David Darriba Pérez
El mundo me queda demasiado grande
Estuve al menos cinco minutos dándome de cabezazos en el cristal. Algunos creyeron que había enloquecido, pero nada más alejado de la realidad. Lo que sucedía es que estaba desorientado. ¿Nunca se han visto en el trance de no encontrar la salida? Espero que no lleguen a estarlo. La sensación es desagradable, fóbica y huele a muerte. De no encontrar la salida, mueres, tarde o temprano, y comienzas a rogar que más bien sea temprano para evitar sufrimientos inútiles.
Era un día caluroso y la persiana casi estaba baja del todo para no dejar pasar al sol. Tenía un hambre voraz y fui hasta la cocina. Me contenté con una ciruela que debería llevar allí varios días y de la cual ya rezumaban sus jugos al exterior. Reconozco mi glotonería y estuve entretenido con la fruta un buen rato hasta que la abandoné por aburrimiento. No a todo el mundo le gusta el verano pero a mí, sus temperaturas extremas, me llenan de una vitalidad que casi nadie comprende. Fui al sofá. Creo que pude estar cerca de dos horas, quieta por completo para no gastar energías de forma innecesaria. Una gran sombra me tragó por completo e inmediatamente después una inesperada corriente de aire me pusieron alerta. Salí de ahí, regresé y volvió a ocurrir lo mismo. Así durante al menos nueve o diez veces. De la última vez sufrí un tremendo golpazo que me dejó aturdida. Me alejé como pude hacia el pasillo permaneciendo oculta en algún escondite, de nuevo muy quieta, y sin que se me ocurriera moverme hasta pasados unos minutos. Al sentirme segura marché lo más silenciosa que pude hacia otro lugar.
Un váter, aunque llegara a parecer limpio, es un lugar lleno de mierda. Esa es su función y por lo tanto la suciedad se convierte en inevitable. Me quedé un buen rato en la taza. Pensé, me abstraje, que el sitio parece pedir a gritos tales ejercicios intelectuales. Abstraerse también lo considero un ejercicio intelectual. Muchas veces las mejores ideas salen de no pensar (reconozco que yo no suelo pensar mucho). El caso es que pasado un tiempo, me levantaba del váter para dar una vuelta y retornaba en cuanto me aburría.
Tuve la necesidad de salir de aquella casa. La comodidad de cuatro paredes no tiene comparación con la libertad de la calle. La belleza del sol que no se deja admirar, de la luna envuelta entre las nubes, la belleza de la maleza que todo lo atrapa y de la rama que navega por el río al caer la tarde, no tienen parangón. Así que fui hacia la luz que se colaba por la persiana pero me topé con la ventana. A un lado la ventana y al otro la persiana. Estaba atrapada… Y ante semejante estado de nerviosismo, procurando atinar con la salida, empezaron los cabezazos contra el cristal. Primero fueron discontinuos, pero en cuanto me di cuenta de lo infructuoso de mis intentos, comencé a buscar dicha salida con desesperación, yendo de arriba abajo, de izquierda a derecha, y golpeándome cada vez más fuerte. Si había entrado podría salir.
En esas estaba cuando pude olfatear el aroma a aire fresco. Hallé un resquicio en la ventana. Me di un último cabezazo por no atinar bien y salí como una bala hacia el exterior. Volví a sentir la vida que minutos atrás se me escapaba en aquel reducido espacio. Pude salir victorioso de aquella. Si se me presentara otra situación parecida no sé cuál sería mi destino. Es lo que tiene el ser una jodida mosca…