien hecho y no puede difuminar, si las hubo, las buenas obras. Como ninguna rehabilitación convierte en santo a quien en su pasado se condujo como un delincuente. Soy más proclive al juicio de la propia conciencia, ese que analiza si has satisfecho el deber moral íntimo. La historia debe fluir y en ese fluir toparemos con seres humanos que lucen y se opacan a lo largo de su vida. Franco fue un dictador y nos hemos cansado de retirar símbolos suyos de todas partes en un borrón tan justo como desmesurado e inútil. Sin embargo, omitimos deliberadamente revisar o enjuiciar a una sociedad cagona que, salvo excepciones, careció de huevos para quitarlo de en medio durante cuarenta años. Quiero decir que la revisión suele ser tan a conveniencia como los intereses que la guían.
El Concello de Vigo retira la medalla de la ciudad a Gayoso, lo que viene a suponer que todo lo que de bueno haya podido hacer el personaje en el pasado, suficiente para motivar la distinción en su momento, se tiene por no hecho, o sea, una suerte de revocación de lo reconocido que cuesta entender; al fin, una ficción infantiloide que mueve a hilaridad. Don Julio cometió errores. Algunos de bulto. No seré yo quien los disimule cuando, en alguna ocasión, me he pronunciado poniéndolos de manifiesto. Por ejemplo, una nula supervisión en el asunto de las preferentes que, siquiera por culpa "in vigilando", lo hace incurrir en responsabilidad: no vale excusarse en que era tarea de otros vigilar la comercialización de esos productos, entre otras cosas porque la responsabilidad propia de su jerarquía no se ejerce ni se exige a beneficio de inventario.
Otro desliz, difícilmente disculpable, es la flojera y los pocos redaños para defender Caixanova ante lo que se veía era una operación política para fusionar una entidad terminal con una con posibilidades de supervivencia. Don Julio desperdició una magnífica oportunidad para oponerse a que Caixanova arrostrase con el lastre que suponía Caixagalicia: cedió a los cantos de sirena del poder político y los resultados están a la vista. Pero eso, que no es moco de pavo, no borra el trabajo anterior de Don Julio promoviendo el desarrollo económico de su ciudad y de la provincia. Y coadyuvando a su progreso. Un ejemplo es la Universidad de Vigo. Parece de adolescentes caprichosos retirar una distinción concedida, en aquel contexto, con un criterio tan razonado como justo. Quiero decir que ni antes tan imprescindible mecenas ni ahora tan apestado gestor. Pero este país es así, tierra de extremos y extremistas. Los que desfilaron llorosos ante el catafalco de Franco lo denostaron a vuelta de calendario. Y muchos fachas, reinventados, se dedicaron a colapsar Madrid cuando la diñó Tierno Galván. Dejemos en paz la historia. Que la escriban los que nos sucedan, que siempre lo harán con menos pasión, y, seguramente, con mayor objetividad.
Don Julio está incurso en un proceso penal que determinará sus responsabilidades. En ese foro debe quedarse. Y esa suerte de juicios infamantes, esa especie de tribunales de honor en que quieren convertir los plenos mejor que se los ahorren. Resultan pueriles. Un mero brindis al sol carente de virtualidad práctica. Y que demuestran lo que todos suponemos. O sea, que a lo peor no tienen cosas más importantes en las que emplear su tiempo.
14.03.2013