Juan de Sola
Pasando lista
En pleno mes de junio, la recta final se impone en la actividad ordinaria de las aulas. Y, por norma, después de mañanas y tardes interminables de estudio y noches sin pegar ojo, apretando el acelerador al máximo, llega lo mejor. Toca viajar a un destino por descubrir y a un lugar donde se presume habrá que vivir nuevas experiencias lejos de casa; todo un sueño para cualquier adolescente que considera una verdadera recompensa, ante tanto esfuerzo de meses y meses hincando los codos sobre una mesa, el compartir con su círculo de amistades esa inigualable sensación de libertad que es consubstancial a viajar.
Sin embargo, no todos estaban en igualdad de condiciones. Existían notables diferencias entre unos y otros. Saikouba Darboe, un joven de Gambia, no disponía de la cantidad necesaria para ser uno más de la apasionante aventura que debía poner el broche de oro al curso. Se lo confesó a un compañero en un baño, y éste sintió como el mundo se abría bajo sus pies. Hasta tal punto que trasladó su preocupación e inquietud esa misma tarde nada más dejar la mochila en la puerta de casa. En cuestión de horas, él y su familia lograron movilizar al resto de la comunidad educativa con el objetivo de lograr los fondos para que nadie se quedase atrás. Acción, reacción. Una improvisada campaña de venta de papeletas y la posterior celebración de una gymkana se convirtieron en una supuesta vía de solución para recaudar los fondos necesarios y festejar lo logrado.
En 2021, Saikouba, a pesar de ser un niño, optó por arriesgarlo todo y navegar por una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo (Frontera Sur). Desde Gambia y pese al riesgo infinito, la patera fue su único salvoconducto para pisar suelo europeo. Él tuvo suerte y cumplió ese deseo en el que se ahogan más de 5000 personas cada año al intentarlo, según datos de la ONG Caminando Fronteras. Un sueño truncado para miles de seres humanos anónimos a los que un mar inclemente se los traga sin que nada ni nadie haga algo por evitarlo; un drama que se repite una y otra vez y al que asistimos, en un primer plano, sin apenas conmovernos.
Sus primeras intenciones se centraban en trabajar para enviar dinero a casa. A su madre. Pero, es conocido que el trabajo infantil no está autorizado en aquellos países – como España – que pertenecen a la Unión Europa. Aunque, desgraciadamente, existen empresas que, de manera despiadada y sin pestañear, se aprovechan de esta extrema necesidad basando parte de su producción y actividad en la explotación infantil. Delitos por los que algunos empresarios ya han sido denunciados sin haber recibido el debido castigo porque todo queda reducido a una triste sanción económica.
Sin embargo, en esta ocasión sí, se cumplió un estricto seguimiento del sistema de protección de menores migrantes. De tramitar y garantizar su situación se encargaron desde el colegio Jaime Balmes, un centro ejemplar donde los principales valores de integración, respeto e igualdad no son conceptos manoseados, huecos, vacíos de contenido. Forman parte de la realidad cotidiana.
Gracias a este oasis, que insufla una buena dosis de esperanza en estos complejos tiempos en los que no resulta sencillo ejercitar la solidaridad con todas las letras, hoy un grupo de adolescentes disfrutan de una super excursión de fin de curso. De una experiencia que nunca olvidarán porque ni Saikouba ni sus compañeros y compañeras concibieron, desde el primer minuto, hacer un viaje sin ausencias, sin desigualdades, sin abrir la puerta a la discriminación, declarándose en rebeldía ante la falta de oportunidades y la injusticia social. Tengo entendido que a esta hora pasan lista en algún aeropuerto o en alguna estación de tren o autobús y, al parecer, no falta nadie. Que prometedor. ¡Feliz viaje!