Jeannette Ramos Vega
27 días: Hola Dios
Hola Dios.
Cólmame de agua sagrada la boca para convertirme en el hombre que deseaba mi madre. Transforma esto que soy para conquistar el aplauso de la muchedumbre, su bendita aprobación, re invéntame y tírame de nuevo a tu creación, ayúdame a no tener que disimular mi alma abrumada y encadenada para que mi espíritu no aborrezca tanto mi cuerpo, yo soy más hembra que varón, y tú lo sabes, tú lo sabías antes que yo.
Tal vez mis súplicas no alcancen ni siquiera el portón de tu templo, quizás me creaste para conocer al dedillo quiénes son tus hijos, han sido ellos los que han estado a prueba, no yo.
Tu eres Madre y Padre, Tu eres todo.
¿Entonces para que me enviaste a este mundo?
Ese era mi rezo de todas las noches, en mi propia tiniebla, mi culto íntimo.
Te voy a contar…
Entre los árboles me escondía, era un niño atemorizado y despavorido. Mis ojos grandes y sublimes, inocentes como la aurora y la madrugada. Mis manos finas y serenas llenas de pulseras. Cerraba los ojos para imaginar que las ramas de los árboles danzaban para mí y me querían tal como yo era.
Aquel soplo de aire fresco siempre me acariciaba. Lo troncos de los árboles me observaban y me invitaban a sentir la tierra. Solté mis cabellos, me toqué los pechos y empuñé aquella falda roja imaginaria que me hacía sentir bonita. Era una danza incomparable, era el baile de libertad. La música intensa de la pasión y la necesidad. La escasez del alma hablaba en lenguas que nadie entendería. Me arrodillé en el lodo cálido elevando los brazos, y grité con fuerza…maldita vida la mía.
Mis caderas se movían lentamente, luego mis pies, hasta levantarme al compás del distante tambor que sentía solo en mi pecho, en mi corazón. Era mi plegaria. Era mi ritual. Me detuve en medio de la nada, para poner color rojo en mis labios, a escondidas, y colocarme collares en el cuello que me hacían sentir femenino.
Me gritaban insultos todo el tiempo.
Yo era solo un niño. Ese niño era yo.
"Algo no anda bien, algo no anda bien, algo es diferente, algo no anda bien."
Mírame. Era una niña vestida de niño, con genitales de varón y corazón de mujer. Estaba en la niña linda que anhelaba el color rosado en sus zapatos, en el varoncito que no puede mirar a nadie a los ojos sin saber por qué. Estoy estancado en la muñeca vieja y fea que nunca pude peinar por los prejuicios de mi padre y las burlas de los vecinos, en los tacones de mi mamá que me ponía a escondidas. En los daños físicos y mentales y los dolores de cada humillación y cada castigo que no entendía. Y aquel lápiz labial del mismo color de las flores del campo que sentí por primera vez en mis labios y me hizo sonreír. Recuerdo los coros de las canciones románticas de la época del amor. Pero no recuerdo el amor.
Crecí lleno de dudas y de inseguridades. Me he bañado en el caldo del llamado pecado, consumiéndome en el humo que me hacía perder el miedo de ser quien soy. En la intimidad de mi habitación me miro al espejo y coqueteo, muevo mis manos delicadamente y bailo sola, sola, solo siempre solo, vestido de trajes con telas que visten mi cuerpo y esconden mi alma.
Soy igual que tú, mírame. Soy como él y como ella. Hoy admito, es más fácil desnudar el cuerpo que desnudar el alma.
Pero la vida se puso más intensa y dura. Mi café mañanero tenia sal y azúcar. Era y no era. Soy y no soy. Hasta los que me querían tenían sus momentos de desamor.
Hay cenizas en el aire que respiro, parece que el tiempo se puso viejo y yo todavía soy aquel niño. Este lugar es antiguo, pero es hermoso. Este lugar es mi cuerpo. Aún puedo sentir el intenso espasmo en mi espalda, la pena que había en mis huesos, la saliva que secaba en mi boca. Soy como la sangre que huye para nunca volver, el tajo profundo que alguna vez provocó el llanto hipócrita de alguien, de mi madre, de mi padre.
Veo a mi madre y a mi padre lejos, con los ojos llenos de lágrimas y el perdón en la boca. Morí sin que ellos me conocieran. Yacerán en sus tumbas arrepentidos por todo lo que dijeron y lo que dejaron de decir. Yo no era valiente, pero ellos eran cobardes.
Los perdono. Y me perdono.
¿Qué más puedo hacer Dios? ¿Qué puedo decir que ya tu no sepas? Aquí me tienes. Aquí estoy, diciéndote las cosas que ya tu sabes. ¿Para qué? No sé. Por fin diciendo lo que siento, frente a ti, hoy, el último día, mientras lloran por mi aquellos que no me entendieron, hoy me lloran, hoy... el día de mi muerte.