Kabalcanty
Soledades (La madre. Parte 1ª)
Ayer murió mamá. Debí tenerlo asumido desde tiempo atrás pero, llegado el momento, me pilló desprevenido. El cáncer la consumía lentamente, los múltiples ingresos en el hospital, el proceso de deterioro en casa, los paliativos, sin embargo, en el fondo de mi ser, quería creer que ella nunca desaparecería de mi lado. Murió sola, de noche, cuando yo dormía en mi cuarto soñando con lo que nunca haré.
En los últimos días me dijo varias veces: "Hablaré con tu hermano para que nunca te sientas solo. Su mujer y él serán tu nueva familia. Ya verás." Yo nunca tuve afinidad con mi hermano, ni cuando vivía en casa, ni después de casado. Vivíamos en mundos diferentes, aislados el uno del otro, indiferentes a lo que podía interesar al otro. Nos vimos en el entierro. Su mujer iba de negro riguroso y a mi sobrina pequeñita le colocaron un lazo oscuro para sujetar su coleta rubia. Él apenas me dijo nada. Nos mirábamos a hurtadillas, serios, muy metidos en el papel circunstancial, pensado cada cual cómo iba a ser el después de. Luego, a la salida del cementerio, antes de irnos cada uno a su casa, me anunció que él se encargaría de todo: la posible venta de la casa, el impuesto de sucesiones, la notaria. "De momento, todo seguirá igual, pero, como comprenderás, las cosas deben repartirse por igual entre hermanos. Así lo quería madre y así se hará.", me dijo circunspecto, moviendo las manos elocuentemente y evitando mirarme a los ojos. "Has hecho de tu vida un sarcófago pero los demás no tenemos la culpa. Tal vez madre sí que pudo hacer algo más.", continuó antes de despedirse.
Papá murió mucho antes. Bebía demasiado y los tragos acabaron con él antes de jubilarse. Intentaba tomarse a broma todo lo serio de esta vida como si la cosa no fuese con él. Pudiera ser que esta conducta la propiciara la bebida, pero creo que su natural también comulgaba con eso. Mamá y papá no fueron muy felices en su matrimonio. Eso me confesó mamá, una vez fallecido papá, cuando mi hermano se casó y se fue de casa. Papá era egoísta acérrimo, decía mamá, y sus alrededores le importaban más bien poco. Él caminaba por la vida mirando hacia adelante sin detenerse ni en su izquierda ni en su derecha y mucho menos mirando hacia atrás, a los cadáveres que dejaba a su paso. Fue guapo y simpático de joven, luego envejeció distante y embutido en el alcohol. Eso me decía mamá en los atardeceres de otoño, cuando bajábamos al bar de Ulpiano a tomarnos unos cafés antes de cenar.
Esta tarde, después de que enterrásemos a mamá, han llamado varias veces a la puerta de la casa. Vecinos pesados que quieren interesarse por cómo me va, por cómo voy a apañármelas. Ya, era de prever. Pero tampoco ahora, porque me haya quedado solo, voy a abrir la puerta. No me gustan las visitas ni hablar majaderías con gente que sólo desea cotillear mi estado. En el entierro, con la obligada excepción de mi hermano, no he hablado con nadie. Familiares que se han acercado a darnos el pésame, algunos conocidos y otros menos, han pasado por mi lado murmurando algo ininteligible que yo he respondido con un parpadeo o un mudo movimiento de labios, sin querer decirles nada y sin escuchar lo que me decían. Me pone nervioso su presencia, sus miradas obscenas, sus comentarios manidos.
Dentro de tres meses cumpliré cuarenta años. Estudié en la universidad lo que me aconsejó mamá. A mí me daba igual, en realidad no quería seguir estudiando, pero entonces vivía papá y no me atreví a decir que no. Papá siempre decía que, en estos tiempos, el que no estudia se queda fuera. Yo estaba fuera siempre pero él no le entendía. En el colegio, en el instituto, no congeniaba con nadie. Todos me infundían… temor, me parecían agresivos, insustanciales, Los profesores, los alumnos, hasta los bedeles me trataban como si fuese de otra galaxia. Me exasperaban. No comprendían que no tenía nada qué decir, que sus intromisiones me procuraban una excitación incómoda que solía acabar en una huida hacia mis adentros, mi verdadero hogar, mi intimidad. A nadie se le ocurrió pensar que yo necesitaba lo que mamá siempre comprendió: mi particular espacio. Dentro de esa porción de mi yo, mamá se manejaba como una entendida en la materia. Me escuchaba, aunque no dijese nada, simplemente observándome, y luego asentía con la esperanza de que yo le contase algo cuando fuese oportuno. Muchas veces nunca encontraba la ocasión, sin embargo, mamá me comprendía aún en esas ocasiones. Estaba bien en casa, con ella, sin papá de por medio, sin mi hermano, a decir verdad, y estábamos tan compenetrados que nuestras ocupaciones caseras, por mucho que se distanciasen, siempre llegaban a un punto de acuerdo. Papá, si hubiese vivido, nunca habría visto bien que yo no encontrase trabajo. Hubiera sido terrible. Por eso, casi mejor que muriese antes. Mamá me lo dijo muchas veces lo del trabajo, pero con su forma amable y sin insistencia.
¿Cómo podría encontrar un trabajo? Ni me lo planteaba. Me daba pánico. Estuve de prácticas, en el último curso de la carrera, y llegaba a casa exhausto, agotado de tanto soportar el olor de los demás, sus comentarios, su forma de dirigirse a mí. Me sentía agredido. "¿Por qué, cariño?", me preguntaba mamá y yo notaba que sufría cuando me formulaba la pregunta. No podía contestarle a ciencia cierta. Estaba mal, intranquilo, cumplimentando una comedia que, afortunadamente, sabía que tendría el solaz de llegar a casa y respirar mi intimidad a pleno pulmón. A solas por fin.
Recuerdo que fue un día de mayo, antes de terminar mi fase de prácticas, cuando mamá me aconsejó que intentase hacerme un hueco en la empresa. "Si pudieses quedarte tras acabar las prácticas tendrías un buen trabajo. Nunca se sabe, por intentarlo." "¿Cuándo echan por la tele la último capítulo de Andor?", le contesté, y luego, sin dejarla responder, añadí: "Además, tenemos que bajar la ropa de verano de altillo y sabes que para eso, entre los dos, nos la apañamos muy bien." Tenía que explicarle a mamá que no quería el puesto en esa empresa, ni en esa ni en ninguna. ¿Cómo podría soportar esa tensión durante ocho horas? ¿Era necesario contarle a mamá que yo sólo deseaba estar con ella, en casa, solos los dos? Mamá lo entendería porque si había algo sobresaliente en ella era la empatía. No hizo falta que le dijese nada, ella lo intuyó y confió en mí. No era igual que mi hermano como tampoco era similar el amor que sentía por ella. Estaba bien, perfecto, estando los dos solos a nuestras cosas.
Pero ahora, ella ya no estaba. Nunca regresaría. Estaba solo. Terriblemente solo.