David Darriba Pérez
Entre azul y azul
El sol giña uno de sus ojos justo en el filo de la crestas de las olas. Silencio, quietud, bondad sureña en este norte adormecido. Horas más tarde la luna que se bebe al mar y muere ahogada. Flota en el agua, inerte, resplandeciente aún, al compás de los golpes de agua como el latido de un corazón.
Las barca encallada recibe los azotes de las olas. Sus paredes cada vez más rotas, recubiertas de algas poderosas. Todavía se puede ver el nombre luciendo en verdes y amarillos, probablemente por poco tiempo, pues ya ha comenzado la podredumbre de la madera.
Pero Martín tiene una barca nueva, más grande y que llega a confundirse entre el azul del mar y del cielo. La compró hace menos de tres años y la lleva a reparar y a pintar de forma regular al astillero. Cuando Martín sale a pasear por el muelle llega hasta el astillero y respira hondo. Un olor a pintura, disolventes y mar, ensanchan su capacidad torácica. Lo recuerda así desde pequeño. Ese pensamiento va acompañado con el del sonido de las gaviotas que se lanzan en masa hacia el barco mejillonero en el instante de la descarga. Hay cosas que con fortuna nunca cambian.
Martín, apodado Mar Tintín, no se molesta por el apodo. Muy al contrario, lo lleva a sus espaldas a mucha honra a pesar de la pedantería que le causa el susodicho personaje. Además, bien sabe lo querido que es por sus vecinos; eso le basta y termina perdonando estos nimios detalles.
El mar es muy sacrificado y se gana poco comparado a lo que se puede llegar perder. El mar te hace cumplir los años antes de lo acordado con la vida. El mar moja al alma como a la carne. En cambio para Martín el mar lo es todo. Le produce la misma paz que para otros las cuatro paredes de un monasterio. El mar puede tragárselo en cualquier momento y no por esto deja de habitarlo día a día.
Como buen marino, Martín cree en las sirenas. Precisamente teme a su canto más que al peor de los males. Es supersticioso en extremo y jamás se embarca sin antes encomendarse a San Telmo y realizar diversos rituales incomprensibles para muchos de nosotros; y eso que es joven: cumplió los treinta y cuatro hace a penas un mes y tiene unas creencias que ni los más viejos. Hace ya tiempo, Martín iba embarcado en una gran nave de la que era timonel. Naufragó en medio de una tempestad y afortunadamente toda la tripulación consiguió salir con vida. Pues bien, Martín, a día de hoy, sigue asegurando que minutos antes pudo escuchar con total claridad el canto de una sirena. Tan cautivadora fue aquella voz, que turbándole todos los sentidos, perdió el control provocándose el desafortunado accidente. Con probabilidad lo escuchase debido al cansancio, pero el caso es que lo escuchó. La vibración que produce el aire en el mástil puede llevar a equívocos aunque aquí, sólo Dios, sería capaz de esclarecer la verdad de lo ocurrido.
Ahora Martín trabaja solo. No podría resistir llevar el lastre de alguna muerte. Y si el mar ha de tragárselo, ese habrá sido su destino. «Al fin y al cabo, nada mejor que morir en la que ha sido tu casa desde siempre», piensa. Estar en el medio de dos azules (el del mal y el del cielo), no está pagado para él. Quedas fundido entre los dos y, por lo tanto, también eres azul, mar y cielo.