Pedro De Lorenzo y Macías
El emigrante, su retorno, su nostalgia.
El mar suave, tierno y con agarimo; la blanca luna y las estrellas le miman, le colorean. Están expectantes….., alegría y tristeza: nació un niño, a carón de él. Una casucha de pescadores. Era su tercer hijo.
Jugueteaba con las olas y las quería dominar. En esa playita construía castillos de arena y en su imaginación iba creando sueños de ilusión, de grandeza.
Cumplió tres años y ya eran más hermanos. Su padre faenaba en brava ría; partía al atardecer y regresaba de mañana. Su madre lo esperaba con una gran patela; la llenaba de las capturas e iba por los pueblos ejerciendo el trueque: pescado por leche, pan, alimentos para su casa.
Él se quedaba en casa, cuidando de sus hermanos menores. Al cumplir los siete años, sus padres lo enviaron a Argentina con unos tíos. Partió de Vigo en un barco a vapor que se iba alejando de su tierra gallega. El niño no apartaba sus ojos del este, y, con lágrimas, vio como el gran mar engullía su terriña.
Allá, en la otra tierra, realizó toda clase de trabajos; se especializó en carpintería y, poco a poco, montó su negocio que le generaba buenos dineros. Parte los enviaba a sus padres. Conoció a una joven, se enamoró…,, se casaron. Pronto su casa se lleno de la alegría de niños y niñas. Su negocio se extendió por varias ciudades argentinas; tenía una buena plantilla de trabajadores, todos emigrados de España.
Sus hijos tuvieron estudios y todas las comodidades, las que le faltaron a él en su tierra de ensueño. Éstos finalizaron sus estudios; unos siguieron con el negocio de su padre y otros se independizaron. Pronto llegaron los nietos…, ¡siguió trabajando! El trabajo fue su única licenciatura.
Un otoño negro y traidor se llevó a su compañera, amiga y madre de sus hijos al origen de la vida. Una gran soledad le aprisionó. Sus hijos, nietos tenían serias labores. Sintió morriña y decidió volver a su edén de natural belleza.
Cruzó el atlántico volando y en pocas horas llegó a Barajas; no esperó más. Embarcó hacia Peinador, en Vigo. Se subió en un taxi……, llegó a su cuna: tristeza, desolación.
¡La hermosura de la naturaleza fue reemplazada por el ladrillo y efectos de artificio! Sus parientes tuvieron fortuna; vendieron sus fincas y, en ellas, construyeron casas, hoteles, restaurantes…., ¡emanaban agobio!
Quiso contactar con su familia.. Estaban de mucho ajetreo, ya político, ya dinerario.. ¡Era un desconocido en su tierra! ¡Qué dura es la existencia! Luchas por los tuyos y te dejan en el olvido.
¡Allá, en el alto, estaba su casiña! Habían desaparecido las caprichosas dunas, en las cuales jugaban con sus fantasías. Todo era artificial, ya no se veían niños jugando con las algas, cogiendo navajas.. ¡Todo ha cambiado, menos sus vivencias!
Despacio, lento fue recorriendo el paseo de cemento… ¡Era de artificio y sin el espíritu de los hijos del mar! Llegó a un recoveco. Allí, un artista bohemio elaboraba la grandeza de castillos de otros tiempos.
¡Quedó absorto, hechizado! Se trasladó a su niñez. ¡Qué fantásticos castillos, con sus defensas acuáticas, elaboraban! ¡Cuántas murallas de arena fina había construido para impedir ataques de piratería!
¡Allí estaba una figura sobre la piedra del Corbeiro! Su curiosidad venció su silencio y preguntó qué pintaba allí esa imagen. Le informaron.
“En el año 1995 fue colocada como símbolo de identidad de Sanxenxo. Una creación del escultor Alfonso Vilar. Se inspiró en la mitología celta y simboliza la belleza del mar. La denominaron La Madama del Silgar. Su presentación en sociedad fue bastante discutida, pero, poco a poco, fue enamorando a visitantes y vecinos alcanzando una gran popularidad”.
¡Ya atardecía! Se encamino hacia la Punta Vicaño. Había construido un parque, respetando su natural entorno. Observó a niños disfrutando de una tirolina y otros corriendo por sus senderos. ¡Alegría, gritos y lloros!
Paseó. A la veira del jocoso mar, se sentó en una roca y se extasió. Fue viendo los cansinos bostezos del sol, que se iba acostando entre lejanas olas, dándole un colorido de embrujo.
Ya el sol dormitaba y el mar lucía el encanto de las estrellas y la burla de la traidora luna, vestida de pompa y luciendo todas sus galas. Una serenidad se apoderó de este emigrante. Felizmente se fue durmiendo, volando su espíritu a la belleza de la creación. Finalizó su caminar en su entrañable tierra.
Pedro de Lorenzo y Macías.
Fotografías: © Sofía Lorenzo Gómez.