Carlos Xerardo Casais
Palabras enjauladas: Maldito sueño
Hay gente yo conozco alguna y quiero creerle que dice que es capaz de aparcar las preocupaciones a la hora de meterse en cama y dormir toda la noche de un tirón, como una marmota, como si nada, dejándolas a un lado, metiéndose directamente a la faena de planchar la oreja. Sin embargo, para mí, resulta absolutamente imposible conciliar el sueño cuando tengo problemas importantes pendientes de solucionar: doy vueltas y vueltas entre las sábanas, miro una y otra vez hacia las fosforescentes agujas del despertador, al rato me levanto, me tomo un vaso de leche, voy al baño, me vuelvo a acostar y, tan sólo pasados escasos diez minutos, reinicio el ciclo. Y eso que intento pensar en cosas agradables para abstraerme de mis conflictos, pero como si nada. Es la vigilia.
Pero al igual que, como he dicho antes, me es difícil dormir cuando rondan por mi cabeza las inquietudes, también añado, que de no tenerlas, lo que se me hace insuperable es aguantar entera una película en la tele más allá de las doce de la noche. Es más, casi podría asegurar que cualquier programa de la caja tonta en la codiciada franja de prime time tiene un alto porcentaje de probabilidades de no incluirme en su share. Porque el sueño, para mi cuerpo, es como esa bala en la recámara cuando se juega a la ruleta rusa: si no te da, no pasa nada, pero cuando te da ¡pum!, te fulmina al instante. Es el sopor.
Me he hecho mi composición de lugar para explicar las cosas: el sueño viene siendo un estado fisiológico en el que el cuerpo se te pone al ralentí y el coco desconecta su GPS personal y va al libre albedrío. Los sueños son el efecto que produce la mente cuando, yendo por sus derroteros, te monta una sesión continua de películas gratuitas, las más de las veces con un sentido de la realidad un poco extraño. Eso sucede siempre, pero de ordinario, al menos es mi caso, te despiertas y parece que no hubo función, porque no te acuerdas de nada. Es la volatilidad.
No hay que dejar de mencionar que, en un afán de llevar las cosas hacia terrenos más pedagógicos, los neurólogos señalan que durante el sueño se produce un reordenamiento de la memoria; algo así como ese procedimiento de desfragmentación de los discos duros de los ordenadores, que aprovechan todo el espacio disponible lo máximo posible, poniendo los trocitos de información de forma continua y adyacente, para no dejar huecos libres. Es la eficiencia.
A mí me da la sensación no es más que eso, porque soy profano en la materia de que el cacumen en las fases de sueño utiliza la memoria como si fuese el único juguete que tiene a mano y se entretiene con ella, sin reglas fijas, tal como le pilla, sin orden ni concierto. Y lo hace de tal suerte que, ese proceso de realidad recreada, no es ni más ni menos que un algoritmo mental para la virtualización de los acontecimientos del pasado más reciente aderezados con situaciones creativas con tintes absurdos. Dicho a brocha gorda: es un film con un reparto cabal, pero con un guionista al que se la ha ido la pinza. Es la química.
En estos últimos dos años tengo temporadas en las que no duermo nada en toda la noche y después, durante el día, consecuentemente, ando como un pollo sin cabeza: sin saber lo qué me hago, sin saber dónde pongo las cosas, en suma: alelado. Es una senda complicada, porque luego, con el agotamiento, me duermo por todas partes, especialmente después de comer, cosa que no hace más aumentar la confusión de mis biorritmos e imposibilita la normalización de mi descanso nocturno. Es la extenuación.
Recuerdo con especial sobrecogimiento una etapa en mi vida en la que estaba atrapado por un sueño recurrente: en mis delirios noctámbulos, llegaba casi al borde de los escalofríos por un recibo de la luz que había devuelto el banco. La trama consistía en que el mencionado papel, como la falsa monea, iba rodando de banco en banco y de cuenta en cuenta hasta que alguien lo pagase, pero todo era en vano, nadie se quería hacer cargo de él y yo me sentía atrapado en medio de aquella vorágine de insolvencia económica y descontrol sinsentido. Es el miedo.
Ahora, cuando leo los titulares de la sección de economía en lo tocante a los proveedores mayoristas de la luz y las nuevas tarifas contenidas en los boletos que nos van a endosar en nuestra cuenta corriente mensualmente, creo que aquellos sueños no fueron simples pesadillas: fueron una premonición. No sé por qué, pero cuanto más intentan tranquilizarme con buenas noticias sobre la crisis, más nervioso me pongo y menos duermo: Es la realidad.