Manuel Pérez Lourido
Machismo tutiplén
Ha sido de leer que Emma Thompson, toda reivindicación y savoir faire, se ha presentado en una alfombra roja de zapato bajo, y me he venido al teclado cagando leches. Otra cosa es lo que salga de este arrebato de empatía con el gesto de la intérprete de Sentido y sensibilidad y Love actually, entre muchas otras...
En este caso, la alfombra mágica era la de los premios del sindicato de actores nortemericano. Como parte de la magia de estos tapices, los reporteros gráficos escudriñan cada centímetro de las mujeres que sobre ellos aparecen, dispuestos a analizar tanto su vestuario como lo que este cubre y revela. Desde el peinado hasta la pintura de uñas de los pies.
En este mismo acto, la brava Cate Blanchett (Babel, Blue Jasmine) tras haber sido objeto de un paneo de cámara por todos los ángulos de su anatomía, le espetó a los escrutadores si eso también se lo hacían a los tíos.
Hay una cosa que se llama machismo recalcitrante. Es como un virus mutante, que va cambiando (por eso es mutante) pero se muestra inasequible a los ataques de la razón (por eso es recalcitrante) y, aunque denostado, combatido y conjurado, asoma campechano allá donde los varones ejercen algún tipo de poder fáctico o práctico: o sea, en todas partes.
Ojo, no nos estamos mostrando partidarios, que ya veo venir a alguno, del desaliño indumentario o del desaseo personal (esto ya lo sufrimos con el hippismo, una utopía igualitaria no exenta de principios muy rescatables). Sólo apoyamos que se juzgue a todas las personas por su valía profesional (y personal) y no por su palmito. Uy, que machada acabo de soltar. Y es que, más que nunca, en esta sociedad de cartón piedra que tan vulnerable nos ha quedado, este tipo de proclamas dan el pego como declaración de principios. Dar trigo es harina de otro costal. Y conviene siempre darse primero una vuelta por el espejo.