Pedro De Lorenzo y Macías
¡Aquellos maizales, aquellos piornos!
Nos han acelerado y confundido. ¡Cierto es! Antaño la labor de nuestros campos era agotadora, sacrificada, dependiente del antojo climático.
Vivían con sosiego, sin prisas.. ¡Sí!..., lejos, allá en mi Fragoso, en San Andrés de Xeve.
El valle era enorme, plantado de maizales, viñedos y otros productos. Mis recuerdos de hoy, ya muy achacado por la edad, me llevan a juguetear entre nuestros maizales y sus piornos.
El valle iba de norte a sur; todo era laborable. En el este, el chulesco Lérez y los Montes de Tenorio, revindicaban sus dominios; el oeste, estaba nuestro amiguete el Arcibal, que nos generaba riqueza con sus manantiales, fentos, toxos, pinos, pastos para las bestas y cabestros.
Éstos vivían entre los bucólicos parajes de este gran monte. Eran propiedad de muchos; cuando nacían los potrancos, todos sabían cuáles eran suyos al verlos mamar con su madre yegua.
Todos tenían la obligación de limpiar los cortafuegos, recoger las piñas, limpiar el monte de todo que podía ser motivo de incendio: los fentos, toxos y otras plantas, las asentaban en la cuadras; con los desechos de los animales y de las personas lograban un rico abono para nuestras campiñas. Recordad, nuestras casas gallega eran de dos plantas; la de abajo era para cuadras, bodegas y otros servicios.
En la planta de arriba estaba dividida en la Lareira, el comedor y habitaciones. El váter estaba situado encima de las cuadras; era un buraco circular y allí aflojábamos nuestros vientres, ayudando a fermentar el buen abono.
Era peque. Hablaban que las montaba en un periquete. Exageraban lo suyo. Mi abuelo me alimentaba mi poco ingenio. En el valle, había varios vanidosos pinares, que eran morada de los enojosos cuervos; estos malvados se alimentaban de nuestras mazorcas. Mi abuelo ofreció un patacón por cada cuervo vivo o muerto que capturásemos.
Reunidos todos los primos, iniciamos la caza. ¡Estos pajarracos eran más inteligentes que nosotros! Pasamos calor, sed, hambre y no se acercaban.
Hubo intercambio de opiniones, ya que el maíz era picoteado. Voló por toda la campiña nuestras imaginaciones. ¡Los cuervos se mofaban de aquellos ridículos espanta pájaros! Todos los ojos me escudriñaban. Le conté lo que hacían los apaches para cazar búfalos, una peli que vi el cine Principal en Pontevedra.
¡No les pareció mala idea! Teníamos que camuflarnos antes de alba, arropados con camuflaje; no nos podíamos mover. Llevar todos el tira-piedras y colocarnos en lugares estratégicos. ¡Todos de acuerdo y a prepararse para la gran caza!
¡Madrugamos y despertamos al gallo! Nos miró con un cabreo y se volvió a dormir. Nos situamos en diversos sitios; sentimos calambres, y alguno se le escapó un pedo. ¡Ya no pintaba bien nuestro ataque! Pronto sobrevoló un gran cuervo negro, gordo y mandón, un poco parecido a nuestro cura. Dio varias vueltas y volvió al pinar.
¡Todos estábamos muy tensos! Pronto se acercaron una bandada de esos pajarracos de las negras brujas. Se acomodaron encima de las sabrosas espigas, viendo para todos los lados. Pronto iniciaron a picotearlas. ¡Era la señal! Como fieros apaches, disparamos todos a una contra los cuervos, dejando a dos tiesos. ¡Narices! Un disparo. Cayeron muertos otros cuervos.
¡Fuimos a cobrar la recompensa! Mi abuelo abonó los que tenían vestigios de pedradas, los de los perdigones no hizo caso. Cogió varios cuervos y en cada esquina, en el pinar más alto, iba colgando uno de los pajarracos abatidos en combate. Acertó, los demás dejaron en olvido nuestras mazorcas. Nos nombraron vigilantes de todo el valle. ¡Qué ingeniosos eran nuestros antergos!
Nos tocaba regar, cortar los pendones y hacer manojos con ellos para alimentos de los animales en invierno. Las mazorcas estaban lechosas; cogíamos unas, y con unas brasas de fuego, las calentábamos…, ¡qué sabroso manjar! Estaban de rechupete.
La recogida del maíz se iniciaba en septiembre. ¡Qué inteligentes eran nuestros mayores! Ofrecían premio el que encontrase una majorca roja, pero había que espigar todas y no dejar ninguna atrás. Sudábamos como toros y en poco tiempo, ya habíamos terminado la recogida. Hubo varios premios que compartimos. ¡¡Quedaba el sachar los soportes de estas mazorcas, pero era trabajo para mayores!!
En carros, cada uno, llevaba sus mazorcas a sus caseríos; aquel año, tuvimos mucha suerte, fue una buena cosecha. Llegaron los antipáticos bueyes al lado del piorno, e íbamos colocando las mazorcas bajo los mandatos secos, cariñosos y enérgicos de mi Tía María. ¡Sí! Allá, en Fragoso.
De noche, mi abuelo que era Maestro Cantero y muy amante de la historia de nuestros pueblos nos contó al carón de la Lareira.
Habéis trabajado muy bien. ¿Por qué guardamos las mazorcas, patatas, y otros cereales en el Piorno? Los colocamos para que se sequen, curen; luego los desgranamos y lo llevamos a los molinos.
¡Ya tenemos harina! Con ella se elabora este buen pan de borona, empanadas y las sobras sirven de alimentos para los cerdos, gallinas y otros animales.
Abuelo, ¿quién inventó estos hórreos?
He de decirte que su construcción tiene sus características; la cámara del piorno tiene que ser oblonga, estrecha y permeable al paso del aire; tiene que estar separada, por pies, del suelo, para evitar la devastadora humedad y los pillejos animales: ratones, raposos y otros.
Su origen no está muy bien definido. Parece ser que nuestros antepasados colgaban en los árboles jaulas de madera; en ellas guardaban sus alimentos.
Cuando se iniciaron en la agricultura, cultivaban el mijo que es un cereal que aporta mucha energía. Con el descubrimiento de América, se introdujo en España la patata, el maíz y otras especies. El maíz se asentó en este valle, posiblemente, a finales del siglo XVII.
En cuanto a la construcción de los hórreos, también denominados piornos, no tenemos constancia de sus orígenes. Pero los más grandes fueron construidos en los siglos XVII y XVIII en Galicia.
El mayor del mundo, en su capacidad, es el que construyeron los dominicos en el Monasterio de Poio; mide 33 metros de largo y 3,36 de ancho. Tiene tres pies; un hecho muy peculiar. Todavía se conserva. ¡Ya lo conocerás!
Mi abuelo sacó la petaca e inició a liar un cigarrillo. Me escabullí. Era la hora de planificar las labores del mañana. Había quedado con la panda y no sabía sí íbamos de pastoreo, o a recoger los tallos de los maizales; con ellos confeccionaban palleiros y otros enseres. Todo se aprovechaba y se reciclaba.
Me asomé a la ventana. Estaba mi amiga la higuera; el cielo despejado.
¡Narices! La tonta de la Luna lucía de blanco de boda y las estrellas le hacían guiños de galantería. No era muy amiguete de ella, presumida y con cuatro caras.
El Chacho, mi perro, me miraba. Le tiré del rabo e iniciamos nuestros juegos. Un vocerrón nos dejó de difunto:
- ¡¡A DORMIR!!
Chacho y yo nos quedamos fritos; él soñando en un suculento hueso y, yo, qué haría mañana. Lo primero enfadar al gallo y libar dos huevos de sus gallinas.
Pedro de Lorenzo y Macías.
Fotografías: © Sofía Lorenzo Gómez.
Fotografía hórreo: © Miguel Selas Canga.