Kabalcanty
Un frente inalterable (5ª parte)
El monitor repetía los ejercicios básicos gimnásticos al mismo tiempo que los internos. Ejecutaba los movimientos (sencillas contorsiones de estiramiento combinadas con descansos donde se trabajaba la respiración) con similar parsimonia a los demás. Varias veces consultaba su reloj esperando que las manillas marcaran las once y treinta, la hora del final de los ejercicios.
— Bueno, chavales, id al trote por el patio según la voluntad de cada cual y terminamos, ¿vale?
Les dijo dando una palmada y yéndose por el portón de salida.
Los internos se fueron secando con las toallas el sudor, incorporándose después a un paseo alrededor del patio. Algunos optaban por una carrera más o menos acelerada, sin embargo la mayoría paseaba disfrutando de un sol agradable.
"El Largo", Antoniadis y Oliart se detuvieron frente al polígono industrial. Como una cordillera de laderas resplandecientes, las empresas tecnológicas llenaban el polígono incrustando sus logotipos en el lienzo del cielo. Su expansión inundaba la unidad urbanística dejando de lado a ridículos y anticuados negocios como meros comparsas, enanos sometidos a gigantescos armazones de hormigón. Miles de automóviles, aparcados alrededor de los gigantescos edificios, despedían deslumbrantes reflejos desde sus techos de pintura metalizada. En algunas de las construcciones, ondeaban banderas con la firma empresarial.
"El Largo" se agarró fuertemente a los barrotes que cerraban el recinto hospitalario para quedarse hipnotizado musitando algo que los otros no conseguían descifrar.
Antoniadis se acercó a su boca para entender.
— ¿Nos dices algo? -le preguntó ante la excitación creciente de su compañero.
Oliart, como de costumbre, se cobijaba el rostro con las manos simulando una molestia por la luz solar. Miraba a hurtadillas y su voz era apenas un susurro.
— No…no…no te oímos, "Largo". -bisbiseó.
— No deberíais preguntarme -dijo al poco González- ¿No veis el frente? Su táctica consiste en esperar. Su paciencia es su arma aniquiladora. ¿No veis cómo avanzan? Sus patas caminando sobre miles de cadáveres sin inmutarse. Lo tenéis que ver…..pero teméis todavía. No ha sido suficiente matar al puto capitán para que os deis cuenta de la amenaza.
Antoniadis buscó los ojos huidizos de Oliart y los halló entre sus dedos, sumidos en confusión y recelo.
— Comprendo lo que dices, "Largo". El frente, el peligro, la aniquilación. Sí, puede que tengas razón……. Pero, pero, no logro verlo tan nítido como tú. Hace ya casi dos semanas que….bueno, liquidaste el capitán…..y a pesar de ello, no logro ver lo que tú.
González tenía los dedos medio amoratados por el vigor con que se aferraba a los barrotes. Su mirada parecía transgredir la quietud de las edificaciones: animar las fachadas hasta convertirlas en un ejército que vigilaba inclemente una línea mortífera imposible de traspasar.
— Nuestra última misión será morir antes que dejarles que nos maten despacio. Si vosotros os empeñáis en no verlos seré yo quien os muestre su horrible aspecto beligerante.
Mortimer y "El Morsa" llegaron para escuchar las últimas palabras. Mortimer tenía la camiseta de hombreras quitada y sonreía burlón de medio lado. "El Morsa" sudaba copiosamente con el rostro congestionado y el cabello mojado.
— ¡Por favor, "Largo", déjate de barrilas!
"El Morsa" se limpió el sudor de su poblado bigote de herradura antes de decir: "Joder, con tu guerra de los cojones".
González no se dio por aludido, siguió absorto contemplando el paisaje conminatorio.
La pareja de vigilantes de seguridad, al otro lado del enrejado, se detuvo para observar la aglomeración de los cinco internos.
— Demasiado sabemos -continuó Mortimer- que estamos aquí porque desafiamos al poder establecido. No era una guerra, era su paz controlada. ¡Claro, todos lo sabemos, carajo! "El Morsa" con sus grupos radicales, Antoniadis con su periodismo iconoclasta, tú con tus novelas apocalípticas y tus mensajes revolucionarios, yo con mis sindicatos no alineados, Gómez -dirigió su mirada a un interno que charlaba con otros dos al que saludo elevando la mano- con sus papeles incendiarios en teatros alternativos y……Oliart….Oliart con su política regeneradora.
Oliart, al escuchar su nombre, hundió su cabeza entre los hombros y les dio la espalda. Se decía entre los internos que, tras una acalorada plática en el Congreso, fue arrestado en secreto y conducido a los sótanos militares de Ondarraiza, donde fue torturado hasta que su cerebro sufrió un daño irreparable. Todos procuraban no mencionar su pasado y no molestar su limbo hermético.
—…Pero precisamente por eso y porque estamos encerrados no necesitamos volvernos más locos con visiones que sólo están en la puta cabeza de "El Largo". Disfrutemos de este pedazo de mierda de vida que nos permiten.
— Amén -dijo "El Morsa" esperando algo de los demás.
De repente Oliart se volvió, sacó la cabeza como si deseara despegarla de su cuello y señaló a Mortimer con un dedo índice tembloroso: "¡Existe esa guerra, ese frente que no avanza porque no lo necesita! ¡El mundo ha perdido su esencia por unos jodidos algoritmos que fluctúan, fluctúan, fluctúan, en el frente de González!
Hasta este salió de su paroxismo dedicándole toda su atención a Oliart. En el par de años que llevaban internos era la primera vez que escuchaban decir algo tan largo y airado a Oliart.
Duro poco, apenas el tiempo en que escudriñó uno por uno a los cuatro. Después dio un par de sollozos y regresó a su estado impenetrable.
González abandonó los barrotes. Desde su rostro severo se adivinaba una furia que debía estar alterándole los nervios. Hizo el tic de parpadear varias veces antes de acercarse a Mortimer.
— Si quieres apoltronarte en este pedazo de mierda esa será su victoria y tu derrota.
Mortimer le hizo un gesto a "El Morsa" y siguieron caminando por el patio.
González se fue con paso firme hacia la puerta de entrada al sanatorio. Antoniadis dudó entre seguirle o acompañar el silencio de Oliart. Se puso a golpear con sus dedos el envés de sus piernas con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón deportivo.