Beatriz Suárez-Vence Castro
El esplendor de la señorita Jean Brody
Agotada después de lo que a mí me habían parecido unos 10.000 recados, volví a plantarme ante el escaparate.
El libro seguía allí, igual de tentador que hacía un rato, cuando había pasado de largo por la urgencia de llegar a todo y solo lo había visto por el rabillo del ojo.
Ante el escaparate de una buena librería soy como Holly Golihtly contemplando los diamantes de Tiffany’s.
Este era un diamante/ libro muy bien tallado por su escritora Muriel Spark, con protagonista femenina, en un contexto también femenino. Tamaño casi de bolsillo, pero en tapa dura, portada con ilustración sugerente a todo color.
Pensé todo lo que hay que pensar antes de comprar algo guiada solamente por el corazón ¿realmente te hace falta? No. ¿No tienes más libros pendientes de leer en casa? Sí.
Las respuestas fueron totalmente razonables, pero no convencieron a mi débil voluntad: Entré.
La librería, acogedora como siempre, me envolvió con ese manto de papel que siempre ha sabido reconfortarme como el chocolate caliente en un día especialmente frío. Un día como aquel.
Me dirigí al primer dependiente que vi, con la ansiedad que nos caracteriza a los que estamos deseando tener un libro entre las manos. La ansiedad que nos lleva a abalanzarnos sobre alguien sin pararnos a pensar si está o no ocupado. Me rechazó amablemente porque en aquel momento estaba pendiente de otra cosa.
Así que me quedé allí, buscando infructuosamente entre otros libros, haciendo ese barrido con la vista de quién ha entrado ya en muchas librerías y ha hecho más inspecciones oculares que un policía judicial. Allí no estaba. Intenté entretenerme con otros títulos porque seguramente habría sorpresas maravillosas, pero estaba demasiado cansada para concentrarme.
De repente apareció otra persona que también atendía y que debía de haberme oído al pasar
- ¿Qué libro es el que quieres? -
- El esplendor de la señorita Jean Brodie. Hay uno en el escaparate, pero aquí no lo veo-.
Hizo un escaneado de ojo de halcón que me hizo pensar que, aunque mi barrido visual no está mal, el profesional alcanza otro nivel. Se fue derecho al escaparate a pesar de que yo intenté pararle con un "me da apuro que lo saques"
No me hizo ni caso porque es claramente un hombre de acción y cuando yo acabé de poner la última sílaba él ya iba a mitad de trayecto.
Entró de pie en el escaparate, dio una vuelta que a mí me pareció bastante arriesgada y en un pispás estaba el libro en mis manos.
Me sentí entre agradecida y espantada por la sentadilla con salto posterior que le había obligado a hacer. Él siguió impasible su recorrido hacia el fondo de la librería.
Lo de echar un vistazo al libro en mi caso fue mero trámite, un autoengaño porque ya sabía que me lo iba a llevar antes de entrar. Pero la persona que me había atendido, no estaba al corriente de lo fácil que soy para estas cosas, lo que hacía su amabilidad todavía más valiosa.
Dos minutos de vistazo con lectura de sinopsis incluida y me acerqué a la caja. No había nadie en aquel preciso momento y de repente apareció la misma persona de antes, rapidísimo y, como en un más difícil todavía, con un taburete en la mano. Pensé " ésta vez se hace daño" pero en lugar de agobiarle con mis miedos, que no iban a aportar nada le dije: "Estás para todo".
El hombre de acción levantó las cejas como si hubiese dicho" pues de eso se trata" y me dijo el precio. Luego me preguntó si quería una bolsa y cuando le dije que sí, me la dio sin volver hablar de dinero.
- ¿No me cobras la bolsa? -
- No. Con que la vayas a reciclar ya está -
Fui todo lo agradecida que el cansancio me permitió. Poco para lo que él había hecho.
Había conseguido que yo, abandonará mi momento obsesivo de Willy el Coyote lector, para cambiar el foco hacia su apabullante amabilidad, esa que te conquista y te hace regresar a donde la has encontrado.
Hay días así. Hay personas así. Hay establecimientos que no pueden perderse, como la librería Paz.
El del viernes fue el eslabón final de una cadena de aciertos y es así como fidelizan clientes: poniendo toda la carne en el asador.
Me molesta esa frase de "la atención al cliente en Pontevedra deja mucho que desear"
Generalizar nunca es justo y por esa vara de medir igualmente podríamos analizarnos como clientes.
Regentar una librería hoy en día es seguir camino de Quijote, abrir un espacio para que los románticos podamos reunirnos.
La librería Paz ha conseguido aguantar más de cincuenta años, a los que además de las preocupaciones propias del emprendedor, ha tenido que sumar dos inundaciones.
Aunque se pueden encontrar novedades, apuesta por editoriales pequeñas, novela gráfica, libro infantil, juegos de mesa, literatura en gallego y alguna rareza para frikis del libro, entre los que me incluyo. Y su plantilla sabe asesorarte si lo necesitas.
También organiza presentaciones de libros entre los que no falta la poesía.
Cualquiera que ame los libros e incluso quien no lo haga encontrará de justicia reconocer su mérito.
El esplendor de la señorita Brodie, de Muriel Spark, llega a mi casa desde la librería Paz en vísperas del 8 de marzo y yo no creo mucho en las casualidades.
Muriel Spark reivindicó su talento en una época en que no era fácil hacerlo si eras mujer y te dedicabas a escribir. Inglesa, punzante, diferente, brillante, con todos los atributos para colocar en mi estantería y buscar el tiempo para poder leerla despacio, como contemplaba Audrey/Holly la colección de anillos de Tiffanys, el remanso de paz en medio del kaos para una buena chica con mala vida, mientras desayunaba tranquilamente ante el escaparate. Un momento solo para ella. Un momento solo para mí. Ése que todas necesitamos.