Kabalcanty
La Pulsera (4ª parte)
El bar Maravillas estaba situado en una calleja angosta y sombría en una barriada donde se mezclaba lo multirracial foráneo y lo autóctono de pobreza extrema. A esas horas vespertinas de invierno la noche era cerrada y las lánguidas farolas atornilladas a las fachadas, muchas de ellas rotas a pedradas, dejaban la calle a merced del jugueteo de las sombras.
Rodrigo se lo comunicó a su hijo recelando del lugar donde dejó el coche aparcado.
— No me fio un pelo de este barrio de quinquis -musitó de mala gana soslayando la sombra desgarbada de Miki.
Había salido de trabajar y, tras recoger a su hijo en un lugar acordado, caminaban hasta el bar. Se cruzaban con tipos que levantaban la sospecha de Rodrigo en algunos casos y en otros también.
— Joer, papá, que no es el Bronx. Aquí vive gente marginal y deprimida porque no tienen un puto duro. Nada más. No te dejes llevar por su pinta.
— Chorizos y gente de mal vivir. Si es que no sé cómo me he dejado engatusar por ti -dijo con rabia contenida Rodrigo- Si no hubieras tocado la pulsera otro gallo cantaría.
Se sentaron en una mesa frente a la barra del Maravillas. Los acordes de Have a drink on me, de los AC/DC, sonaban estruendosos. "¿Dos birritas, Miki?", preguntó un camarero rapado con los brazos atiborrados de tatuajes.
Una luz azulada bañaba el local y hacía muy difícil calcular la parroquia. Se adivinaban cabezas oscilantes moviéndose al son de la música y un ir y venir hacia una portezuela sobre la que colgaba un letrero de WC. El camarero servía las cervezas en la barra iluminándole la calva un foco persistente.
— O vamos a hablar con tu amigo ya mismo o me voy porque no aguanto esta música ratonera.
Le dijo Rodrigo, acercándose a su hijo cuando llegó con las dos cervezas.
Tuvo que soportar unos quince minutos más el sonido heavy metal. Luego El Javi apareció en el Maravillas dando un grito desaforado.
— ¡¡La vida es rock and roll!! ¡¡Viva la marcheta, tronkis!!
E hizo unas contorsiones que acabó con los brazos en alto esgrimiendo la señal de los cuernos con los dedos.
Miki se acercó a él nada más verle. Se saludaron haciendo malabares con las manos.
El padre, barreándose los oídos cada dos por tres por el ruido reinante, cerró los ojos y, una vez abiertos, los elevó implorantes al techo.
A través de la portezuela de los aseos se dirigieron los tres hacia un largo pasillo, repleto de pintadas en sus paredes, en el que colgaban unos fluorescentes con un tomo abundante de polvo retestinado. En un momento dado, El Javi se detuvo en una puerta acorazada con una gran mirilla de espejo. Llamó con los nudillos un par de veces. Pasaron unos interminables segundos para Rodrigo, luego la puerta se abrió automáticamente.
Había un tipo gordo con sombrero cobijado tras una mesa ensombrecida. Tenía las manos apoyadas bocabajo sobre la mesa. El ala del sombrero lo cortaba un haz de luz tornasolado. Su prominente barriga desplazaba la mesa hasta la altura de sus antebrazos. De pie, a un lado de la mesa, un hombre con un parche en un ojo examinó concienzudamente a Rodrigo y a MIki haciéndoles un aparte.
— A ti te conozco de vista, pero al otro menda na de na.
Dijo el tuerto preguntando con la mirada a El Javi.
El Javi esbozó una media sonrisa. Se acercó al hombre para susurrarle algo al oído. Acto seguido, apartando ligeramente a El Javi, el tuerto le secreteó al gordo.
— Pásame la mercancía y esperadme afuera -añadió El Javi empujándoles hacia la puerta acorazada.
"Es cosa de poco tiempo", les aseguró cuando les dejó en el pasillo.
El padre y el hijo se miraron unos instantes intercambiando signos de desconcierto. Rodrigo, que nunca dejó de estar incómodo como evidenciaba su constancia en pasarse la mano por los cabellos, volvió a repetir la frase: "Nunca debí dejarme arrastrar por ti."
Miki sacudió la cabeza.
— Seguro que un tasador te habría tangado más -añadió malhumorado- No comprendes que no puedes encontrarte ese pedazo de joyón e ir al primero que se te ocurra. Esto tiene su vía…. Vía chunga que te va a llenar las manos de billetes. Además, tampoco tú le dijiste nada a mamá. Tus intenciones no eran del todo…. limpias.
El padre apretó los dientes y tragó saliva. Si se hubiese dejado llevar le hubiera cruzado la cara. Sin embargo, ¿qué diantres podía hacer? Es más que posible que un tasador hubiese llamado a la policía porque ¿quién puede perder una pulsera de tanta valía sin dar parte a las autoridades? Hubiera puesto a los investigadores sobre aviso. Y Andrea. Me hubiera dicho que la devolviera. "Vas a la administración de la fábrica y les dices que te la has encontrado y santas pascuas. La verdad, Rodri, la verdad", diría sentenciosa. O peor aún: "Esta pulserita me la planto yo para la boda de la Rosita y luego la devuelves". Ella no quiere pensar en que tal vez podríamos comprarnos una casa decente y no ese cuchitril lleno de trastos donde vivimos. Sabemos de sobra que mi mujer es una cagada y no tiene porte para joyas. Además, ¿quién sabe si el Miki tiene razón y hace una cosa a derechas en toda su vida? Es un vago y un descarado, pero parece que se mueve bien en este ambiente lumpen. No se lo voy a decir, porque hace años que se merece una buena hostia, pero creo que el chico tiene algo de razón esta vez.
Al fondo del pasillo se escuchaban ligeros movimientos de cajas y el trasiego lejano de algunas personas. Un fluorescente parpadeaba mientras una puerta abrió una rendija para cerrarse de golpe al instante.
Miki se había puesto unos pequeños auriculares y tarareaba algo en un inglés muy particular. Movía la punta de los pies y la cabeza al ruido de chicharra que escuchaba Rodrigo.
Unos minutos después la puerta acorazada se abrió.
— Parece que todo va sobre ruedas, tíos -les dijo El Javi con una vivacidad que le hacía contorsionarse- La cosa es que tienen que quedarse con la mercancía para saber el valor exacto. Eso lleva algo más de tiempo.
— ¡De eso nada! -gritó Rodrigo interponiéndose entre los dos jóvenes.- Nos decís ahora mismo lo que vale y si no estamos de acuerdo nos largamos con la pulsera. ¡Ahora mismito! ¡Vamos, entra y diles eso a tus jefes!
Miki pidió calma a su padre moviendo las manos.
— Dile a tu viejo que no es así como se hacen estos tratos -le espetó El Javi plantándole cara- Si lo quiere bien y si no también.
Rodrigo sostuvo la mirada desafiante del joven hasta que cedió resoplando.
— Una cosa: no nos vamos de aquí sin la pulsera, ¿entendido? Si tenéis que tardar lo que sea, en el bar os esperamos. ¿Bien?
El Javi se encogió de hombros y volvió a llamar a la puerta acorazada.