Kabalcanty
Ascensor con escalera preferente (7ª y última parte)
Llegué a mi nuevo destino en poco más de una hora. Una ciudad de provincia en declive. Se bajaron tres o cuatro personas del tren en un andén desangelado en un día nublado de viento invernal. El tiempo había cambiado mucho con respecto al inicio de mi viaje de huida.
Cargué con la maleta para salir de la estación. Tenía que encontrar alguna pensión o un alquiler barato, así que opté por encaminarme a un barucho que vi frente a la estación, allí puede que me dieran referencia de algo económico.
Alguien que parecía un anciano, acorazado tras una gruesa bufanda y una gorra de lana calada hasta las orejas, me chistó desde la esquina de una calle perpendicular a la estación.
— ¿Me equivoco si el joven está buscado alojamiento?
Me preguntó desde la distancia con voz fatigosa.
Asentí, mientras me acercaba, diciéndole que también tendría que ser de precio módico, pues mi intención era buscar empleo en esa ciudad.
— ¿Trabajo aquí? –contestó, guiñoteando unos ojos pitarrosos- Ese es un bien escaso, joven, pero sí puedo ofrecerle una habitación por un precio más que razonable. Desde que me jubilé, si no consigo un sobresueldo con alquilar una o las dos habitaciones que tengo de más en mi casa, paso las de Caín a fin de mes. Tengo una libre ahora, así que venga, vamos tirando que la Manuela tendrá algo preparado en el puchero.
No le permití que tirara de mi maleta por mucho que insistió. Andaba despacio, arrastrando los pies, y se le escuchaba un gorgoteo garganta abajo como una flema en constante deambular. A veces carraspeaba arrancando una tos breve que le hacía menear la cabeza y detenerse unos segundos.
No estaba lejos la vivienda. Una típica y modesta casa en dos alturas encalada de un blanco en notorio declive. Vi correr una gallina despeluchada antes de que el viejo diera dos vueltas de llave para abrir.
— ¡Manuela, traigo un mozo para ocupar la alcoba! -dijo en voz alta, cascada, lo que le procuró un acceso de tos que arrastraba parte de su pecho.
Una mujer entrada en años, con un pañuelo oscuro cubriéndole la cabeza, me saludó sacudiendo la cabeza tras abrir una cortina de estopa.
— ¿Le haría un vinito antes de subir a su cuarto? -me preguntó el viejo, señalándome una botella y unos vasos en el quicio de una mesa- Se lo digo porque la alcoba tiene difícil acceso, aunque usted es todavía joven y no le será impedimento.
Le dije que prefería instalarme antes, que el trago podríamos dejarlo para después.
Me llevó hasta una escalera de caracol, labrada en madera y de una estrechez inusitada, y me invitó a subirla.
Él, argumentó, que me esperaría abajo para ese "vinito" porque "me fatigo en demasía con esos tantos peldaños".
Rozándome con las paredes fui ascendiendo tirando de la maleta. Cuando ya parecía que había llegado al final, alguien se cruzó en la escalera. Con más años y el cabello más corto, reconocí el rostro de la chica del vestido azul apretado que me hizo la entrevista el primer día en LIM. Me quedé estupefacto, atravesado en la escalera y con la maleta abrazada.
— Perdone, le dejo pasar -dijo la señora de mediana edad, encajada en la cara de la chica de marras, sonriendo sin tasa- ¿Es usted el nuevo alquilado? Me parece de muy buen augurio encontrarnos aquí antes de ser unos desconocidos que duermen en habitaciones contiguas. ¿No le parece?
Parecía repetirse una historia que conocía de sobra. No dije nada, retrocedí para volver al inicio de la angosta escalera.
— Pero, caballero, no debería haberse molestado; hubiera sido más sencillo que yo le dejara pasar. En fin, le agradezco la galantería. Nos vemos, señor.
Dijo ella, bajando la escalera y moviendo su cabello de forma coqueta.
— Cosme, voy a acercarme un momento a la botica que me tocan las pastillas para la tensión.
El viejo asintió casi sin mirarla, aunque si se fijó en el movimiento de sus glúteos después de pasar por su lado. Nos dejó una fragancia irrespirable de colonia de saldo.
— Ya veo que ha pensado mejor lo del vinito -comentó Cosme, retirando una silla del hueco de la mesa- Pues ea, tomemos esos chatos antes de nada.
Le iba a decir que ya no deseaba quedarme en aquella casa, cuando el anciano se desenroscó la bufanda y se quitó la gorra de lana para mostrarme su cara. ¡Joder, era Gorostiza veinte años más viejo!
— ¡Gorostiza! -llegué a exclamar desencajado.
El hombre me observó unos instantes. Luego se encogió de hombros y comenzó a servir el vino en los vasos como si nada.
— Me voy de esta casa, señor Cosme -le dije sin titubeos- Buscaré algo por otro sitio.
Se alarmó cesando su actividad. El semblante se le tensó en una mueca severa al tiempo que se aproximó parsimonioso.
— Podemos cambiarle al cuarto de la Elodia, a ella le daría igual -dijo señalando la escalera y moviendo la cabeza afirmativamente- En ningún lugar de esta ciudad estará mejor cuidado y acompañado que aquí.
Yo negaba sin decir palabra. Había alzado mi maleta y pretendía marcharme sin más preámbulo.
— No le querrán en ningún sitio, joven. -habló de una forma que sonaba hierática. Había estirado su cuerpo en una posición castrense para mirarme con acerbidad- Hace apenas veinte minutos, tal vez menos, que Manel Luján ha llamado para advertirnos de su visita. Nadie le está pidiendo que se someta, aunque lo adecuado es que viva aquí entre nosotros.
Abrí la puerta lleno de iracundia, sin mirar al viejo, preso de una rabia que la notaba vibrar al galope de mi corazón. Una hilera de hombres me cerraba el paso en el exterior. Me escudriñaban impasibles, cerriles, obcecados en mi figura. Rostros que, acaso, serían de otros y los suyos natales de otros tantos.
— Pase, por favor, deje de huir de sí mismo, señor.
La voz de Cosme se fue ablandando. Llegó hasta mí, pasó mi maleta a uno de los hombres de afuera y me condujo hasta la silla frente a la que reposaba el vaso de vino. Infinidad de contornos pasaban por mi cabeza: rostros conocidos y desconocidos, voces diversas en forma de bocas jóvenes o desdentadas, escaleras amplias, estrechas, luminosas o oscuras, ascensores detenidos, mujeres u hombres que vagaban por un camino vaporoso que parecía no tener fin…… Bebí el vino tembloroso, tentándome la cara intentando reconocerme al tacto. Terminé reposando la cabeza en una de mis manos y, poco a poco, atisbando al viejo entre mis dedos.
— No tema más -dijo cadenciosamente, tratando de obsequiarme una caricia- La empresa LIM tiene previsto abrir aquí mismo una nueva sucursal. Muy pronto, nos ha asegurado Manel, muy pronto, joven. Será un buen empleo, estable, de futuro.