Beatriz Suárez-Vence Castro
Gracias, Lina
Se puede ser un poco progre y un poco rancio. Gustarte el teatro experimental, el clásico o el esperpento de Valle Inclán, y respetar a Lina Morgan, aunque no sea lo tuyo. Incluso reconocer que te has reído con alguna cosa suya, no debería suponer ninguna mancha en tu expediente. Como ser fan de El Padrino y verte un domingo por la tarde una película de serie B. Se puede. Algunos seres humanos somos así, duales. Vivimos buscando constantemente el equilibrio entre el Ying y el Yang.
A pesar de que encuentro en Lina Morgan similitudes con Jim Carrey, un tipo de humor que me cuesta aguantar mucho tiempo, reconozco que fue una pionera en la comedia. Y eso es muy difícil. Siendo mujer, más. Las mujeres humoristas no abundan hoy en televisión; imagínense en los años ochenta.
La mujer estaba bien en un escenario siempre y cuando pudiese aportar una delantera potente y unas piernas bien formadas, pero ¿hacer comedia? Raro, muy raro. Lina empezó como vedette para poder dedicarse luego al humor.
Tiene además el mérito de haber empezado de la nada y llegar a hacerse empresaria teatral. En 1975 montó su propia compañía con su hermano, que fracasó pero no minó sus ganas de cumplir un sueño: ser propietaria de un teatro en Madrid.
La Latina, ubicado en la Plaza de la Cebada, debe su nombre a otra mujer: Beatriz Galindo, escritora y humanista española, que fue preceptora de los hijos de los Reyes Católicos y firmó sus obras con tal seudónimo. El teatro perteneció a Lina Morgan, quien lo alquiló primero, para comprarlo después en el año 1983, tras los apuros de la empresa que lo gestionaba y que iba a cerrarlo. Consiguió mantenerlo hasta el año 2010 en que, por dificultades económicas, se vio obligada a venderlo.
Aquella niña, cuyo ídolo era Charlot, y que con diez años tuvo que dejar de estudiar, acuciada por las necesidades de la Posguerra, peleó desde jovencita por encontrar su lugar en el espectáculo y consiguió crear un personaje que, aunque ahora pueda verse desfasado, logró el objetivo de hacer reír a muchas personas y abrió camino a las mujeres cómicas y empresarias teatrales que vinieron después.
Los tiempos cambian y, si hoy podemos hacer teatro que diste mucho de aquel, es en parte gracias a las primeras personas que se arriesgaron a hacer simplemente espectáculos cómicos, sin más pretensiones que entretener.
Lina Morgan entra en la categoría de personas a las que, por su trayectoria profesional y su sencillo apoyo al teatro, todos los que disfrutamos en una sala, independientemente de nuestras preferencias, deberíamos despedir con un "Hasta siempre y gracias".