Tribuna Viva
Pontemuíños, el aceite de girasol y el dilema del prisionero
Tan sólo me queda una botella de aceite de girasol en la alacena. Lo suficiente para un mes, a no ser que se me ocurra hacer un bizcocho o una tortilla de patatas, caprichos ibéricos esos, que tan sólo me concedo muy de vez en cuando, por eso de ciudar la línea.
No. En mi casa los nuggets, las croquetas o las empanadillas de bolsa no tienen su reino, y las patatas fritas brillan por su ausencia, y si hay que comerlas, que nos encantan, se cuecen o se doran al horno. Somos más del chorrito de aceite de oliva vírgen extra, del guisisito al chup chup y de la cocina, a fuego lento, en el horno de gas.
Pero sé que solo me queda esa botella porque antes de decidirme a escribir este artículo he escaneado el código de barras de mi tesoro escondido a través de la recomendable app Open Food Fact que ha me revelado, entre otros datos de interés, la trazabilidad del producto. Y efectivamente. Tal y como alcanzaban mis sospechas, el producto es 100% de origen español, dado que España es un importante productor de semillas de girasol.
Vayamos al tema.
De la noche a la mañana nos han dicho que todo el aceite de girasol que consumíamos procedía de Ucrania y nos lo hemos creído. Que la energía, al 100%, procedía del gas ruso, y hala! los precios de la energía y de los combustibles, con su consecuente mordida en forma de impuestos se han puesto por las nubes. Y que una botella de aceite de girasol, que rondaba los 0,79 € si era de marca blanca, como la de mi alacena, ahora mismo se cotiza a 2,79 €, con sus correspondientes céntimos adicionales de regalo al herario público en forma de IVA que lo mismo pagan Amancio Ortega que la vecina pensionista no contributiva del cuarto.
Y todo por el pavor y la compra compulsiva irracional de aquellos/as que se han puesto a comprar botellas del aceite de freír como si no hubiese un mañana, de las estrategias de las grandes superficies para acrecentar sus ganancias de pescador ante ríos revueltos y de la imbecilidad humana que lo mismo hace acopio desmesurado de rollos de papel higiénico que de pilas y linternas, latas de conservas, packs de cartones de leche, paquetes de harina o sobres de levadura.
Es la teoría de juegos aplicada a gran escala, el dilema del prisionero que establece que es más probable que los individuos no cooperen entre sí ante cualquier tipo de amenaza, sea real o sea infundida, como esa que sostiene que todo lo que consumiamos hasta ahora proviene de Ucrania.
Pero vamos al tema que encabeza el artículo, que es Pontemuíños y como lo que ha pasado con el papel higuiénico, con el aceite de girasol y que tiene que ver con la teoría de juegos tiene aquí su triste manifestación.
Soy usuario del área deportiva de Pontemuíños, en Pontevedra, detrás de las instalaciones de la factoría Ence y gestionadas por SUPERA desde hace 7 años, concretamente desde agosto de 2015. Durante todos estos años, y al módico precio de 25,24 € (29,90 € en la actualidad con las subidas de IPC) he tenido acceso, entre otros muchos servicios y en horario de lunes a sábado de 08:00 a 15:00 h a piscina olímpica, piscinas mediana y pequeña, sauna, spa, gimnasio completo, monitores/as titulados, con un amplio surtido de actividades dirigidas diariamente, cafetería, vestuario, duchas, etc...
He sido un usuario muy activo, asistiendo al centro dirariamente durante muchos períodos de actividad. Un bendito privilegio que gracias al esfuerzo colectivo inicial de la Fundación Rías do Sur, al soporte económico público y privado, y a la constancia y contribución de casi dos mil abonados mensuales han hecho posible este milagro que poco a poco corremos el riesgo de que se desvanezca.
La primera en la frente llegó con la pandemia.
Independientemente de que haya y hubiese una pésima gestión que está más que constatada por parte de SUPERA, y de que hayan estirado como un chicle la herramienta del ERTE a costa de reducir y recortar servicios, personal y horarios, la respuesta de los usuarios ha sido nefasta.
En vez de apoyar, comprender o contribuír al sustento de la estructura, ha habido un goteo sin fin de bajas constante, reclamaciones por eses eurillos que nos correspondían por los días cerrados o el descrédito público y ofendidismo volcado a través de redes sociales.
La herida se hace más grande.
Llega la crisis energética. Las facturas de luz inasumibles, y SUPERA anuncia unilateralemente el cierre indefinido de las piscinas. Comprensible, después del golpe de la pandemia, la fuga de abonados y el disparatado coste la minuta energética.
Pero... ¿Cual es nuestra respuesta?
Otra vez. Una segunda fuga masiva de abonados, en ristra, que como compradores desesperados de papel higiénico se dan a la escapada dejando desamparada a una realidad que de esta manera se verá abocada a un futuro cada vez más negro, insostenible e incierto.
Otra vez. El prisionero ha decidido delatar a su compañero, aunque sepa de partida que él también va a perder, porque somos muchos y muchas los que nos comportamos como las ratas, y somos las primeras en abandonar el barco.
Nelson Quinteiro
Titulado en Ciencias Políticas