Manuel Pérez Lourido
La música que no es música
Sabía que en algún momento tendría que escribir sobre la música que no es música. Es decir, sobre el metal y sus derivados. Es decir, sobre el grind core y sus derivados. Es decir, sobre el doom y sus derivados. Es decir, sobre Yoko Ono y sus derivados. Es decir, sobre Metal Machine Music (Lou Reed) y sus derivados. Es decir, sobre un montón de sonidos que en algún momento se convierten en simple ruido y pobre de ti como estés en su radio de acción, puesto que esta consiste en traladrarte el cerebelo sin misericordia. Y lo peor de todo es el recochineo de intentar hacerlo pasar por música. No conviene entrar en explicaciones: qué hace que la gente que produce ese ruido lo encuentre atractivo. Aunque igual no es así y simplemente quieren amargarle la vida a la gente.
Somos mucho de amargarnos la vida los unos a los otros, esto es así. Es que la idea de que los creadores de esas atrocidades puedan considerar lo que hacen como una creación musical es pavorosa. Se te ponen los pelos de punta igual que si estuvieses escuchando lo que sea que sea eso, que se acaban los sinónimos, se agotan las comparaciones y es harto difícil definir, no solo las obras en sí, sino el efecto que producen en un cerebro medianamente normal. Partiendo de la base de que no hay ningún cerebro normal. Dirá usted que divago, pues es que la vida es divagar. La música también, pero sin pasarse.
Voy a poner un ejemplo de lo mucho que se divaga. Voy a listar algunos de los derivados del metal, ese género musical que con frecuencia incurre en el desastroso campo que estoy denostando desde el principio, yo que soy tanto de denostar. Veamos: nu metal, groove metal, rap metal, funk metal, metalcore, speed metal, industrial metal, progressive metal, power metal, death metal, glam metal, death core, gothic metal, German metal, stoner rock... y me dejo unos cuantos en el tintero. La gran mayoría de ellos, expuestos en ondas sonoras audibles un día cualquiera a la hora de la siesta, daría lugar a la activación de las reacciones neurológicas que empujan a cualquiera al suicidio. El nombre de algunos, como el de death metal, es más inquietante que las obras completas de Stephen King.
En resumidas cuentas: los trallazos guitarreros ac,mpañados de aullidos guturales que ni las más espantosas alimañas son capaces de producir no es lo mío. No hace falta ser muy perspizcaz para darse cuenta. Ojo, que cada cuál haga de sus orejas lo que quiera. Si quiere escuchar eso con auriculares intraurales hasta que le sangren los oídos, cosas más raras se habrán visto. Pero que no le llamen música, por favor.