Pedro De Lorenzo y Macías
El verdor de nuestra Galicia: Esperanza e ilusión
¿Cuánto tiempo que no pisamos la verde campiña? ¿El duende de nuestras aldeas? Vivimos presos del ladrillo, del ajetreo de esta alterada sociedad. Vamos a lugares, de prisa, sin disfrutar de su belleza.
Los hijos, los nietos apenas tienen contacto con la naturaleza. ¿Han visto un cerdo, una vaca, las gallinas jugueteando por la eira? ¿Han escuchado los trinos alegres de nuestras avecillas? ¿Ha atisbado nidos con sus crías y la mamá ave dándoles de comer? ¿Estuvieron con nuestros caballos libres en los altos montes?
He vuelto a pasear por lugares de mi niñez. He visto cómo nace un río, manando de unas rocas y formando un regato; va cogiendo aguas de otros riachuelos, creciendo en gran caudal; desafía, en su curso, dificultados, formando bellas fervenzas.
Hemos llegado a la finca. Un pequeño hórreo y aparejos labriegos. El valle está en calma, sereno. Respiramos aire de pino, de montaña. Nos trasporta a nuestras travesuras de la niñez.
De pequeño estuve con mi abuelo, en Fragoso, en la falda del Monte Arcibal. Enfrente de su casa vivía una bruja desdentada, llamada Claudia. Tenía una vaca y una cabra, las dos estaban locas. Había prohijado a un chico de Hospicio.
Le acompañamos mi dos hermanos y yo a un verde prado. Había un cañaveral. Confeccionamos una flauta; la tocamos. La vaca empezó a correr, como las inglesas, cogió distraído a mi hermano Manolo, arrojándolo a una charca, vivienda de ranas. Nos reímos a reventar. Cesó la música y la vaca se relajó. Este hecho, en mi pobre mente, puso en duda que la música doma a las fieras.
La cabra estaba cabra. Colocabas una mano y se lanzaba hacía ti; la tenían atada; ¡los niños son tenaces! Repetíamos la faena y llegó la vieja bruja con un palo y nos despedió a pedradas. Nos encantaba el riesgo. ¡Qué hermosos tiempos!
Nos tocaba faenas: regar los maizales, ir de pastoreo, manejar un sacho, llevar a pastar las vacas y otros quehaceres. Nos despertaba un gallo irrespetuoso; ¡lo hacía adrede! Era el primero que con sus kikiriquis escandalosos nos espabilaba. Le tenía manía y él a mí. Bajaba por la higuera y le robaba a sus gallinas dos huevos; los bebía crudos.
¡Cuántas historietas de mi Xeve! La burra de la Figueroa; los pajares, las noches de San Juan, nuestras peleas con los de Tenorio… ¡Son bellos recuerdos y de tristeza! Muchos ya se fueron a lo desconocido. Nacemos, caminamos y morimos.
Pedro de Lorenzo y Macías.
Fotografías: © Sofía Lorenzo Gómez y Xoan Arco da Vella.