Valentín Tomé
Res publica: ¿Quo vadis, Europa?
"Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes cuanto con más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley moral en mí". Immanuel Kant.
Esa voz moral que palpita en el interior de todos nosotros descrita por Kant sin duda es uno de los más grandes misterios del Universo. Casi de manera innata, desde nuestra más tierna infancia, cualquier persona posee un sentido de lo que es justo, de lo que está bien o mal, de lo que es bueno… Es por ello que la mayoría de los artefactos de la cultura popular desde la niñez apelan directamente a esa voz interior. Cuentos, canciones, películas… tratan de poner la Justicia como valor supremo en los fenómenos de la Realidad. Aunque por un instante haya podido dar la impresión de que el Mal triunfaría, finalmente sabemos que el premio y el castigo serán justamente repartidos entre los protagonistas. Así al menos son las cosas en los mundos ideales que hemos fabricado a través de la cultura.
Sin embargo, cualquier observador atento de la Naturaleza pronto percibe que en gran cantidad de ocasiones esta deja de actuar como esa madre protectora de toda vida, tal y como es descrita en la mayoría de nuestros cuentos, canciones o películas infantiles (y también adultas), y despliega comportamientos que el alma humana percibe como crueles o despiadados. Eso no significa tampoco que la Naturaleza actúe siempre como una madrasta sádica que maltrata a su prole. La Naturaleza simplemente es.
Ahora bien, si en los asuntos ajenos a las decisiones humanas puede que no siempre venza la Justicia, deberíamos esperar al menos que en los que nos conciernen las cosas sean de otra manera. Es decir, que el deber ser triunfe sobre el ser. Es por ello que durante milenios la humanidad fue perfeccionando una de sus creaciones más dignas junto a la Ciencia, el Derecho, que trata de poner orden moral en el mundo.
En esta ocasión también, cualquier observador atento de la Realidad apreciará como en no pocas oportunidades esta funciona de una manera contraria a la que describen nuestras Leyes. Y es que las sociedades humanas están atravesadas por asimetrías de Poder que dificultan enormemente que la Justicia acabe imponiendo su magisterio sobre lo real. Y si no son pocas las dificultades para que lo justo o lo bueno prevalezca en el seno de sociedades en estado de Derecho, estas se hacen prácticamente insalvables cuando hablamos de la Guerra. Ahí acaba siempre primando la razón de la fuerza frente a la fuerza de la Razón. Eso no quiere decir que, en algunas ocasiones a lo largo de la Historia, el resultado final del conflicto no coincidiera con algo parecido a lo justo, pero eso siempre ha sido a costa de toneladas de sufrimiento humano.
Por todo ello, esa voz moral que habita en todo ser humano no puede más que rebelarse e indignarse ante lo que está ocurriendo en Ucrania. Un país que está siendo agredido e invadido por otro cuya superioridad militar es además abrumadora. Nuestro primer impulso, ante una Guerra que está siendo retransmitida a diario y al detalle por los grandes medios, y desde un perfil narrativo que contribuye a empatizar con la parte más débil del conflicto (algo excepcional en el tratamiento mediático que tradicionalmente se ha dado a las múltiples guerras de nuestro tiempo) es poner nuestro corazón al lado del pueblo ucraniano.
Si esto fuera simplemente el argumento de una película de superhéroes de Hollywood, no habría nada de lo que preocuparse. El Bien siempre triunfa sobre el Mal. Algún representante de los Vengadores le daría al villano Putin y su ejército su merecido, y la Justicia volvería a reinar así sobre la Tierra. El problema está en que, en el mundo real, el único superhéroe al que se puede llamar para que haga frente a Rusia es la OTAN, y esta es plenamente consciente de que gracias a los mecanismos de destrucción mutua asegurada desarrollados por las principales potencias desde el final de la II Guerra, su intervención podría suponer efectivamente la eliminación de Putin, pero tendría como indeseable efecto secundario la desaparición de toda vida compleja en el planeta, pues es así como terminaría con casi total seguridad una III Guerra Mundial.
Por lo tanto, solo parece haber una opción si deseamos dar respuesta a nuestra voz interior que se estremece ante la injusticia: armar al pueblo ucraniano para que defienda su tierra y a los suyos frente al invasor. Y desear, así, que triunfe el Bien. Pero, ¿es realmente esto una opción sensata?
Desde algunos sectores contrarios a este envío de armamento, se argumenta que es tal la superioridad del ejército ruso que el pueblo ucraniano no tiene ni una sola oportunidad de vencer en esa estrategia de defensa. Bien, eso no es del todo cierto. Una cosa es el despliegue tecnológico digital militar de una primera fase y otra bien diferente todo lo que viene después si realmente la potencia invasora desea poner todo un país bajo su control. Ahí hay que bajar al barro, la Guerra se hace más "analógica", hay que desplegar soldados y fuerzas de combate por las principales ciudades y focos de resistencia convirtiéndose en un enfrentamiento bélico en su sentido más clásico, y no es descartable que, bajo esas circunstancias, la parte más débil, con tesón y brillantez estratégica, tras una batalla que puede durar años y años, resulte vencedora. Ahí están los ejemplos de Vietnam o Argelia.
Ahora bien, decir que aquellas Guerras fueron ganadas de manera imprevista por la parte más débil, en la manera en que lograron la retirada del ejército del Imperio invasor, es quedarse tan solo en el gran titular. Cojamos el caso de Vietnam. Tras una década de enfrentamientos con el ejército estadounidense, el saldo final de muertos vietnamitas superó los cinco millones. La economía del país quedó totalmente destruida. Y los efectos de aquella carnicería continuaron haciéndose presentes largamente en el tiempo después de aquella Guerra.
El uso de un arma química letal para el medioambiente como el agente naranja ha dejado cientos de miles hectáreas inhabilitadas para la explotación agrícola. Pero sobre todo sus efectos más nocivos se encuentran en la salud humana, los cuales están lejos de desaparecer, pues la dioxina es muy persistente y permanece durante décadas en el ambiente. Se calcula que entre dos y cuatro millones de personas están afectadas por los efectos tardíos, y al menos 100.000 niños nacieron y continúan naciendo hoy con discapacidades. Por si fuese insuficiente el paisaje dantesco y terrible que acompañó a aquella "victoria", ni siquiera en el terreno de lo simbólico logró Vietnam un reconocimiento como víctima. Así en uno de los momentos más infames de la historia de estos galardones, tuvo que presenciar como el secretario de Estado Henry Kissinger era premiado con el Nobel de la Paz por haber firmado el acuerdo que ponía fin a la intervención militar estadounidense en el país.
Y en el caso antes mencionado de Argelia, tras ocho años de cruenta e infernal batalla contra el Imperio colonial francés, el país logra su independencia con un precio a pagar de aproximadamente un millón de muertos y múltiples secuelas entre los supervivientes.
Esto es lo que cualquier político que ha apostado por el rearme de Ucrania debería tener la honestidad de transmitir a sus conciudadanos. Toda esa resistencia no saldrá gratis, el saldo de muertes será astronómico, durante un largo tiempo los cuatro Jinetes del Apocalipsis se adueñarán de aquella tierra. Y, además, sin siquiera seguridad alguna de que esa resistencia vaya finalmente a vencer.
Es curioso, además, que este envío de armamento se produzca por parte de aquellos países con unas de las ciudadanías más antibelicistas del mundo, como son los países que conforman Europa Occidental (https://magnet.xataka.com/en-diez-minutos/que-ciudadanos-estan-dispuestos-a-ir-a-guerra-su-patria-este-mapa-ilustra-1). Países que además se han comprometido, bajo mandato del amigo americano, a aumentar su gasto militar (¿quién los amenaza?) con todo lo que ello supondrá en detrimento del gasto social. Gasto que irá a parar a las arcas de las principales empresas armamentísticas de Estados Unidos, verdadera potencia mundial en este sector industrial.
Resulta tragicómico observar que una Unión Europea incapaz de ponerse de acuerdo para establecer en su seno una unión bancaria, fiscal, un derecho laboral común, mecanismos de cohesión territorial… tarde un solo día, sin apenas debate, en acordar algo de vital trascendencia para el futuro de la humanidad, como es el envío de armas a Ucrania.
Parecen desconocer nuestros dirigentes que, en un sistema en equilibrio dinámico, siempre inestable, como es el de la geopolítica, una ligera perturbación de las condiciones iniciales puede provocar un fenómeno de dimensiones catastróficas (y más aún en un mundo donde existe suficiente arsenal nuclear como para asegurar la desaparición de toda vida compleja). Esto es lo que ocurrió, por ejemplo, un 28 de Junio de 1914 en Sarajevo. El asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria a manos de Gavrilo Princip, un joven nacionalista serbio, desata una crisis diplomática. Austria-Hungría da un ultimátum al Reino de Serbia. Se invocan las distintas alianzas internacionales forjadas a lo largo de las décadas anteriores. En pocas semanas, todas las grandes potencias europeas estaban en guerra y el conflicto se había extendido por todo el globo, comenzaba así la primera Guerra verdaderamente mundial de la historia de la humanidad… Esta es la ruleta rusa, permítaseme la expresión, a la que está jugando la humanidad entera cada día de Guerra en Ucrania.
Hemos enunciado aquí algunas de las más dramáticas consecuencias que puede acarrear el aumento de la escalada bélica, pero es que además hay más, de índole menor claro, pues nada puede igualar al valor de una vida humana. Me refiero a la subida inevitable de los precios de la energía en un contexto de pool eléctrico como el nuestro en el que pagamos las patatas al precio del jamón ibérico. Si el kilovatio hora más caro en la subasta energética es el que tiene su origen en la generación de electricidad usando el gas natural como materia prima, y Rusia es uno de los principales exportadores del mismo, la inestabilidad provocada por la Guerra no hará otra cosa que aumentar cada vez más su precio (aunque para salvar esta dificultad, el amigo americano nos propone aquí una solución, que Europa se abastezca del gas estadounidense). Es decir, como consecuencia de esta Guerra, la clase trabajadora europea se empobrecerá aún más al tener que destinar un porcentaje mucho más alto de sus ingresos a un bien básico como es el de la energía (recordemos también que, como decíamos antes, los países europeos deberán aumentar el porcentaje del PIB destinado a Defensa, lo que también tendrá repercusiones negativas en esa misma clase trabajadora).
¿Qué hacer entonces? Pues recurrir al principal recurso que diferencia nuestra especie del resto, el lenguaje, es decir, la diplomacia. Es cierto que, como enunciamos al principio, eso no asegura ni mucho menos que vaya a prevalecer finalmente la Justicia, pero es que como acabamos de demostrar eso jamás ha ocurrido en Guerra alguna protagonizada por un Imperio, ni siquiera en las que terminaron con la "victoria" del agredido sobre el agresor.
Lo que sí resulta verdaderamente desolador es observar, como casi desde el principio de esta Guerra, las delegaciones rusas y ucranianas se reunían en la más absoluta soledad de la habitación de un hotel bielorruso sin la presencia de un solo relator internacional, y más grave aún, sin la presencia de un solo representante de la Unión Europea. O presenciar como los ministros de Exteriores de ambos países se reúnen teniendo como anfitrión a Turquía, un país que, a día de hoy, y tras varias décadas, continúa masacrando al pueblo kurdo.
¿Y la Unión Europa? Esa Unión Europa que utiliza a Irak, Pakistán o Turquía como muros de contención para tratar de evitar la llegada de refugiados sirios o afganos, pues afirma que en su seno solo hay recursos para acoger a unos pocos miles de ellos; cuando ahora recibe con los brazos abiertos (como así debería ser ante cualquier Guerra) a millones de ucranianos que huyen de su país. ¿Dónde está la Unión Europea en estas negociaciones? ¿No piensa jugar ningún papel en ellas y tratar de que las partes en conflicto firmen el armisticio aunque sea, como así siempre ha sido desde la noche de los tiempos cuando la Guerra se desata, a costa de la Justicia? ¿No tiene nada que decir ante las condiciones impuestas por Rusia para el restablecimiento de la paz? ¿Más aún, seguirá apostando de manera suicida por la Guerra, siendo la parte que por proximidad geográfica y económica más puede perder con la cronificación del conflicto? ¿Continuará plegándose a los designios del Imperio americano, el Imperio más expansionista del planeta con más de 800 bases militares en más de 70 países? ¿Quo vadis, Europa?