Kabalcanty
Ascensor con escalera preferente (4ª parte)
Estuvimos un rato bebiéndonos las cervezas hablando de cosas intrascendentes relativas a nuestro trabajo en común. Por lo que decía deduje que a Chen tampoco le agradaba su labor en LIM. Lo encuadré como una persona dispersa que, en realidad, no sabía lo que verdaderamente podía hacerle feliz trabajando. Como yo, como muchos otros. Se adaptaba con resignación conformándose con un sueldo mensual que cubriera sus necesidades básicas y algún que otro capricho.
— Puede que sea la investigación lo que me pone, -dijo, intentando dejar una puerta para mi pregunta- pero, claro, no preciso de los estudios necesarios.
A qué llamaría "investigación" este cenutrio, pensé observando sus explicaciones ampulosas y su gesto circunspecto con el deseo de una impronta trascendente.
— Bueno, es tarde. Tengo que darme una ducha y cenar para mañana dar otra vez el callo al lado de la empaquetadora.
Me expresé para acelerar mi marcha.
Chen me acompañó hasta la puerta tan solicito como siempre.
— Sé que tarde o temprano querrás ver esos dvd´s -dijo desde el umbral de la puerta con un deje misterioso- Forma parte de una investigación que te interesará, seguro. Nos vemos.
Al día siguiente, aprovechando la parada de la comida, me hice el encontradizo con Gorostiza, el encargado. Siempre andaba de acá para allá por los ocho pabellones que componían el núcleo de la empresa. Era un tipo serio, parco en palabras, pero que yo le caía bien. Lo supe el día en que, entre dientes, me espetó: "¡Lo acémilas que resultan los operarios naturales de esta ciudad! Se nota que tú te has movido por el mundo, eres otra cosa". Me encantó que el encargado jefe tuviera esa opinión sobre mí, incierta pero beneficiosa para mí, porque todos sabemos que con los de arriba, por bajo que sea su escalafón, es conveniente estar en buena lid.
Como hombre que cultivaba la rutina, comía en una de las mesas de la cafetería, la reservada para él, pero que antes se tomaba un vermut en la barra. Casi siempre estaba solo, si acaso en alguna ocasión con Leandro, el encargado de mantenimiento, pero solo en contadas veces pues Leandro tenía un horario bastante anárquico en función de los avisos de averías.
Me arrimé a él en la barra pretextando necesitar unas servilletas de papel para comer.
— Siempre las olvido en casa. -le dije, fingiendo azoramiento.
Me decidí: pedí otro vermut y pagué el suyo.
Sentí que a Gorostiza no le hacía mucha gracia mi invitación.
— Me he permitido invitarle porque tengo que hacerle una consulta que puede parecer indiscreta.
Le expliqué, acercándome al brazo que apoyaba sobre la barra.
Gorostiza me miró primero severo para luego esbozar una ligera sonrisa que escapó en un par de segundos.
Le conté que Chen, el que trabajaba en el pabellón cinco en filtrado de polímeros, era vecino mío ("Un tío bastante simpático y desinhibido", le describí para no parecer quisquilloso) y que me gustaría poder optar, en el futuro, a un puesto en esa especialidad puesto que se suponía que era un trabajo menos mecánico y mejor remunerado.
— Si le soy sincero, me gustaría asentarme en esta ciudad -le confesé procurando dar cierto intimismo a la conversación- Ya sabe, volverme a casar y tener un puesto acorde con las necesidades del matrimonio.
Gorostiza apuró su vermut de un trago, tras consultar su reloj, con lo que intuí que mi indagación sobre mi vecino iba a terminar así.
— Le tengo aprecio y me agradan sus expectativas de vida, aunque a su edad ya debería tener todo ese equilibrio, –comenzó, llamándome por mi nombre de pila, cosa que era bastante esperanzadora- y por eso le aconsejo que se aléjese de ese tuercebotas. No le traerá más que quebraderos de cabeza. Ese tipejo tiene sitio en la plantilla porque tiene de tiempo una amistad, o lo que sea, con Manel Luján, el hijo del jefazo de este tinglado. Andan con sus cosas, turbias las supongo, y ese gilipuertas de Chen está aquí porque tiene que estar, ¿comprende?
He hizo un gesto con una de sus manos como si le diera un zurcido a su boca. Después se perdió camino a su mesa acostumbrada.
Me dejó pensativo lo que Gorostiza me contó de Chen, lo que había dejado entrever más bien. Sí que es verdad que yo me acerqué al encargado para indagar sobre mi vecino pero de una manera un tanto curiosa, maligna casi, como si deseara hallar una mancha en su trato obsequioso. Me caía mal, era evidente, pero lo que expresó Gorostiza me ponía en alerta de alguna forma.
Esa misma tarde, al salir de trabajar, en el destino diario de mi paseo por la Avenida del Rey, ocurrió algo casual que me hizo sospechar con nitidez de la esmerada cordialidad de Chen. Fue al pagarle las dos jarras de cerveza a Baudilio, el viejo camarero que se doblaba atendiendo barra y mesas. Al sacar el billete de la cartera, cayó una antigua fotografía de mi cartera que en muy contadas ocasiones contemplaba. Era una foto junto con mis padres y mi hermana siendo adolescente. Estaba muy mellada en los bordes y en una de las esquinas aparecía un doblez que partía la cabeza de mi padre con un costurón. Allí estábamos mi hermana y yo en plena pubertad delante de nuestros que nos cogían ligeramente de los hombros. La guardaba como el único recuerdo que tenía de los tres sin quererla mirar en exceso, pues su visión me producía una invasiva nostalgia. Pero fue la casualidad la que procuró que me fijara en mi rostro imberbe más de treinta años atrás. Esa mirada, esos labios, las orejas, el cabello rizado, esa mancha de vello sobre el labio superior que terminaría en bigote años después... No había duda: yo era la viva imagen del Chen actual. Sentí las palpitaciones de mi corazón como si de un eructo insistente se tratase. El parche facial que me coloqué tantos años atrás me desenmascaraba en el rostro de mi cortés vecino.