Beatriz Suárez-Vence Castro
Her
Tenemos en cartelera una película rara. Y lo raro, al contrario de lo que suele creerse puede ser muy bueno. Nada en Her invita a verla: ni acción, ni ruido, ni color. Pero cuando nos damos cuenta ya nos ha atrapado. La verdadera acción comienza a suceder en nuestro interior, acompañando a Theodore, su protagonista, quien tampoco espera, en el momento que instala un novedoso sistema operativo en su ordenador, el viaje que está a punto de emprender. Será el suyo un viaje interior, catártico, sin posibilidad de retorno, del que saldrá, a través de un gran sufrimiento, extremadamente fortalecido.
Theodore es un escritor frustrado, herido, que acaba de perder a quien más quiere, asustado y confundido. Nadie que no hayamos sido nunca nosotros mismos o nadie a quien no hayamos conocido nunca. Es nuestro espejo. Y si ese espejo lo multiplicamos, como se hace en las atracciones de feria, vemos el retrato del ser humano como especie, que intenta reubicarse en un mundo cada vez más deshumanizado, despiadadamente individualista, dominado en muchos aspectos por la tecnología.
¿Quién no ha comprobado el vértigo de sentirse sólo rodeado de una multitud o la lejanía de alguien que está físicamente a tu lado?
A Theodore le ha hecho tanto daño otro humano que busca consuelo en una máquina porque cree que así será imposible experimentar más dolor o traición. Que de esta manera estará a salvo del amor. Lo mismo comienzan a hacer muchas personas más en una ciudad que puede ser cualquier urbe desarrollada del planeta: Nueva York, Shangai, da igual el exterior. La verdadera revolución se está produciendo en el interior.
Los humanos cada vez se alejan más de sus semejantes porque no son capaces de comunicarse con ellos y se acercan a las máquinas que aunque les hablan, no tienen cuerpo ni rostro. Les ofrecen una seguridad alejada de cualquier sentimiento. Hasta que comprenden que ninguna relación, ni siquiera programada, es perfecta. Que los sentimientos surgen por mucho que los neguemos y que aunque ya hayamos pasado por ello, volveremos a sufrir y que esto no es necesariamente malo. Lo único malo es no ser capaz de sentir. Por eso las máquinas sucumben también al mundo de lo sensitivo. A su manera. Y a su manera, también nos abandonan.
El director de Her, Spike Jonce, consigue crear una atmósfera hipnótica, casi irreal que sin embargo resulta profundamente veraz. A ello contribuyen la magnífica fotografía de Hoyte Van Hoytema, su magistral iluminación, siempre en consonancia con los claroscuros del personaje protagonista y un texto sólo sencillo en apariencia pero que encierra, como toda la película, una gran profundidad.
El guión cuenta ya con el globo de oro y está nominado también para el Oscar, así como la banda sonora firmada por Arcade Fire. Mención especial dentro de la música del film merece la bellísima canción "The moon song" interpretada por Karen O. que opta al Oscar como mejor canción.
Competirá también Her en la categoría de mejor película y Spike Jonce en la de mejor director. La Academia ha obviado sin embargo el grandioso trabajo de Joaquin Phoenix como actor protagonista.
Mención especial merece Scarlett Johansson en su papel de Samantha, un sistema operativo casi humano al que la actriz sólo puede hacer presente con la voz a la que logra dotar de todos los matices necesarios para que lleguemos a sentirla aunque no podamos verla, otro pequeño milagro de Her.
Drama, comedia, romance y ciencia ficción que juntos sumergen al espectador, lentamente, sin saltos bruscos, en un recorrido por los propios sentimientos, desde la nostalgia hasta el convencimiento de que habrá un futuro siempre que construyamos nuestro presente con sabiduría, sin intentar huir del dolor porque este forma parte de la vida y, lo mismo que la felicidad, nos enseña a ser cada día un poco más humanos. No hay forma de pasar por la vida sin experimentar ambos sentimientos.
Una reflexión sobre la soledad que se va transformando de enemiga en aliada hasta que llegamos a comprender que aunque amemos a los otros, debemos empezar por amarnos a nosotros mismos porque si no sabemos convivir con lo que somos, nunca podremos hacerlo con los demás. Cometeremos siempre errores pero autocastigarse no sirve de nada. Sólo mirar hacia dentro con serenidad para conocernos bien nos ayudará a no repetirlos. Tenemos que saber siempre quiénes somos y si los demás no llegan a conocernos del todo, que eso no sea motivo de sufrimiento.
Yo me quedo con la maravillosa frase del personaje de Amy Adams en la película, una mujer que comprende que tiene que dejar de esconderse si quiere ser feliz y que no está dispuesta a que su excesiva preocupación por ser aceptada le siga robando energía: "La vida es muy corta, y ya que estoy aquí, voy a permitirme la alegría."