José Mª Cumbraos
Con Leila Guerriero, escuchamos narrar una vida
Con Leila Guerriero, escuchamos narrar una vida
(La llamada; un retrato, Leila Guerriero, Anagrama, 2024)
Lo primero, la violencia y la sinrazón de los hechos. Silvia Labayru, joven, casi una adolescente todavía, embarazada, secuestrada y conducida a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), torturada, violada, pero no asesinada como casi todos los que por allí pasaban. El pero es fundamental, porque de muchos peros están construidas todas las injusticias subsiguientes, como si con esta no fuese suficiente.
Lo segundo, la injusticia, así en singular para englobar todas las imaginables: en Argentina y fuera de ella, nacidas del odio enemigo pero también del resquemor de aquellos con los que compartió ideales y luchas. Injusticia dolorosa, clavada en el alma para toda la vida pero a la postre incapaz de doblegar las ganas de vivir de Silvia, luchadora indomable en pos de las segundas, terceras, cuartas, quintas, de todas las oportunidades a las que se tiene derecho.
Lo tercero, la literatura. La altísima literatura de Leila Guerriero que nos habla de memoria, de la necesaria redención y de la justicia frente a la sinrazón y el fanatismo, siempre ocultos en la sombra a la espera de apoderarse de vidas y hacerlas jirones.
Con todo ello arma Guerriero un libro apabullante (crónica novelada, conversación, biografía, memorias, ya lo definirá el lector como prefiera), al que cuesta abandonar porque rebosa de vida, de, pese a todo lo que en él se narra, esperanza y sobre todo, de personalidad. Personalidad de la autora, con toda una bibliografía a sus espaldas y especialmente, personalidad de la protagonista, para seguir adelante siempre, sin permitir que "los mensajes dejen la tonalidad de la tristeza".
La escritoria argentina se enfrenta al reto de que comprendamos cómo Silvia Labayru pudo superar el sufrimiento y mantener la ilusión desde el proceso deshumanizador que la convirtió en "un pedazo de nada" (resumido en torturas, el parto de su primera hija, Vera, encima de una mesa en los sótanos de la ESMA, la incomunicación, las violaciones, el chantaje…) a la incomprensión que nace del fanatismo del más cercano, de los correligionarios montoneros que no conciben la salvación sin delación, necesitados del trámite de la muerte para crear héroes absurdos, consumidores de pastillas de cianuro, hasta negadores del aborto por impedir la génesis de futuros revolucionarios.
Silvia Labayru vivirá en Argentina y en el exilio madrileño la incomprensión, el recurrente "y vós por qué te salvaste", la duda sembrada sobre el colaboracionismo, el síndrome de Estocolmo y cualquier otra variante que los que se atreven a comparar su dolor con el incomparable nivel de sufrimiento de ella, se atreven a utilizar para justificar algo que solo se explica desde la lucha por sobrevivir.
Todo ello lo enhebra Leila Guerriero con honestidad, dándole voz y todo el tiempo necesario a Silvia (conociéndola y frecuentándola por mucho que diga que "no la ve vivir, solo la escucha narrar su vida") y a todas las personas que supusieron y en parte suponen aún algo en su vida; amigos de la adolescencia, algunos aún amigos actuales, correligionarios montoneros, sus hijos Vera y David, de nacimientos tan diferentes, amantes, maridos, compañeros y por supuesto de sus padres, fallecida ya ella pero todavia vivo él, cuyas vidas tanto justifican genéticas y maneras de ser.
Dos conversaciones, delicadísimas, naturales, con dos padres (con el de Silvia, furibundo antiperonista, militar y posteriormente piloto comercial, infiel hasta las trancas, casi desmemoriado y con el de la propia escritora, interesado en saber si todavía vale la pena escribir sobre la memoria) suponen el brillante colofón a un libro maduro y necesario para comprender la vida, sus diferentes caminos y sus reconstrucciones.