Valentín Tomé
Res publica: Analogías de una guerra
En su maravilloso y último libro La analogía: El motor del pensamiento, el físico y matemático Douglas Hofstadter propone una nueva y estimulante teoría acerca de los mecanismos del conocimiento humano. Puede parecer sencilla, pero sus implicaciones son sin duda revolucionarias: en el núcleo mismo de nuestro pensamiento actúa constantemente la analogía. Comparar, relacionar, ver qué vínculos o proporciones existen en el seno del torbellino de impresiones y sensaciones que puebla nuestra mente. Cómo surgen nuestros conceptos y categorías, en qué nos basamos para juzgar y definir lo que vemos y experimentamos en nuestra vida cotidiana, qué relación existe entre las palabras y las cosas, cómo aprendemos a dotar de significado al lenguaje son, en último término, cuestiones todas ellas que tienen a la analogía como motor de fondo.
Hasta en los mundos tan endiabladamente abstractos como son los propios de la física cuántica la mayoría de los científicos tratan de establecer analogías con el mundo macro, el que percibimos en nuestra vida cotidiana a través de los sentidos, para poder establecer modelos mentales que le permitan comprender qué es lo que sucede en el aparentemente contraintuitivo mundo de la escala subatómica.
Claro que, desde Kant, sabemos que para los mecanismos de la razón se pongan en funcionamiento, necesitamos previamente que los seres humanos estén tranquilos, llegando, incluso, a poder formularse lo contrario: cuando dejan de estarlo, se nubla el entendimiento. Solo así podrían llegar a comprenderse muchas de las cosas que se leen, se escuchan o se están decidiendo en estos días de Guerra en Ucrania, en el que, cada día que pasa, la humanidad está coqueteando con la posibilidad real de su propia extinción.
Solo la angustia o el desasosiego extremo puede llegar a explicar que el presidente Sánchez haya decidido, sin consultar con nadie, entregar la República del Sáhara Occidental a sus propios verdugos, el Reino de Marruecos, que lleva casi medio siglo masacrando y sometiendo a un régimen de apartheid severo a su población, mientras hace llamamientos públicos a la resistencia del pueblo ucraniano en favor de la defensa de la soberanía de los pueblos y la democracia. Declaraciones que van acompañadas del consiguiente envío de armamento a sus ciudadanos con la esperanza de victoria frente al Imperio invasor.
Entrega del Sáhara que incumple además todas las promesas realizadas por todos los expresidentes y presidentes de nuestro país (hasta con lo recogido en el último programa electoral con el que el partido socialista se presentó a las elecciones), o lo que puede ser incluso más grave, con todas las resoluciones dictadas por la ONU sobre este tema, que conminan al Reino de España, como única potencia administradora reconocida internacionalmente de ese territorio, a la celebración de “un referéndum de autodeterminación para el pueblo de Sahara Occidental”, cuya organización quedaría bajo la supervisión de su secretario general.
Una disonancia cognitiva de tal calibre provocada por una analogía tan evidente y automática para cualquiera entre el caso ucraniano y saharaui solo puede ser provocada por un estado grave de intranquilidad. Pareciera como si la arena procedente de aquel desierto que ha inundado nuestro cielo estos días, hubiese nublado también su juicio. Pero, como veremos, esta disonancia no es la única, y los efectos sobre el entendimiento de la angustia existencial ocasionada por la Guerra se extienden más allá de la figura de nuestro presidente.
¿Cómo interpretar sino la petición de Estados Unidos de juzgar a Putin como criminal de Guerra ante la Corte Penal Internacional (CPI) de la Haya, tribunal no reconocido por el propio gobierno de Estados Unidos, cuando nos resultaría prácticamente imposible encontrar un solo presidente en la historia de ese Imperio que no debiera sentarse ante aquella Corte para ser juzgado por las mismas razones? Simplemente echando un rápido vistazo a todas las guerras contra la legalidad internacional acontecidas en las tres últimas décadas, acompañando a Vladimir Putin en ese banquillo debieran estar por sencilla lógica de Justicia, Bill Clinton, George Bush (junto a Tony Blair y José María Aznar por el genocidio iraquí), o Barack Obama.
Al nivel máximo de disonancia podemos valorar también la petición del Gobierno español al fiscal del CPI para que investigue si se han cometido crímenes bajo jurisdicción de la Corte en el territorio de Ucrania por parte de la Federación Rusa, el mismo día que en el Congreso de los Diputados, el partido socialista, junto con toda la Derecha, rechaza la toma en consideración de una proposición de ley presentada por UP que tiene como objetivo que los delitos de genocidio y lesa humanidad cometidos durante la Dictadura franquista pudieran ser investigados por los juzgados españoles. Es decir, mientras se solicita que lo ocurrido en Ucrania sea motivo de investigación por parte del Derecho internacional, a nivel interno, se da carta de naturaleza legal a la impunidad de los múltiples crímenes cometidos por la Dictadura más sangrienta de Occidente de todo el siglo XX que supuso, al menos, la muerte de más de medio millón de sus propios ciudadanos.
¿Y qué decir del voto de condena en la Asamblea General de la ONU de Israel a la invasión de Ucrania por parte de Rusia? Israel, que es el país del planeta que más tratados internacionales de la ONU ha violado desde su creación, y que ha sometido a la población palestina a un largo proceso de conquista y genocidio que ha dejado reducido su país original desde el inicio de la ocupación sionista a prácticamente la nada.
¿Y cómo valorar la política migratoria en el seno de la Unión Europea? Mientras se recibe con los brazos abiertos y con todo tipo de derechos y garantías a los millones de refugiados ucranianos que huyen de la Guerra, pues, así se ha afirmado, es nuestro deber como civilización humanista (después de haber referido en 2015 que, tras la más grave crisis migratoria provocada por las guerra en Siria, solo había recursos en toda Europa para acoger a cien mil ciudadanos de aquel país), la Unión Europea sigue financiando a Turquía y a otros países del entorno para que sirvan de dique de contención frente a los millones de refugiados que huyen de todas las guerras que asolan Oriente Medio tratando de alcanzar la frontera europea.
Esa misma Unión Europea que ha desplazado sus fronteras de facto desde el Mediterráneo hasta los límites meridionales del desierto del Sáhara enviando un gran contingente de militares para tratar de evitar que en el Sahel, donde se encuentra, repartidos en diferentes países, la mayor concentración de campos de refugiados del mundo, en cuyos interiores malviven más de cinco millones de personas, estas puedan huir en dirección a Europa. Cierre de fronteras ante los parias de la Tierra que el reino de España no ha hecho otra cosa más que corroborar ante la entrega del Sáhara Occidental a Marruecos, que de seguro vendrá acompañado por una mayor “contundencia” de la policía migratoria del Reino alauita a la hora de controlar sus fronteras para evitar que seamos “invadidos” por los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Si todos los casos anteriores se caracterizan por la suspensión de la analogía, en el siguiente ocurre lo contrario: se intenta trazar una analogía, pero esta no puede ser más desafortunada. Para el historiador y político independentista Oriol Junqueras lo sucedido en Ucrania en relación con la agresión rusa presenta una clara analogía con lo ocurrido en Catalunya durante el procés por parte del estado español. Más allá de las enormes diferencias entre ambos casos palpables para cualquiera dotado de un mínimo de razón, puestos a establecer una analogía “radical y provocadora”, que case con el proceso independentista catalán, su modelo de referencia debería ser todo lo ocurrido en la región del Dombás desde 2014. Una región que organizó aquel año en los óblasts de Donetsk y Luhansk sendos referéndums populares para proclamar su autodeterminación como repúblicas independientes, donde el sí obtuvo una mayoría aplastante (más del 90%) según las autoridades convocantes, que no fue nunca reconocido por Ucrania, y que ha derivado desde entonces en una guerra que ha provocado 14.000 muertos según la ONU, con la presencia de paramilitares de extrema derecha luchando codo con codo con efectivos del ejército ucraniano. Una región que, a día de hoy, y a pesar de los compromisos adquiridos por Ucrania y Rusia en los acuerdos de Minsk, sigue sin disponer de un estatuto de autonomía propio, y a la que se le continúan conculcando sus derechos políticos (participación en elecciones) o culturales (incluidos los lingüísticos). Puestos a establecer una analogía de trazo grueso, por sus características intrínsecas, esta debería ser la referencia para Junqueras.
En todo lo anteriormente expuesto parece ser que la analogía ha quedado en suspenso como mecanismo de la razón para tratar de interpretar el mundo por parte de nuestras instituciones democráticas o representantes políticos. Para no echar por tierra las tesis enunciadas por Hofstadter en su libro, las cuales parecen bastante sólidas, apuntábamos, al principio, la posibilidad de que el desasosiego y la agitación provocada por el conflicto bélico bloqueasen los usos de la razón. Claro que también bien podría ser otra la explicación. Y bien podría ser que los líderes políticos referenciados en este artículo fuesen perfectamente conscientes desde el principio de todas esas analogías y disonancias, y sin embargo actuasen movidos simplemente por el más puro de los cinismos.