Hasta que la muerte nos separe
Por Mónica Patxot & Marisa Ciordia
Hasta que la muerte nos separe. Seis palabras que compendian un deseo de amor inagotable hacia la pareja, o por el contrario, una inaceptable sentencia sin derecho que la ampare. El amor y el odio son sentimientos antagónicos que hay quienes enarbolan en una misma bandera.
Hay un poema que no solía faltar en ninguna carpeta estudiantil: ni contigo ni sin ti, mi pena tiene remedio, contigo porque me matas y sin ti, porque me muero. Pasados los años, fluye una lectura totalmente opuesta a la de entonces.
Un significado que a la fuerza bruta acucia a mujeres como Rebeca y Luisa. Ni contigo, porque intentaron acabar con sus vidas; ni sin ti, porque el miedo al ¿me reconocerá?, ¿me localizará?, ¿se saltará la orden de alejamiento?… les imposibilita ser ellas mismas. Anulación que ambas comienzan por un "las fotos de espaldas por favor, que no se me reconozca" y que siguen por "no pongas mi nombre, di que me llamo…". Así que no tienen rostro, no tienen nombre. Tampoco parte de su pasado, que sigue siendo presente y sólo es completo y narrable entre su familia más cercana -si la tienen-, en las instancias policiales, judiciales o en el Centro de Información a la Mujer al que acuden. Miedo de nuevo a que alguien pueda leer estas líneas y reconocerlas.
Ambas comienzan por un "las fotos de espaldas por favor, que no se me reconozca" y que siguen por "no pongas mi nombre, di que me llamo…"
Me gusta que te miren a los ojos, porque entiendo que la vergonzante vergüenza que otras mujeres sienten por ser o haber sido maltratadas, no existe en ninguna de las dos. Esos ojos que son mil ojos, pendientes siempre de todo lo que les rodea, pendientes del temor, como es el caso de Luisa. Pendientes de una fecha, en la circunstancia de Rebeca, a partir de la cual "me tendré que marchar de Pontevedra" augura con resignación. Así que tampoco habrá potestad sobre su futuro.
Contigo porque me matas. Ambas lograron salvar el fatal desenlace. Un escalofrío te recorre la espalda al escuchar cómo evitó el ataque Rebeca. Y te queda un nudo en la garganta cuando relata las secuelas que le quedaron a su criatura tras ser testigo de los hechos. Luisa se vio desprevida en las manos de su agresor en una concesión de confianza.
Y sin ti porque me muero. Rebeca no llegó a denunciarlo porque la contundente evidencia de lo sucedido lo envió a prisión. "Sé que me responsabilizará a mí de su situación actual" y esa circunstancia sigue apuntando hacia ella en el centro de la diana. Qué cobarde paradoja.
Luisa: "yo me sentía como una presa de caza"
Rebeca: "me tendré que marchar de Pontevedra"
Luisa sí lo hizo, tras un calvario de amenazas de muerte, acosos telefónicos y físicos y un intento de acabar con su vida. Sin embargo, a la protección que reclamaba al "sistema", le respondieron "no vemos motivos para dar una orden de alejamiento". Así que el verdugo tuvo vía libre para continuar con su fechoría mientras "yo me sentía como una presa de caza". A día de hoy están en vigor dos órdenes de alejamiento; pero sigue cohibida por un paradero desconocido.
"¿Denunciar? Sí, que denuncien los malos tratos, pero hay que ser muy valiente para hacerlo", dice una de ellas. Y esa afirmación pesa como una pared de cemento armado sobre tanta campaña institucional. No es sólo por la reacción de los agresores, es también por la incongruencia de leyes vigentes, por la fragilidad de las medidas de protección, o por la mirada de perfil que todavía persiste en la sociedad.
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