Valentín Tomé
Res publica: Milagrosa Semana Santa
«No harás para ti escultura, ni imagen alguna de cosa que está arriba en el cielo, o abajo en la tierra, o en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas ni les servirás; […] ¿Por qué han de decir las gentes: ¿Dónde está ahora su Dios? Nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho.
Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres. Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; ni hablan con su garganta; como ellos son los que los hacen, y cualquiera que en ellos confía»
(Deuteronomio 5:8, 9; Éxodo. 20:4, 5; Salmo 115:3-8).
Dentro del Antiguo Testamento podemos hallar citas similares a estas en la que se condena de manera clara e inequívoca la idolatría; es por ello que el judaísmo (al igual que ocurre en otra de las grandes religiones monoteístas, la musulmana), para evitar caer en la tentación, no admite representación iconográfica alguna de Dios ni de sus profetas o figuras santas. Sin embargo, paradójicamente, el catolicismo, a pesar de tener como uno de sus textos canónicos fundamentales el Antiguo Testamento, ha desarrollado, casi desde sus primeros tiempos, una profusa imaginería religiosa que parece contravenir los mandamientos dados por Dios. Así lo entienden los protestantes o evangélicos, dentro también del cristianismo, quienes, desde el principio, nunca han hecho representaciones de ningún tipo. No existen imágenes, ni escultóricas, ni de talla, ni pintadas dentro de su credo.
Usando como pretexto la necesidad de trasladar de una manera comprensible el mensaje de los Evangelios en una sociedad mayoritariamente analfabeta, la Iglesia Católica Romana comenzó, en sus primeros tiempos, con un sentido pedagógico, a representar narraciones y personajes de la Biblia, de la tradición y de aquellas figuras santas que iban siendo reconocidas. El propósito pedagógico se tornaría posteriormente en una devoción popular que conllevaría un tipo veneración y adoración, y que pronto incurriría en una sacralización absoluta de la imagen en sí, dotándola de propiedades que van más allá de la materia. Solo hace falta observar las reacciones de muchos fieles al paso de determinadas tallas en procesión durante la Semana Santa para ser conscientes de que, efectivamente, se está cayendo en aquello prohibido por Dios, la idolatría.
Si ya semeja complejo encajar las procesiones de Semana Santa dentro de la doctrina católica atendiendo a lo recogido en el Antiguo Testamento, no menos sencillo parece la tarea de compatibilizar la orfebrería y la joyería que adorna muchas de las tallas con lo predicado por el propio Jesucristo en relación a las virtudes de la humildad y la pobreza. Así, por ejemplo, en muchos lugares de España, pendientes, collares y anillos engalanan a la Virgen, esmeraldas y rubíes iluminan su mirada, mientras su imagen es sujeta por varales de plata y otros ornamentos de oro, a fin de mostrar a María como una Reina.
No resulta difícil imaginar cuál sería la reacción de aquel Jesús que expulsó a los mercaderes del Templo, o que sentenció "si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme" (Mateo 19:21), o que nos aseguró las enormes dificultades que tendrían los ricos para poder entrar en el Reino de los Cielos hablando de una aguja y un camello, si pudiese presenciar tal despliegue de joyeles, preseas y alhajas adornando su figura o las de su Sagrada Familia a hombros de cofradías que dicen estar escenificando su mensaje divino. Su consternación ya sería absoluta de poder observar que solo aquellos y aquellas que pagaron una tribuna o silla oficial pudieron asistir a esas procesiones de devoción popular, dejando a miles de fieles restantes tras las vallas para que no pudieran acercarse a las mismas como ha ocurrido en Málaga.
Cierto es que los propios textos sagrados del catolicismo (como los de casi cualquier otra religión) no están exentos ellos mismos de múltiples contradicciones e inconsistencias. Tanto es así que resulta casi imposible sostener que el sanguinario y vengativo Dios Jehová pueda ser el mismo que más tarde decide encarnarse en el Jesús que predica el amor misericordioso. Pero analizar esto, excedería por mucho los límites de este artículo. Tan solo señalar en relación a la propia Pasión que se representa en Semana Santa que los cuatro evangelios están de acuerdo en que la crucifixión sucedió durante la Pascua, y que Jesús murió unas horas antes del comienzo del sabbat (sábado cristiano), es decir, que murió antes del ocaso de un viernes. A partir de ahí, le doy tiempo para que reflexione el porqué de su resurrección el Domingo si lo hizo, según también la Biblia, al tercer día de su fallecimiento.
Todo lo referido hasta ahora trata de analizar algunas de las particularidades de nuestra Semana Santa desde un punto de vista puramente religioso, y esto es algo que solo incumbe o debería importar a los que se declaran creyentes de ese credo y participan de sus ritos. Pero si hay algo que debería preocupar a cualquier ciudadano, independientemente de sus creencias, es cómo se insertan todos estos rituales en un Estado de naturaleza aconfesional como el nuestro y en el que determinados derechos naturales deben ser respetados. En este sentido nuestra Constitución es también inequívoca: "Ninguna confesión tendrá carácter estatal". Artículo 16.3.
Sin embargo, esta Semana Santa, como viene siendo habitual desde la Dictadura, multitud de miembros del Ejército español, soldados y oficiales de las Fuerzas Armadas, participaron en decenas de actos y procesiones religiosas junto con todo tipo de autoridades civiles, militares, religiosas, policía municipal y otras, fundiéndose con los ritos del catolicismo. Algo que convierte nuevamente a nuestro Estado en una singularidad en relación a cualquier Estado Moderno de Occidente.
Si ya resulta especialmente bochornoso para cualquier ciudadano comprometido con los valores seculares del laicismo (principios que parece asumir el mismo hijo de Dios cuando afirma aquello de: "Den al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios") asistir a la presencia de representantes institucionales de todos los estamentos del Estado a este tipo de manifestaciones de fervor religioso de un solo credo, en un país que se declara aconfesional y que garantiza la libertad religiosa de todos sus ciudadanos, no menos esperpéntico es escuchar de manera periódica el himno nacional en el transcurso de estas procesiones, algo que incluso debería resultar ofensivo para un creyente (nuevamente nos imaginamos aquí el estupor del propio Jesús). Para la historia de la antropología y la cultura humana, quedará dilucidar qué razones llevan a fundir una marcha de naturaleza militar que trata de exaltar los valores patrios con la música sacra de carácter fúnebre que persigue realzar los episodios dramáticos o trágicos de la Pasión (como irresoluble misterio nos tememos que permanecerá para siempre escudriñar las razones que llevan a cantar a un grupo de legionarios "El novio de la Muerte", himno oficial de ese cuerpo militar, mientras portan la talla de un Cristo muerto en la Cruz).
Algo de esta naturaleza solo parece admitir una respuesta racional, y es que en realidad nos encontremos ante un Estado no aconfesional, sino teocrático, donde toda la simbología institucional se acaba impregnando de lo católico. Es decir, que sigamos inmersos en lo que ya en la Dictadura se definió como nacionalcatolicismo, en la que su propio dictador se vio asimismo como un Cruzado que luchó porque España continuase siendo la reserva espiritual de Occidente. Así, podríamos explicar también porque a pesar de que menos del 1% de las peticiones de indulto presentadas por la vía ordinaria son resueltas favorablemente, cuando las realiza una Cofradía durante la Semana Santa el porcentaje de éxito se eleva al 13,8% (así este año el Gobierno ha concedido ocho indultos a petición de diferentes Hermandades). O que en Cuenca la Hermandad San Pedro Apóstol salga en procesión luciendo en sus túnicas cruces gamadas y esvásticas nazis. O que en Ciudad Real la Cofradía de la Virgen de las Angustias exhiba en sus pasos emblemas y simbología e la División Azul. Claro que admitir esta respuesta nos situaría fuera de nuestra Constitución y es por ello inasumible. De momento, como hemos señalado, permanecerá como un misterio. De la misma naturaleza que lo son los milagros.