Beatriz Suárez-Vence Castro
Año nuevo
A mi ahijado, Alfonso, por su noble corazón de quince años.
Este 2023, el primer año que empezamos desde hace cuatro sin amenaza de pandemia, sin estar obligados a utilizar mascarilla, aunque siga siendo recomendable su uso según las condiciones, me da por pensar si el tirón de orejas que nos ha dado el planeta habrá servido de algo. O no.
Escribo el día del sorteo de la Lotería y me pregunto si nuestros sueños habrán cambiado.
Si tendremos una visión más global del mundo y actuaremos en consecuencia o seguiremos pensando que fuera de nuestra zona de confort, no importa nada. Si la pandemia nos habrá vuelto más mezquinos o más generosos, qué sueños se esconderán en el Gordo.
¿Queremos este año mejorar el mundo o lo damos por perdido?
En unas Fiestas que se han convertido en una oda al consumo, nunca se ha gastado más en lotería: entre setenta y doscientos euros por persona. En las zonas donde ha habido catástrofes naturales, seguramente, más. Me ha dado por pensar, (llámenme cortarrollos, aguafiestas, ceniza y todo lo que se les ocurra; lo acepto) que, en lugar de confiar en la suerte, igual podemos ponernos manos a la obra para evitar que haya más inundaciones, terremotos, pandemias y miseria. "No podemos, mujer, estás en la berza", pensarán. Pues en la berza, verán, hay más gente:
Desde Berlín, un grupo de investigadores recomiendan, ya que la de la moda sigue siendo una de las industrias más contaminantes, por mucho que algunas marcas hayan empezado a confeccionar carísimas prendas sostenibles (carísimas según nosotros, según el planeta, mejores), comprar solamente cuatro prendas de ropa al año. ¿Se imaginan el carrerón que llevamos?
Se me ocurre pensar que, igual si siguiésemos este tipo de consejos, privándonos un poquito de algunas cosas, podríamos solucionar el tema de las inundaciones que tanto nos preocupa, en lugar de comprar lotería para arreglar el arrase del agua. Pero ya les digo que a mí me da por pensar este año cosas muy raras. Y además soy contradicción pura porque he comprado lotería en Doña Manolita.
Aquí en España, Rosa María, una profesora jubilada, ha puesto en marcha una iniciativa en Change.org, esa plataforma reducto de fe para cambiar el mundo, y ha ido consiguiendo cositas al respecto, para que dejen de una vez de insultarse los senadores y congresistas en nuestro país porque ya no se distingue el Congreso de un bar de los de última copa.
Hay periodistas que sostienen que lo que hacen sus señorías no es más que una puesta en escena, pero sí es así, el objetivo no se entiende y el espectáculo es para que nos devuelvan el dinero. Al fin y al cabo, trabajan para nosotros, aunque solo sea en teoría.
Los insultos más gruesos, que aquí ya están dejando de ser noticia por aquello de la asiduidad, se retiran del acta del día en el parlamento español.
Miren por donde, en Nueva Zelanda, allá en las antípodas de la Geografía y de la mentalidad, una diputada ha llamado a otro, sin saber que su micrófono estaba abierto, "capullo arrogante", que comparado con lo que se llaman los nuestros es para darle una cátedra.
Pues bien, la reacción ha sido que ella, ha pedido disculpas al diputado, aunque probablemente siga pensando que es un capullo arrogante, porque esa no era la cuestión que se debatía. Y porque es parlamentaria. Y una señora.
El aludido, otro parlamentario y otro señor, aunque a veces pueda ser un capullo arrogante, ha aceptado las disculpas y, entre todos, en lugar de retirar el insulto del diario de sesiones del Parlamento, lo han subastado, considerado el insulto en un Pleno una curiosidad subastable, para recaudar dinero destinado a la investigación del cáncer de próstata, que en Nueva Zelanda hace estragos. Para que vean lo rara que puede ser la gente por ahí.
Ayer, Miquel, participante en un concurso de televisión española contó que, si conseguía llevarse algo, una parte de su premio iría destinada a una asociación en las Islas Baleares que se llama AFASIB, para supervivientes de suicidios familiares y amigos que hayan sufrido una experiencia de suicidio o intento de suicidio en su familia o entorno.
El suicidio es la primera causa de muerte en España entre los jóvenes, por encima de los accidentes de tráfico, pero, si no es por Miquel, aquí no se entera nadie de que existe una asociación para tal fin. Un friki, Miquel. Y un cortarrollos porque el concurso se emite a la hora de merendar y se nos ha atragantado el bocadillo.
A mí me dio más susto otro concursante, que en otro programa dijo que quería el premio para montarle a sus hijos una montaña rusa en el jardín. Pero es que yo, últimamente, me asusto por todo.
"Y tú, listilla, pensarán, ¿qué vas a hacer?" Pues ya he decidido hace tiempo que mis regalos van a ser, en lugar de cosas, pasar tiempo con la gente que quiero en lugares a los que nos gusta ir. Invitándoles, por supuesto, que hacer algo por el planeta no significa ser una rata inmunda que diría el exnovio de Tamara Falcó.
Tenía atrasado el último regalo de cumpleaños de mi ahijado Alfonso y él me pidió una tarde en la bolera con otros chicos de su edad. Así que allá nos fuimos los padres de los otros dos chicos y yo, a Vigo, porque en Pontevedra no hay bolera, a pasar la tarde con ellos, a conocernos mejor entre todos y a que nos metieran una soberana paliza a los bolos, el mismo día que Argentina ganaba la copa del mundo de Fútbol.
Salimos amparados en las sombras, como comadrejas, antes de que acabase el partido, cuando aún estaba media humanidad pegada a las pantallas, idolatrando a Messi, para encontrar dónde aparcar. Vigo, creo, está a punto de morir del éxito, deslumbrando al mundo con sus luces y los accesos a la ciudad colapsados. Continuamos pendientes del partido en la radio, que somos frikis, pero no santos
A eso voy; que sin renunciar del todo a lo que nos gusta, podemos cambiar un poco nuestros hábitos y reducir el consumismo salvaje que se apodera de nuestro espíritu navideño y recoger el guante que nos lanza el planeta para ayudar, como podamos cada uno, sin grandes alardes de virtuosismo, poquito a poco, hasta instaurar esas nuevas rutinas en nuestra vida.
Seguro que, si lo piensan, se les ocurren un montón de cosas que puedan hacer para ayudar y gastar menos estas Fiestas y, si el día 22 ha sido de los afortunados, cumplir sueños que sean buenos para todos, no solo para usted, que el mundo es muy grande y nos necesitamos vivos.
En cuanto a los regalos tecnológicos, igual que las redes sociales, mejor consumirlas con moderación porque como dice una canción: de las drogas se sale, del Facebook, no.
Ahí me tendré que aplicar yo bastante.
Feliz Año Nuevo 2023, de todo corazón.