Kabalcanty
Soledades (La madre. 2ª Parte)
Ya hace más de tres meses que murió mamá. En las dos primeras semanas apenas hubo movimiento de teléfono y de llamadas a la puerta, después todo cambió. Mi hermano me llamó para solicitar mi presencia en una gestoría para firmar no sé qué papeles para llevarlos al notario. Insistió varios días, tras darle largas diciéndole que no me encontraba bien, hasta que al final se me ocurrió la solución de completar las gestiones telemáticamente. Eso nos lo enseñó a todos la pandemia de Covid-19. Desde entonces se me da bien manejar internet porque así me he salvado de acudir personalmente a multitud de sitios; no soporto enfrentarme a hombres o mujeres preguntándome cosas que saben de sobra para rellenar papelotes que sólo sirven para complicarte la vida. Prefiero la asepsia de internet, la comodidad de hacerlo desde casa sin tener que lidiar con nadie.
Luego vinieron las llamadas a la puerta de casa. No abrí a nadie. Tuve, cierto día, que hablarle tras la puerta al administrador porque, según me dijo, debía poner mi nombre completo en los recibos de comunidad, de luz y de calefacción.
— El nombre de tu difunta madre ya no es válido, muchacho. Esta propiedad necesita una persona física responsable de los recibos. ¿Comprendes?
Me dijo tras la puerta y noté su deje impaciente e imperativo. Creo que quería decirme: "Como eres un completo imbécil, los adultos y responsables tenemos que decirte lo que hay que hacer." Pero, claro no se atrevió.
En estos más de tres meses de soledad la ausencia de mamá me ha pesado más de lo que yo podía imaginar. En cada rincón de la casa, esta casa que habitamos los dos solos por más de veinte años, escucho sus palabras, su respiración, sus ayes los últimos días de su vida. En ocasiones le hablo. Cada vez más a menudo para ser sinceros. Me pongo frente al televisor viendo sus concursos favoritos, o al lado de la radio, la del cuarto de estar que da al patio de luces, y comento todo lo que comentábamos de ese concursante o de aquel, de esa noticia, de ese modelo de fulanito o de menganita, de ese corte de pelo….. Otras veces hablábamos del pasado, muchas veces la verdad. Ella, con su voz pausada y sus ojos medio entornados, me contaba cuando conoció a papá o cuando mi hermano mayor dijo que quería ser de mayor militar. Nos reíamos a veces, otras no tanto. La vi llorar a escondidas, haciendo cómo que se limpiaba las gafas junto a la luz del balcón, dándome la espalda, moviendo levemente los hombros al compás de sus tácitos sollozos. Es que mamá no fue feliz, ya lo dije. Casi todos sus sueños, deseos imbuidos en su adolescencia y juventud, se quedaron flotando en su universo intrínseco como un anhelo inalcanzable que, de puro viejo, se convirtió en dolor, en esquirla punzante lastimando su día a día. No eran sueños irrealizables, no, para nada, eran viajes, besos cotidianos, miradas cómplices, motivos comunes que nunca existieron para ella. Su soledad, de la que mi hermano no supo nunca nada y que papá ignoró por conveniencia, la fui entendiendo y descubriendo sólo en los años en los que vivimos solos los dos. Tampoco hizo falta que me contase los pormenores, los deduje porque yo mismo heredaba esa soledad. No era de la misma índole, sin embargo una palabra, un gesto, un recuerdo a media luz me servían para comprender la herida de su soledad. Mamá y yo manejábamos nuestras soledades porque en ellas habitábamos y desde ellas deseábamos que algún día, muy incierto, aunque eso nos obligábamos a callarlo, se disolvieran en la vasija de nuestros sueños.
Hago la compra semanal desde internet. Les digo que me avisen antes de llegar al portal para esperarles en la puerta y meter las bolsas lo antes posible. Confieso que cada vez como menos por lo que mis compras son más exiguas de semana en semana. He perdido mucho apetito, se podría decir que me aburre comer. Escuchar el golpeo de la cuchara o el tenedor sobre el plato como único acompañamiento al almuerzo o la cena me llena de abatimiento. Me costó reconocer esa ausencia de compañía porque lo achacaba a una pasajera inapetencia, a un empacho eventual ya que mis guisos no son ni parecidos a los que hacía mamá. Pero me engañaba. Mi falta de ganas es de la misma naturaleza que la angustia que siento todos los días y a todas horas.
Comencé por extrañar a mamá de una forma explícita: su cuerpo no estaba, sin embargo, pasados los días, ella me falta hasta en el aliento. Antes no hallaba su cuerpo porque estaba depositado en un ataúd, ahora lo añoro como mi propia voz. En los ratos que hablo con ella, como dije, mi voz va sonando, cada vez más, demasiado crecida, como si no fuese mía, como si las respuestas de mamá se redujeran al eco de mis propias palabras y me condujeran, en mi entelequia, a una especie habitación hermética donde mis palabras me laceran hasta los límites de la locura. Mamá me mira, me escucha, pero su voz es sólo un bramido que retumba y retumba hasta tener que huir de cuarto en cuarto sin encontrar un recodo de alivio. Probé a dejar de hablar con ella, abandonar esos soliloquios frente al televisor o la radio, pero eso fue peor. Necesitaba contarle como hacíamos antes, era necesario, era lo que me pedía su insoportable ausencia. ¡Mamá debía seguir conmigo! ¡Ella y yo lo necesitábamos!
Esta mañana mi hermano me ha mandado un mensaje diciéndome que el dinero que tenía en la cuenta del banco mamá se ha dividido, o sea que tengo la mitad de lo que tenía. He calculado que, al ritmo austero que vivo, tengo dinero para un año a lo sumo. Eso me da igual, llegado el caso tendré que adoptar una solución drástica. Estaba dentro de mis planes: si mamá fallecía mi existencia tendría que acoplarse de la manera que fuera. Mi hermano no tenía culpa. Él necesitaba el dinero y eran tres para subsistir. Lo comprendía. Estos rompecabezas de dinero que sostienen la existencia de todos nunca me interesaron. Demasiadas renuncias a la intimidad para poder vivir una vida miserable y sumisa. Respeto la manera de vivir de los demás, sin embargo mi vida la vivo como me da la gana, sin pedir réditos y complacencias a nadie. Mamá lo entendería, papá y mi hermano no. Lo sé.
Ahora vendrá el tema de la venta de esta casa. Es una casa céntrica, espaciosa, golosa para el depredador mundo inmobiliario. Me imagino que mi hermano ya estará en pos de la presa. Lo comprendo. Pero estoy preparado para no salir jamás de esta casa. Lo diga quien lo diga, lo mande quien lo mande. Si me quitan la sospecha de que mamá vive todavía entre las paredes de esta casa, ¿qué me queda? ¿Percibes mis razones, mamá? ¿Me entiendes? ¿Crees que lo tengo que permitir? Claro... Eso es lo mismo que digo yo, mamá.