Kabalcanty
La Pulsera (9ª parte)
Rodrigo se quedó unos minutos clavado en el volante del coche después de aparcarlo. Parecía pensar con el rostro parco y haciendo caso omiso a su hijo. Este toqueteaba su móvil indiferente a la situación.
Cuando salieron y llegaron al portal de su casa, el padre sacó unos billetes del bolsillo y se los alargó a Miki.
— Pero a tu madre no le digas ni pío de lo ocurrido -dijo amenazante, mientras el hijo se guardaba con efusión los billetes en el bolsillo del vaquero.
Andrea tenía puesta una bata encima del pijama. Miraba la televisión con los ojos entrecerrados. Daban un debate donde unos tertulianos departían sobre los menores de edad y su relación con las redes sociales.
"…aunque la situación puede empeorar. Si actualmente estamos en un 40% de menores deprimidos, las cifras podrían llegar a un 70% o a un 90%. Quién sabe. Por otro lado, parte de la generación Z empieza a tener hijos y al ser la primera basada en el teléfono (en lugar del juego), va a ser difícil que puedan educarlos de forma sana. Hay que confiar en que los abuelos, que tienen un recuerdo más saludable de la infancia, intervengan más…"
Decía un tertuliano de cabello entrecano y gafas anticuadas de concha cuando padre e hijo irrumpieron en el salón de la casa. Andrea se despabiló para recibirles con una comedida sonrisa.
— ¿Todo bien?
Preguntó levantándose y yendo hacia la cocina. "Os voy a calentar la cena que estaréis con apetito a estas horas."
Miki hizo un gesto impreciso y desapareció camino de su cuarto.
Rodrigo se sentó en una butaca y depositó su mirada en el televisor. Observaba a los tertulianos esforzándose por ser convincentes pero no les escuchaba. El runrún de la conversación televisada era una salmodia que mecía sus pensamientos.
Tras sonar el timbre del microondas, Andrea apareció con un plato. "Miki, ya tienes caliente tu cena. ¿Vienes o te la llevo al cuarto?", fue diciendo encaminándose sin respuesta al cuarto del hijo.
Poco después la mujer llegó con el plato caliente del padre.
— Venga, Rodri, que se enfría.
La mujer se sentó también en la mesa mientras Rodrigo comía.
— Al final no me has contado cómo fue todo.
Rodrigo masticaba el primer bocado. Hizo un ademán torciendo los labios a la vez que los tertulianos se enfrascaban en una disputa. Aunque molestaba el sonido del televisor ninguno de los dos hizo intención de apagarlo o bajar el volumen.
— ¿Y esas marcas que tienes en el cuello? -preguntó extrañada Andrea acercándose a su marido.
— De eso quiero hablarte -dijo con serenidad Rodrigo haciendo una pausa- No es verdad que estuviésemos en un posible trabajo para Miki. No, pero escúchame, no te pongas en nada malo.
Andrea se acomodó en la silla para aguzar los ojos y centrarlos en su marido.
Por la ventana de la habitación, tras las lamas de la persiana, se adivinaba la oscuridad del patio y las ventanas de los vecinos sin luz.
— Miki y yo te íbamos a hacer un regalo.
Rodrigo pareció templar su voz, hacerla contundente, vigorosa, cuando pronunció de seguido la frase. Levantó un par de veces la mirada para evaluar el efecto en su mujer.
— ¿Un regalo? ¿Para mí? -contestó con incredulidad ella- Pero….pero sin hace años que no nos regalamos nada ni para los cumpleaños, ni para el aniversario, ni para nada de nada.
Andrea se ciñó la bata sobre el pecho y llevó sus puños hacia su barbilla para escudriñar a su esposo.
— Por eso mismo, Andrea, porque te merecías un detalle y nos ha parecido que hoy, que no es cumpleaños, ni aniversario, ni nada, era el día ideal.
La mujer esbozó una sonrisa tímida y bajó los ojos al hablar.
— Bueno….Estoy sorprendida….Hasta me da vergüenza….No teníais que haberme comprado nada. Además, no estamos para gastos.
Rodrigo pinchó otro trozo de la cena e hizo un mohín como quitándole importancia.
— Entonces voy a llamar a Miki -dijo la mujer incorporándose- Si también es de él el regalo debe estar presente.
Rodrigo la detuvo con un ademán.
— Es que….Es que el regaló se esfumó. No lo tenemos al final.
El hombre se rascó la frente y se llevó la servilleta a la boca.
— De eso son las marcas que tengo en el cuello -añadió Rodrigo mostrando abatimiento- ¡Nos lo robaron, joder!
"¡Dios!", exclamó ella llevándose una mano a la boca. Se levantó y fue hasta el marido para abrazarle por la espalda. "No hacía falta ninguna que me hicierais ningún regalo. Con teneros a vosotros sanos y aquí, en casa, tengo suficiente", decía Andrea al borde de las lágrimas.
— ¿Miki está bien? ¿Lo habréis denunciado a la policía? -interrogó alarmada.
El hombre le dijo que sí, que el único que lidió con los dos asaltantes fue él pero que no pasó nada grave excepto que se llevaron el regalo.
— Estuvimos en la comisaría pero, bueno, de esos robos hay cientos todos los días. No tengo muchas esperanzas- dijo e hizo una pausa buscando la mano de su mujer- Era una pulsera preciosa con una piedra rosita que se reflejaba en lo oscuro. Te hubiera encantado, seguro.